La tormenta había cesado, dejando tras de sí un aire fresco y húmedo. El sol se abría paso entre las nubes, iluminando el bosque con una luz tenue que se filtraba entre las hojas. Althaea, con la capa de Martín aún sobre sus hombros, se levantó y estiró sus músculos, preparándose para continuar el viaje. Martín, aún algo entumecido por el frío de la noche, se incorporó lentamente, observando a la guerrera Beastman con una mezcla de admiración y curiosidad. A pesar de la barrera del idioma, había logrado establecer una conexión con ella, un lazo de confianza forjado en la supervivencia y la ayuda mutua.
Althaea, con un gesto, le indicó a Martín que la siguiera. Reanudaron la marcha, adentrándose en el bosque con la cautela de quienes saben que el peligro acecha en cada sombra. El camino se volvía más difícil a medida que avanzaban, con la maleza espesa y el terreno irregular. Martín, aún con la herida en el costado, se esforzaba por seguir el ritmo de Althaea, quien se desplazaba con la agilidad de un felino entre los árboles.
El aroma a humo, que habían percibido durante la tormenta, se intensificaba a medida que avanzaban. De pronto, Althaea se detuvo en seco, alzando la mano para indicar a Martín que guardara silencio. Un leve gemido, mezcla de dolor y miedo, llegó a sus oídos. Althaea, con un gesto, le indicó a Martín que la siguiera con cautela. Avanzaron sigilosamente entre los árboles, hasta que encontraron a una joven cierva atrapada en una trampa de cazadores. La cierva, con una de sus patas delanteras atrapada entre las afiladas mandíbulas de metal, intentaba liberarse en vano, sus ojos llenos de pánico.
Althaea, con un gru?ido suave, se acercó a la cierva, hablándole en un idioma gutural que Martín no comprendió. La cierva, al principio, se mostró asustada, pero la voz calmada de Althaea y sus movimientos suaves la tranquilizaron. Althaea, con cuidado, examinó la trampa, buscando la forma de liberarla sin causarle más da?o.
Martín, observando la escena, se acercó a Althaea y le ofreció su cuchillo. Althaea lo miró con sorpresa, sus ojos ámbar se abrieron ligeramente. Dudó por un instante, pero luego aceptó el cuchillo con un gesto de agradecimiento. Con movimientos precisos, cortó las cuerdas que sujetaban la trampa, liberando la pata de la cierva. La cierva, con un gemido de alivio, se puso de pie, cojeando ligeramente. Althaea, con un gesto de despedida, la acarició suavemente en el lomo, y la cierva se adentró en el bosque, desapareciendo entre los árboles.
Althaea se giró hacia Martín, devolviéndole el cuchillo. "Danko (gracias)", dijo, con una leve sonrisa. "Eres... bueno."
Martín, conmovido por el gesto, asintió con la cabeza. La experiencia compartida había fortalecido el lazo entre ellos, creando una conexión que iba más allá de las palabras.
Continuaron su camino, el aroma a humo se intensificaba a medida que avanzaban. De pronto, el bosque se abrió ante ellos, revelando un claro desolado. árboles carbonizados se alzaban hacia el cielo como espectros negros, sus ramas retorcidas y sin vida. El suelo estaba cubierto de ceniza, y un silencio sepulcral reinaba en el lugar. El aire era denso, cargado con el olor a madera quemada y un ligero toque a azufre.
Althaea se detuvo en seco, su cuerpo tenso, sus ojos ámbar fijos en la desolación que se extendía ante ellos. Un gru?ido bajo escapó de sus labios, un sonido que reflejaba la tristeza y la rabia que sentía al ver la destrucción. Martín, a su lado, observaba la escena con una mezcla de horror y compasión. Comprendía el dolor que Althaea debía estar sintiendo, aunque no podía expresarlo con palabras.
Continuaron su camino en silencio, el peso de la destrucción del claro se cernía sobre ellos. Tras un par de horas de caminata, llegaron a una bifurcación en el camino. Uno de los caminos, marcado por huellas de pezu?as y el aroma a tierra húmeda, se dirigía hacia el este, adentrándose en un bosque más denso. El otro camino, apenas visible entre la maleza, se dirigía hacia el norte, hacia lo desconocido.
Althaea se detuvo, se?alando el camino del este con su lanza. "Tarnak (aldea)... segura", dijo, con un tono de voz que Martín interpretó como una invitación. Luego, se?aló el camino del norte, su expresión se volvió seria. "Kharash (peligro)... desconocido", a?adió, con un gru?ido bajo.
Martín observó ambos caminos, sintiendo una mezcla de miedo y curiosidad. El camino del este, hacia la aldea, representaba la seguridad, la posibilidad de aprender más sobre este nuevo mundo y la cultura de los Hombres Bestia. El camino del norte, hacia lo desconocido, era una promesa de aventura, pero también de peligro.
?Qué debo hacer?, se preguntó Martín, su mente debatiéndose entre la lógica y la intuición. ?Debo seguir a Althaea hacia la seguridad de su aldea o arriesgarme a explorar lo desconocido?
La imagen de su familia, de su hogar, cruzó por su mente. Anhelaba regresar, pero sabía que aún no estaba preparado. Necesitaba aprender más, fortalecerse, comprender mejor este mundo antes de intentar volver.
Confío en Althaea, pensó, recordando cómo lo había salvado del lobo gigante y cómo lo había guiado a través del bosque. Ella me ha demostrado que puedo confiar en ella.
"Tarnak (aldea)", dijo Martín, con un tono de voz firme, se?alando el camino del este. Althaea lo miró con sorpresa, sus ojos ámbar se abrieron ligeramente. Asintió con la cabeza, una leve sonrisa se dibujó en su rostro.
"?Por qué eliges Tarnak?", preguntó Althaea, utilizando una mezcla de gestos y palabras en Varyan que Martín había aprendido a comprender. "El camino al norte... es peligroso, pero también lleno de respuestas."
Martín dudó por un instante. La curiosidad lo tentaba, pero la lógica y la confianza en Althaea se impusieron. "Necesito aprender", respondió, se?alando a sí mismo y luego a Althaea. "Necesito ser fuerte. Tarnak... me ayudará."
Althaea asintió, comprendiendo sus palabras. "Tarnak te dará refugio", dijo, su voz sonaba más suave ahora. "Te ense?aremos lo que sabemos. Pero el camino que elijas después... será tuyo."
"?Por qué te afecta tanto la destrucción?", preguntó Martín, se?alando el claro quemado y luego a Althaea.
Althaea suspiró, su mirada se perdió en la distancia. "Hace tiempo... mi clan... fue atacado. Humanos... codiciosos... quemaron nuestra aldea... mataron a muchos... yo... escapé."
Martín, conmovido por la confesión de Althaea, le tocó el brazo con un gesto de compasión. No entendía todas sus palabras, pero comprendía el dolor que ella sentía.
Tras un par de horas de caminata, el bosque se abrió ante ellos, revelando un valle oculto entre las monta?as. En el centro del valle, se alzaba la aldea de Tarnak, un conjunto de chozas construidas con madera, piedra y pieles de animales, que se integraban armoniosamente con el entorno. Las chozas, con techos de paja y paredes de adobe reforzadas con troncos, estaban dispuestas en círculo alrededor de un gran árbol ancestral, cuyas ramas se extendían como brazos protectores sobre la aldea. El aire estaba impregnado del aroma a madera, tierra húmeda, hierbas medicinales y el humo de las fogatas que ardían frente a las viviendas. Althaea le explicó a Martín que Tarnak significaba "Refugio del Bosque" en su idioma, y que la aldea era el hogar de varios clanes de Hombres Bestia, cada uno con sus propias tradiciones y habilidades.
Althaea le explicó a Martín que cada choza representaba un clan familiar, y que la vida en Tarnak se basaba en la cooperación y el respeto por la naturaleza. Los Hombres Bestia se dedicaban a la caza, la recolección y la protección del bosque, y sus habilidades para comunicarse con los animales y utilizar la magia natural eran esenciales para su supervivencia.
Al acercarse a la aldea, Martín pudo distinguir a algunos de sus habitantes. Un grupo de ni?os con rasgos de lobo jugaban cerca del arroyo, mientras que un anciano con cuernos de ciervo tallaba una figura de madera frente a su choza. Un hombre corpulento con una melena de león y una mirada penetrante se acercó a Althaea, saludándola con un gru?ido amistoso. Althaea le presentó a Martín como un amigo que necesitaba su ayuda, y el hombre, que se llamaba Bronn, asintió con la cabeza, mostrando una leve sonrisa.
Al llegar al centro de la aldea, el disco de metal en el bolsillo de Martín comenzó a vibrar con intensidad, emitiendo un leve zumbido. Martín lo sacó y lo observó con atención. El brillo del disco se intensificaba, y a través de él, Martín pudo ver cómo la energía mágica del entorno se arremolinaba, formando patrones complejos y cambiantes. Vio líneas de código verde brillante que se retorcían y crepitaban como peque?as llamas, entrelazadas con símbolos rúnicos que parecían vibrar al ritmo de la vida de la aldea. La vibración se intensificaba, y Martín sintió una punzada de inquietud, acompa?ada de un dolor agudo en la cabeza. Una imagen fugaz cruzó por su mente: un símbolo rúnico rojo intenso que se repetía en el código, como una se?al de alarma. La energía que detectaba era densa, casi opresiva, como si una tormenta de fuego se estuviera gestando. Althaea, al percatarse de la reacción del disco y la expresión de Martín, se detuvo en seco y alzó la cabeza, olfateando el aire con una expresión de alarma. Un gru?ido bajo escapó de sus labios, y su mano se posó sobre el amuleto de hueso que colgaba de su cuello.
"Kharash... (peligro)", murmuró Althaea, con la voz tensa. Martín, sin entender la palabra, pero sintiendo la urgencia en su tono, guardó el disco rápidamente.
If you come across this story on Amazon, be aware that it has been stolen from Royal Road. Please report it.
Althaea, con un gesto, le indicó a Martín que la siguiera hacia la choza del chamán, un anciano con cuernos de búfalo y ojos que parecían albergar la sabiduría de mil lunas. El chamán, tras observar el disco de metal y escuchar la descripción de Martín sobre su vibración, frunció el ce?o. "La energía... está inquieta", dijo, su voz era un susurro áspero. "Algo oscuro se acerca a Tarnak."
Martín, a pesar de no comprender completamente las palabras del chamán, sintió un escalofrío recorrer su espalda. La aldea, que hasta entonces le había parecido un remanso de paz, ahora se sentía vulnerable, amenazada por una sombra invisible.
?Qué debo hacer?, se preguntó Martín, su mente llena de preguntas. ?Cómo puedo ayudar a proteger este lugar que me ha ofrecido refugio?
Althaea, con una mirada de determinación, se interpuso entre Martín y el chamán. "Protegeremos Tarnak", dijo, su voz sonaba firme y decidida. "Juntos."
Martín observaba a los Hombres Bestia con una mezcla de fascinación y respeto. Sus rasgos animales, sus movimientos, sus expresiones, eran tan diferentes a todo lo que había conocido. Comprendió que antes de intentar regresar a casa, debía conocer a fondo este nuevo mundo. La aldea de Althaea parecía ser el lugar perfecto para hacerlo, ya que le permitiría aprender sus costumbres y fortalecer sus habilidades.
Este es el camino que debo seguir, pensó Martín, con una determinación renovada. Aquí puedo aprender, puedo crecer, puedo prepararme para lo que venga.
Althaea, con un gesto, le indicó a Martín que la siguiera. Ambos se adentraron en la aldea, con la promesa implícita de una alianza que los uniría en un camino de aprendizaje y descubrimiento mutuo.
La noche se cernía sobre el bosque, envolviendo el claro en una penumbra cada vez más profunda. Martín, sentado junto al fuego, sentía una creciente inquietud. No era solo el frío o la soledad lo que le perturbaba, sino una sensación de ser observado, como si unos ojos invisibles lo escrutaran desde la oscuridad. A lo lejos, el aullido de un lobo resonó en la noche, recordándole la ferocidad de la naturaleza en este lugar. Martín se aferró al cuchillo que Bronn le había dado, buscando una falsa sensación de seguridad.
Mientras la noche se acerca, Martín siente un escalofrío que no proviene del frío. Una sombra se mueve en la periferia de su visión, una silueta oscura que se desliza entre los árboles. El corazón de Martín late con fuerza, y un sudor frío recorre su espalda. Intenta convencerse de que es solo un animal, pero la sombra se mueve con demasiada inteligencia, demasiado sigilo. Un gru?ido bajo, casi imperceptible, llega a sus oídos, y el olor a almizcle y a bestia salvaje llena el aire. Martín se levanta lentamente, con el cuchillo que Bronn le dio en la mano. La sombra se acerca,
y Martín puede distinguir ahora la figura de una guerrera, alta y musculosa, con orejas puntiagudas que se asemejan a las de un lobo. Sus ojos ámbar brillan en la oscuridad, observándolo con atención. La guerrera lleva una armadura de cuero curtido, adornada con plumas de águila y cuentas de hueso, que le permite moverse con agilidad entre los árboles. En su mano derecha, sostiene una lanza de madera nudosa, cuya punta de obsidiana brilla con una luz tenue.
?Quién es esta criatura?, se preguntó Martín con temor, mientras la guerrera se acercaba. Su instinto le decía que huyera, pero algo en la mirada de la guerrera, una mezcla de curiosidad y cautela, lo mantenía paralizado. La guerrera, por su parte, observaba a Martín con una mezcla de desconfianza y fascinación. Nunca había visto a un humano tan de cerca, y su aspecto, tan diferente al de los suyos, le generaba una mezcla de curiosidad y recelo. ?Qué hace este extra?o en nuestro territorio?, se preguntó, mientras sus sentidos agudizados detectaban el aroma a miedo que emanaba de Martín. ?Representa una amenaza?
La guerrera se detiene a unos metros de Martín, observándolo con cautela. Sus ojos ámbar recorren su cuerpo, evaluando su postura, sus movimientos. Martín, paralizado por el miedo, levanta las manos lentamente, mostrando que no tiene intenciones hostiles. La guerrera frunce el ce?o, sin bajar la guardia. Intenta hablarle en un idioma gutural que Martín no comprende. Se?ala su boca y sacude la cabeza, intentando hacerle entender que no hablan el mismo idioma. Luego, se?ala a Martín, a sí misma, y al bosque, como preguntando qué hace allí. Martín, recordando las ense?anzas de Talia, intenta comunicarse a través de gestos. Se?ala el cielo y dibuja un círculo con el dedo, imitando el sol. Luego, se?ala a sí mismo y hace un gesto de caminar, indicando que ha estado viajando durante días. La guerrera observa sus movimientos con atención, intentando descifrar su significado. Asiente lentamente, como comprendiendo parte del mensaje. Luego, se?ala a Martín y a su costado, donde la lanza del goblin lo hirió. Frunce el ce?o, mostrando preocupación por la herida.
Martín se toca el costado, sintiendo un dolor agudo. La herida aún sangra, y la tela de su camisa está empapada. La guerrera se acerca con cautela, y Martín retrocede instintivamente. Ella levanta las manos de nuevo, mostrando que no tiene intenciones de hacerle da?o. Se?ala la herida de Martín y luego busca algo en su cinturón. Saca una peque?a bolsa de cuero y la abre, mostrando una pasta de color verde oscuro con un aroma a hierbas. Con un gesto, le indica a Martín que se la aplique en la herida. Martín duda por un instante, pero la expresión de la guerrera es sincera, y el dolor de la herida lo impulsa a aceptar su ayuda. Toma la pasta y la aplica con cuidado sobre la herida. Al instante, siente un alivio, un frescor que calma el ardor. La hemorragia se detiene, y la herida comienza a cicatrizar rápidamente. Martín observa a la guerrera con gratitud, asintiendo en se?al de agradecimiento. Ella sonríe levemente, mostrando sus colmillos, y le ofrece un trozo de carne seca. Martín acepta la ofrenda, y ambos comparten el alimento en silencio, sentados junto al fuego.
Un gru?ido bajo resonó en la distancia, seguido por el crujir de ramas secas bajo un peso considerable. El aire se volvió denso, cargado con un olor a almizcle y a bestia salvaje. La guerrera se tensó, sus ojos ámbar se abrieron con alarma. Una sombra enorme se movía entre los árboles, acercándose rápidamente al claro.
Un lobo gigante, del tama?o de un oso, emergió de entre los árboles, sus ojos rojos brillando con una ferocidad salvaje. Sus fauces se abrieron en un gru?ido amenazante, mostrando colmillos afilados que goteaban saliva. La bestia se abalanzó sobre Martín, quien, aún débil por la herida, apenas tuvo tiempo de reaccionar. La guerrera, con la velocidad de un felino, saltó frente a Martín, interponiéndose entre él y la bestia. Su lanza, adornada con runas de protección, brilló con una luz tenue al chocar contra los colmillos del lobo. La bestia retrocedió, sorprendida por la repentina aparición de la guerrera. Con una agilidad sorprendente para su tama?o, esquivó un zarpazo del lobo y contraatacó con un movimiento fluido, clavando su lanza en el costado de la criatura. El lobo aulló de dolor, pero su furia no disminuyó. Se abalanzó de nuevo sobre ella, intentando derribarla con su peso. La guerrera, con una fuerza descomunal, resistió el embate y, con un movimiento rápido, liberó su lanza del costado del lobo, asestándole un golpe certero en la cabeza. La bestia se desplomó en el suelo, inerte.
La guerrera, con la respiración agitada, observó al lobo muerto a sus pies. Luego, se giró hacia Martín, quien la observaba con una mezcla de miedo, asombro y gratitud. La guerrera se acercó a Martín con cautela, observándolo con atención. Frunció el ce?o, frustrada por la barrera del idioma. Sacudió la cabeza, como lamentando no poder hacerse entender. Tomó un trozo de carbón del fuego y dibujó en el suelo la figura de un lobo, una flecha apuntando hacia él, y luego la figura de una mujer con una lanza. Martín asintió, comprendiendo el mensaje. La guerrera sonrió levemente, mostrando sus colmillos, y le ofreció la mano. Martín, aún tembloroso, aceptó el gesto, sintiendo la fuerza y la calidez de la mano de la guerrera. Dudó por un instante, la mirada de la guerrera era intensa, pero su sonrisa le transmitía una sensación de seguridad. Con un gesto de la cabeza, ella le indicó que la siguiera. Martín, armándose de valor, se levantó y la siguió, adentrándose en la oscuridad del bosque junto a su salvadora.El fuego crepitaba en la oscuridad, proyectando sombras danzantes sobre los árboles que rodeaban el claro. Martín, aún con el corazón latiendo con fuerza tras el ataque del lobo gigante, observaba a la guerrera Beastman que lo había salvado. Ella, con la respiración aún agitada por el combate, se movía con una gracia salvaje mientras revisaba su lanza, asegurándose de que la punta de obsidiana no se hubiera da?ado.
La mirada de Martín se posó en la guerrera, una mezcla de temor y fascinación lo embargaba. Ella, percibiendo su atención, se giró hacia él, sus ojos ámbar brillando en la oscuridad. Su rostro, con rasgos felinos y una expresión seria, transmitía una fuerza que contrastaba con la fragilidad que Martín sentía en ese momento. La guerrera, que se hacía llamar Althaea, frunció el ce?o, como si intentara comprender los pensamientos del extra?o que tenía frente a ella.
La barrera del idioma era un muro infranqueable entre ellos, pero la necesidad de comunicarse era evidente. Althaea, con un gesto decidido, tomó un trozo de carbón del fuego y comenzó a dibujar en la tierra. Primero, trazó la figura de un lobo, luego una flecha apuntando hacia él, y finalmente, la silueta de una mujer con una lanza. Martín asintió, comprendiendo que ella se refería al ataque del lobo y a su propia intervención.
Martín, a su vez, tomó una rama y dibujó en la tierra la figura de un hombre caminando, luego un círculo con rayos que representaba el sol, y finalmente, un signo de interrogación. Quería saber quién era ella, de dónde venía, y por qué lo había ayudado. La guerrera observó los dibujos con atención, y luego, con un movimiento de cabeza, le indicó que la siguiera.
Se adentraron en el bosque, Althaea liderando el camino con paso seguro. Martín la seguía de cerca, observando con atención. Ella se movía con una agilidad sorprendente, esquivando ramas y raíces con facilidad.
En un momento dado, Althaea se detuvo en seco, olfateando el aire con intensidad. Levantó una mano, indicándole a Martín que guardara silencio. Martín, con el corazón latiendo con fuerza, se agachó tras un arbusto, imitando su postura. Althaea se acercó a un árbol y, con un movimiento rápido, extrajo un cuchillo de su cinturón. Con la punta del cuchillo, cortó una rama gruesa y la partió por la mitad, revelando un panal de abejas silvestres. Un zumbido amenazante llenó el aire, y Martín pudo ver cómo algunas abejas, alertadas por la intrusión, comenzaban a volar alrededor del panal. Althaea, con cuidado, extrajo un trozo del panal, lleno de miel dorada, y se lo ofreció a Martín.
Martín, aún conmocionado, aceptó la miel con un gesto de agradecimiento. La miel era dulce y reconfortante, y le devolvió algo de energía tras el susto. Althaea sonrió levemente, mostrando sus colmillos, y luego, con un gesto, le indicó que continuaran su camino.
A medida que avanzaban, Martín se dio cuenta de que Althaea no solo era una guerrera formidable, sino también una experta en supervivencia. Ella conocía el bosque como la palma de su mano, identificando plantas comestibles, encontrando fuentes de agua fresca, y creando refugios improvisados con ramas y hojas. Martín, a pesar de la barrera del idioma, intentaba aprender de ella, observando cada uno de sus movimientos, con la esperanza de poder valerse por sí mismo en este nuevo mundo.
La desconfianza inicial entre ellos se iba disipando lentamente, reemplazada por una extra?a mezcla de respeto y curiosidad. Martín aún no sabía qué le deparaba el futuro en este lugar, pero la presencia de Althaea, su fuerza y su conexión con la naturaleza, le daban una peque?a esperanza en medio de la incertidumbre.
Martín eligió quedarse, aprender, confiar.
Pero el disco ya lo sabe: hay algo mal escrito en el código de este mundo.