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Capítulo 5 - Lenguas, Símbolos y Olla de Guiso

  La consciencia de Martín regresó lentamente, como si emergiera de un pozo profundo y oscuro. Un dolor sordo palpitaba en su cabeza, y la luz del sol que se filtraba por una ventana esconocida le molestaba los ojos. Cada músculo de su cuerpo le dolía, y un escalofrío recorrió su espalda al sentir la áspera textura de un colchón de paja bajo su cuerpo. Intentó incorporarse, con un gemido de dolor que escapó de sus labios resecos. Una mano firme y cálida se posó sobre su hombro, presionándolo suavemente contra el colchón. Abrió los ojos, encontrándose con la mirada preocupada de Talia. Ella le sonrió, un gesto tranquilizador que, a pesar de la barrera del idioma, le transmitió seguridad.

  Martín se encontraba en una habitación peque?a y sencilla, con paredes de madera y un techo de paja. El aroma a hierbas medicinales y a tierra húmeda llenaba el aire, una mezcla extra?a pero reconfortante. Un fuego crepitaba alegremente en la chimenea, proyectando sombras danzantes sobre las paredes. A su lado, en una peque?a mesa de madera tallada, había un cuenco de arcilla con un líquido humeante que desprendía un aroma a especias y hierbas.

  Talia le ofreció el cuenco con un gesto suave, indicándole que debía beber. Martín, con la garganta seca y un sabor amargo en la boca, tomó el cuenco con manos temblorosas. El líquido, una infusión de hierbas con un toque dulce y picante, le reconfortó el cuerpo y le despejó la mente.

  "?Qué... qué pasó?", intentó preguntar, con la voz rasposa. Las palabras se atascaron en su garganta, un recordatorio de la barrera que lo separaba de este nuevo mundo.

  Talia negó con la cabeza, con una expresión de comprensión. Se?aló el cuenco y luego a Martín, indicándole que debía descansar y recuperarse.

  Los días siguientes fueron una nebulosa de dolor, descanso y confusión. Martín se recuperaba lentamente bajo el cuidado de Talia y su familia. La barrera del idioma era un muro infranqueable, un abismo que lo separaba de la comprensión. A pesar de la frustración de no poder comunicarse, la bondad de sus gestos y la calidez de su hogar le hicieron sentir seguro. Talia, con una paciencia infinita, intentaba ense?arle algunas palabras básicas en Varyan, el idioma local. Se?alaba objetos, repetía sus nombres una y otra vez, y le animaba a imitarla con una sonrisa. Martín, con su mente analítica, intentaba encontrar patrones en el idioma, buscando una lógica que le permitiera comprenderlo más rápidamente.

  "Tora", decía Talia, se?alando un árbol que se veía por la ventana. "Tora".

  Martín repetía la palabra, con una pronunciación torpe que hacía reír a Elara, la hija de Talia. Kaelen, el hijo menor, lo imitaba con entusiasmo, balbuceando sonidos que se asemejaban vagamente a la palabra "tora".

  La frustración lo invadía cada vez que intentaba comunicarse y no lo lograba. Se?alaba su boca y su estómago vacío para indicar que tenía hambre, pero Talia solo le ofrecía más infusiones de hierbas, con una mirada de preocupación que no lograba descifrar. Hacía gestos para preguntar por el bosque, por la ciudad que había visto en la distancia, por el disco de metal que aún guardaba en su bolsillo, pero sus intentos solo generaban confusión en los ojos de Talia.

  Un día, mientras Martín intentaba, sin éxito, explicar con gestos que necesitaba algo para escribir, Talia le trajo un trozo de carbón y un pergamino. Con una sonrisa comprensiva, le indicó que dibujara lo que quería decir. Martín, con un suspiro de alivio, tomó el carbón y comenzó a dibujar. Dibujó un vaso de agua, un plato de comida, un árbol, un sol, la ciudad que había visto en la distancia. Talia, observando con atención, asentía con la cabeza cada vez que comprendía un dibujo, sus ojos ámbar brillando con una mezcla de curiosidad y alivio.

  A partir de ese momento, el dibujo se convirtió en su principal forma de comunicación. Martín dibujaba lo que quería decir, y Talia respondía con palabras, gestos o, a veces, con más dibujos. La comunicación era lenta y a menudo imprecisa, pero era un puente que les permitía conectar a pesar de la barrera del idioma.

  Martín aprendió que el pueblo se llamaba Oakhaven, y que sus habitantes eran principalmente agricultores y cazadores. Talia le mostró las herramientas que utilizaban para trabajar la tierra: azadas de madera con puntas de piedra, hoces de hierro forjado, y palas de madera reforzadas con cuero. Le ense?ó los nombres de las plantas que cultivaban: trigo, cebada, maíz, y una variedad de vegetales que Martín no reconocía.

  Un día, Talia lo llevó a los campos de cultivo que rodeaban el pueblo. Martín observó con fascinación cómo los aldeanos trabajaban la tierra, utilizando herramientas que le parecían rudimentarias pero eficientes. Talia le explicó, con gestos y dibujos, el ciclo de las estaciones, la importancia de las lluvias para las cosechas, y los rituales que realizaban para pedir la bendición de la tierra.

  "Terra bona", decía Talia, se?alando la tierra fértil. "Terra mala", a?adía, se?alando un parche de tierra seca y agrietada.

  Martín, observando con atención, notó que los aldeanos no solo utilizaban herramientas para trabajar la tierra, sino que también realizaban una serie de movimientos con las manos, como si estuvieran dibujando símbolos en el aire. Estos movimientos, acompa?ados de murmullos en Varyan, parecían tener un efecto en la tierra, haciendo que las plantas crecieran con más vigor.

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  Intrigado, Martín intentó imitar los movimientos de los aldeanos, pero Talia lo detuvo con una mirada de advertencia. Le explicó, con gestos y dibujos, que la magia de la tierra era poderosa y que solo aquellos que habían sido entrenados podían utilizarla sin riesgo.

  "Zor... periculosa", dijo Talia, con una expresión seria.

  Martín, aunque decepcionado, comprendió. La magia en este mundo era real, y no podía ser tomada a la ligera. Sin embargo, su mente analítica no podía dejar de buscar una explicación lógica para lo que había visto.

  "?Cómo funciona la magia?", se preguntó, con la mente llena de preguntas. "?Es un tipo de energía? ?Un código? ?Un lenguaje?"

  Esa noche, mientras los demás dormían, Martín se sentó a la mesa, con su cuaderno de campo abierto ante él. Bajo la tenue luz de una lámpara de aceite, repasaba sus anotaciones, los dibujos de los rituales, las palabras que había aprendido, los símbolos que aún no lograba descifrar. El disco de metal que había encontrado en las ruinas yacía sobre la mesa, emitiendo un tenue resplandor azulado que parecía intensificarse cada vez que Martín pensaba en la magia.

  "Hay una conexión", pensó, con una punzada de emoción. "El disco, la magia... hay algo que aún no puedo ver."

  De pronto, el disco comenzó a vibrar, emitiendo un resplandor más intenso. Martín lo tomó en sus manos, sintiendo una energía fría y vibrante que le recorría los dedos. La imagen del árbol que había visto en las ruinas se formó en la superficie del disco, con las ramas extendiéndose hacia el cielo, como si estuvieran buscando algo.

  Martín, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho, levantó la mirada hacia la ventana. A través del cristal, vio la luna llena brillando en el cielo, ba?ada por una luz plateada que parecía conectar con el resplandor del disco.

  "La luna...", murmuró, con una mezcla de asombro y esperanza. "El disco reacciona a la luna."

  En ese momento, Martín comprendió que el disco no era un simple objeto, sino una clave para entender la magia de este nuevo mundo. Una clave que, quizás, le ayudaría a encontrar un camino de regreso a casa.

  Mientras observaba el disco, Martín notó que los símbolos grabados en su superficie parecían moverse ligeramente, como si estuvieran intentando formar un patrón. Concentró su mirada en los símbolos, y por un instante, la sensación que había experimentado junto al fuego regresó. Esta vez, la energía que emanaba del disco era más intensa, más fría, y se extendía por sus brazos como una corriente eléctrica.

  Sintió un impulso irresistible de tocar los símbolos, de intentar descifrar su significado. Extendió un dedo tembloroso y lo posó sobre uno de los grabados. Una descarga de energía recorrió su cuerpo, haciéndolo retroceder con un grito ahogado. El disco cayó al suelo, y el resplandor azulado se desvaneció.

  Martín se quedó inmóvil, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho. La energía que había sentido era poderosa, pero también extra?a, como si no perteneciera a este mundo. Se frotó los dedos, aún sintiendo un hormigueo residual.

  "?Qué era eso?", se preguntó, con la voz temblorosa. "?Qué poder hay en este disco?"

  En ese momento, escuchó un ruido en la puerta. Talia entró en la habitación, con una expresión de preocupación en su rostro. Al ver a Martín pálido y con el disco en el suelo, se acercó rápidamente y le preguntó qué había sucedido.

  Martín, aún conmocionado, intentó explicarle lo que había sentido, pero la barrera del idioma lo frustraba. Se?aló el disco, luego su mano, y finalmente su cabeza, intentando transmitir la sensación de energía y la confusión que lo invadía.

  Talia, aunque no comprendía sus palabras, percibió su angustia. Le tomó la mano con un gesto tranquilizador y le indicó que debía descansar. Martín, agotado por la experiencia, se dejó llevar por el sue?o, con la imagen del disco y la luna llena grabados en su mente.

  A la ma?ana siguiente, Martín se despertó sintiendo una nueva determinación. Tenía que comprender el poder del disco, tenía que descubrir su conexión con la magia de este mundo. Se levantó de la cama y buscó a Talia. La encontró en la cocina, preparando el desayuno para su familia.

  Con gestos y dibujos, Martín le explicó que quería aprender más sobre la magia, que quería entender cómo funcionaba. Talia, aunque sorprendida por su interés, asintió con la cabeza. Le indicó que debía acompa?arla al bosque, donde le mostraría los secretos de la magia natural.

  Mientras caminaban por el bosque, Talia le ense?ó a Martín sobre las diferentes plantas y hierbas que utilizaban para curar enfermedades y proteger sus cosechas. Le explicó cómo canalizar la energía de la tierra para fortalecer las plantas y cómo pedir la bendición de los espíritus del bosque para asegurar una buena cosecha.

  Martín observaba con atención, intentando comprender la lógica detrás de los rituales de Talia. Veía los movimientos de sus manos, los murmullos en Varyan, la forma en que la energía fluía a través de ella, y su mente buscaba patrones, conexiones, un código que pudiera descifrar.

  De pronto, mientras Talia realizaba un ritual para bendecir un árbol joven, Martín vio algo que le hizo contener la respiración. Una serie de símbolos rúnicos, similares a los grabados en el disco, aparecieron en el aire alrededor de Talia, brillando con una luz tenue y azulada. Los símbolos se movían, se entrelazaban, formando patrones que parecían activar la energía de la tierra.

  "?Los símbolos!", exclamó Martín, se?alando los grabados en el aire.

  Talia se detuvo, sorprendida por su reacción. No comprendía sus palabras, pero percibió su emoción. Martín, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho, sacó el disco de su bolsillo y se lo mostró a Talia.

  La mujer frunció el ce?o, observando el disco con atención. Luego, con un gesto de comprensión, asintió con la cabeza. Se?aló el disco, luego los símbolos en el aire, y finalmente a Martín, como si le estuviera diciendo que había una conexión entre ellos.

  En ese momento, Martín supo que estaba en el camino correcto. El disco, la magia, los símbolos... todo estaba conectado. Tenía que seguir aprendiendo, tenía que desentra?ar los secretos de este nuevo mundo, y quizás, en algún lugar entre la magia y el código, encontraría la clave para regresar a casa.

  ?Ustedes qué harían con un disco brillante que reacciona a la luna? (Yo lo vendería por comida, pero no soy el protagonista.)

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