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El error perfecto [Spanish]

  En el laboratorio del Instituto Max Planck de óptica Cuántica, en Leipzig, Alemania, a las 4:00 p.m., Friedrich Müller y yo, Helena Vivaldi, estamos inmersos en un experimento crucial con la máquina E.D.R (Explorador Dimensional de Realidades), dise?ada para explorar partículas de luz y visualizar diferentes realidades.

  Friedrich, pese a su edad de 64 a?os, irradiaba una confianza casi arrogante. Caminaba por el laboratorio con paso seguro, las manos a la espalda, como si ya hubiera conquistado el mundo.

  —Friedrich: (sonriendo con suficiencia) ?Lo ves, Helena? No hay error de heno posible. Todo salió exactamente como predije. Nuestra máquina es una obra maestra, y nosotros, sus creadores, seres capturados para siempre.

  Yo sonreí, algo nerviosa, pero su tono excesivamente confiado me incomodaba.

  —Helena: No deberíamos adelantarnos, Friedrich. Aún falta verificar los resultados. La ciencia no premia la arrogancia.

  él soltó una risa breve, casi condescendiente.

  —Friedrich: Bah. La ciencia premia a los audaces, Helena. A los que no temen pisar donde otros ni se atreven a mirar. ?Cree que Einstein dudaba de sí mismo cuando reescribe las reglas del universo?

  Se detuvo frente a uno de los monitores, observando los datos.

  —Friedrich: (alzando la voz) Estos números son impecables. Perfectos. Como yo los imaginado. Créeme: despés de hoy, el mundo registrará nuestros nombres, pero el mío, en letras más grandes.

  Sus palabras, impregnadas de vanidad, dejaron un eco incómodo en el laboratorio.

  —Helena: (en voz baja) La historia también recuerda a quienes abrieron puertas que nunca debieron abrirse...

  Friedrich, sin escuchar, o sin querer escuchar, sonrió para sí mismo mujeres daba la orden final.

  —Friedrich: Entonces, ?qué esperamos? ?Activemos el E.D.R. y desprecios el inicio de una nueva era!

  Algo muy dentro de mí susurró una publicidad que elegí ignorar.

  Apenas activos el E.D.R., un rugido ensordecedor estalló en el laboratorio.

  El suelo tembló violento. Parpadearon las luces. Entonces, ante nuestros ojos, una fisura negra, como una herida abierta en el tejido de la realidad, apareció flotando en el aire.

  Friedrich retrocedió, su rostro pálido, petrificado.

  —Helena: (gritando) ?Friedrich! ?Algo salió mal! ?Tenemos que apagarlo!

  Intenté correr hacia la consola, pero una onda de choque me lanza contra la pared.

  El laboratorio entero se desmoronaba. Las máquinas estallaban. Algunos colegios caían muertos aplastados por cuerpos.

  —Friedrich: (desesperado) ?Esto... no debería pasar! ?Mis cálculos eran perfectos!

  —Helena: (entre jadeos) ?Nada era perfecto, Friedrich! ?Nos cegó el orgullo!

  él negó con la cabeza, cubriéntose los oídos, como si pudiera negar la realidad misma.

  —Friedrich: (gritando) ?No puede ser culpa mía! ?Yo... yo lo hice todo bien!

  Yo también sentía la desesperación, pero no podíamos detenernos. El mundo alrededor nuestro se deshacia.

  —Helena: (llorando) ?Debemos salir de aquí! ?Ahora!

  Un enorme pedazo de concreto cayó sobre mí. Sentí un crujido sordo en mi brazo derecho, seguido de un dolor devastador.

  —Helena: (gritando) ?AAAAAH! ?MI BRAZO!

  Miré horrorizada: mi brazo estaba atrapado, el hueso sobresalía, la carne estaba desperrada como tela vieja. La sangre brotaba a borbotones.

  Friedrich correó a mí, intentando en vano levantar el bloque de concreto.

  —Friedrich: (temblando) ?No... no puedo moverlo!

  Me miró con los ojos desorbitados de terror.

  —Friedrich: (casi sollozando) Tendré que... Tenderé que destrozarlo para liberarte...

  Asentí, apenas conciente por el dolor insoportable.

  Friedrich agarró un trozo de hierro retorcido. Con lágrimas corriéndole por el rostro, comenzó a golpe mi brazo atrapado.

  El sonido de carne desnudose y hueso rompiéntose fue indescriptible.

  —Helena: (entre alaridos) ?HAZLO! ?ROMPELO, MAR DE MALDITA!

  El dolor me arrancó gritos salvajes. Cada golpe era como un latigazo de electricidad a través de mi cuerpo.

  Friedrich lloraba mientras me golpeaba, desesperado.

  —Friedrich: (gritando) ?LO SIENTO! ?LO SIENTO TANTO!

  Finalmente, con un último golpe brutal, el brazo cedió.

  Friedrich me envolvió el mu?ón con un trozo de tela ensangrentada, intentando frenar la hemorragia como podía, haciendo un torniquete improvisado.

  —Friedrich: (jadeando) ?Aguanta, Helena! ?Aguanta, por favor!

  El mundo giraba a mi alrededores. La sangre manchaba todo, caliente, pegajosa.

  No había más ciencia. No había más gloria.

  Solo sangre, dolor y arrepentimiento.

  Mientras intentábamos huir, un estudio sacudió el laboratorio.

  Una enorme astilla de vidrio cayó del techo, incrustándoe violentamente en el rostro de Friedrich, atravesando su ojo derecho.

  Su grito fue inhumano.

  —Friedrich: (gimiendo) ?MI OJO! ?AAAAH!

  Se arregla la astilla con una mano temblorosa. La sangre brotó en torrentes, cubriendo su bata perdida.

  Aun así, medio ciego y tambaleante, me carga de nuevo y corriente.

  Logramos salir del edificio... pero el exterior no ofrece salvación.

  La ciudad estaba en ruinas.

  Edificios ardiendo. Calles rotas. Cadáveres por doquier.

  De las fisuras abiertas quirguían los monstruos.

  No eran criaturas caóticas o amorfas.

  Eran perfectos.

  Modelos de una belleza fría y divina.

  Las primeras figuras que vimos eran como aves gigantescas de porcelana, sin plumas, de un blanco imputo, con un halo rojo flotando donde debería haber una cabeza.

  De otras fisuras salían cuerpos humanos esculpidos en porcelana blanca, sin cabeza, con el mismo halo rojo suspendido, brillando sobre ellos.

  Cada monstruo era exactamente igual a los demás, replicado sin errores, como producidos en serie en una fábrica impía.

  Los pocos civiles sobrevivos intentaban resistir. Se oían disparos. Los proyectos rebotaban inútilmente contra las criaturas, dejando solo rasgu?os leves en su superficie perfecta.

  La desesperación cundía.

  Un padre fue arreglado del suelo por una de las aves y soltado desde gran altura, su cuerpo estrellado con un sonido seco.

  Un grupo de jóvenes intentó incendiar a uno de los torsos caminantes, solo para ver el fuego apagarse como si el mismo aire conspirara contra ellos.

  Nada detenía a los invasores.

  Nada.

  Friedrich cayó de rodillas en medio de la calle, abrazándome débilmente.

  —Friedrich: (susurrando) Lo arruinamos... Helena... Lo arruinamos todo...

  Yo, casi inconsciente, lloraba silenciosamente.

  Las criaturas siguen avanzando.

  El cielo estaba abandonado en mil grietas brillantes.

  Parecia que el universo mismo se estaba desangrando.

  Entonces.es un destino.

  Una figura humanoide descendió como una exhalación de luz.

  Con un impacto brutal, derribó a uno de los monstruos de porcelana, desintegrándolo en un estallido de partículas brillantes.

  Friedrich y yo miramos ese milagro apenas respirando.

  ?Una salvación?

  ?Una esperanza?

  Cerré los ojos, dejando que la oscuridad me envolviera.

  Quizá no todo estaba perdido.

  No todavía.

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