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Capítulo 4 - Hermano de Cadenas

  Siel anda solo por las calles, arrastrando a la gran máquina de nombre Chinchin. El barrio es cada vez más estrecho y laberíntico. El suelo de piedra está sucio y sostiene periódicos y papeles húmedos. Al girar la manzana, el chico halla un callejón de celdas. Oscuras jaulas cuelgan de un tejado ancestral a cuatro aguas y se balancean despacio con el viento. Desde el interior de una de las cárceles, a nivel del suelo, dos peque?os ojos observan al chico, diminutos y brillantes.

  —Vaya, hola —Siel se arrodilla delante de él—. ?Qué especie eres?

  —Kipa…

  —Ja, ja... Qué adorable.

  El animal descubre el hocico y olfatea el dedo de Siel, cuando de repente un grito lo envía de nuevo a la oscuridad.

  —?Ahí estás! —Mana llega jadeante, descansando con las manos en las rodillas— ?No podías esperarme DOS minutos?

  —Entiende que no puedo saber qué estás tramando a cada momento.

  —Pero bueno, ?es que eres un desconfiado!

  —No es verdad.

  —Ah, ya da igual... —Mana se sacude el sudor de la frente, luego queda en silencio con las manos sobre las caderas. —?Estabas haciendo algo?

  —No. Solo me adelantaba. ?Por qué?

  Mana frunce el ce?o. Sus ojos se deslizan hasta la jaula que Siel guarda bajo el sobaco.

  —?Qué es lo que llevas ahí?

  —No es nada importante —él desvía la mirada.

  —Hm… Hoy seguro estás raro. ?Será mejor que me des a Chinchin!

  Mana le arrebata el mosquetón y se lo ata al cinturón del mono, de modo que comienza a cargar la gran máquina.

  —Jobar… —Siel le pisa los talones—. Mira que eres cabezona.

  —Ya, ya. ?Aún más importante! —exclama—. ?Tenemos un problema con tu atajo milagroso, Siel! ?No hay manera que Chinchin se mueva por estas callejuelas!

  —Cierto… —Siel mira a su alrededor—. Tendremos que dar la vuelta.

  —?Eso nunca! —protesta ella—. Antes Chinchin derribará estos muros —Mana da un pu?etazo al aire, luego mira hacia atrás—: ?verdad que sí, cari?ín?

  La gran máquina responde con su silencio.

  Al cabo de un tiempo ambos se detienen en una peque?a encrucijada. Carpas rojas lucen en las esquinas, ropa sucia desperdigada por el suelo y modestos puestos de comida es todo lo que ocupa la vista. Mana y Siel aprovechan para descansar, ella abriendo una barrita energética y dándole un mordisco.

  —Este lugar está hecho un asco —se?ala Mana mientras mastica—. Y yo que pensé —a?ade— que mi pueblo no tenía nada que ofrecer.

  —?Has venido de muy lejos?

  —Hm, un poco —ella chupa sus dedos—. ?Cuánto tiempo habré caminado...? Podrían ser meses… o incluso a?os…

  —?Y tu familia?

  —Papá se marchó —le explica—. Mamá me regaló a Chinchin, pero luego no la vi más.

  Mana inclina el gesto algo melancólica.

  —Cuando yo me fui del pueblo, todavía había muchas personas. Creí que encontraría muchas personas en la ciudad.

  —Pero está claro que aquí no hay nadie —comprende él.

  —No… Es un milagro que nos hayamos cruzado con Gildong en primer lugar.

  Mana guarda silencio, observando el misterioso anillo grabado con una ?V? que el joven le había regalado antes de despedirse.

  —?Querías saber sobre mamá? Siempre estaba trabajando —le revela—. Seguro que construía magníficos robots como Chinchin…

  —Pero todo se vino abajo —Siel se sienta en una silla de plástico—. ?Por qué?

  —Primero fue la ola gigante —detalla Mana—. Tuvimos que dejar la casa. Después estuvimos vagando. Este mono —la chica tira de su solapa— es toda la ropa que tenía. Era un recambio de mamá. La llave inglesa también es suya.

  Mana suspira melancólica, jugando a balancear el pie sobre una pegatina del suelo una y otra vez.

  —?La Plaga Blanca ya está aquí?.

  —?Cómo?… —Mana se vuelve hacia Siel. El chico está inclinado sobre un mostrador hacia el interior de un cuarto estrecho.

  —Es una pintada. Creo que la he visto en otros lugares...

  —?La Plaga Blanca?… —Mana se frota la frente—. Hm… ?Debería sonarme? ?No será el título de una canción?

  —Sería un nombre curioso —dice él entre risas.

  —?Oye! No te burles.

  Algo chirría sobre el asfalto a cierta distancia, un bastón de plata siendo arrastrado. Ninguno de los dos se percata de ello cuando, minutos más tarde, se deslizan por un camino estrecho entre dos paredes.

  —?Ahí! —Mana se?ala una escalera—. ?Siel, dame impulso!

  —?Segura?

  —?Desde arriba te echo un cable!

  Siel duda por un instante, pero finalmente accede. Con la espalda en la pared, cede sus hombros para que Mana suba por ellos hasta arriba. La chica hace chirríar el metal con cada paso y, al tomar impulso sobre el último de los escalones, la escalera se desengancha bajo sus pies y cae estrepitosamente hacia el suelo.

  —?Perdón! —desde el balcón, Mana junta las manos—. ?He sido yo!

  —No me digas.

  —Siel, ?podrías volver con Chinchin primero? Nos vemos al otro lado, ?vale?

  Siel acepta tácitamente y se da la vuelta, pero a los segundos se detiene.

  —No hagas nada raro. —Entonces titubea por unos instantes, luego se vuelve otra vez como alarmado, y exclama—: ?Mejor no hagas nada!

  —Pero tengo de algún modo tengo que guiaros… Subiré al tejado.

  —?Estarás bien?

  —Por favor, cielín —ella cruza sus brazos—. ?Un poco de respeto!

  —De verdad, Mana… —Siel desvía la mirada—. Cuídate en serio.

  Mana encoge los hombros. Luego se vuelve para abrir una puerta chirriante de madera, portal hacia una sala oscura y cargada.

  —Qué pestazo.

  Los tablones de madera a sus pies tiemblan ligeramente. Junto a una cama, una escalera de madera asciende hacia un ático: pero Mana no alcanza con sus saltos para bajarla. De repente, mientras tienta la oscuridad en busca de algo tangible que pueda servirle, una llama se prende en la absoluta tiniebla.

  —??Q-quién va?!

  —Ji, ji, ji —una voz ríe en un eco—. ?Por qué no usas… el Fuego?

  A Mana le parece ver un rostro pálido dado la vuelta y unos largos cabellos de paja cayendo como cascadas de oro sobre monta?as blancas.

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  —Ven y acarícialo… —susurra la aparición, extendiendo su mano. Los ojos de Mana brillan. Alarga la mano para aceptar el obsequio; pero el individuo rápidamente retrocede.

  —?Oye!

  —Ji, ji, ji...

  El desconocido muestra una sonrisa de dientes blancos y luego se desvanece en la oscuridad del ático.

  —?Espera!

  De la emoción, la chica se golpea el pie con algo en el suelo. Al inspeccionarlo detenidamente, vislumbra la figura de una mesa. Con rápida decisión la arrastra bajo la entrada al ático y asciende por ella, bajando asimismo la escalera. Allí le espera una sala desnuda, salpicada solo por la luz que se introduce por su única ventana, cuyas cortinas mece el viento ligeramente.

  —?Me lo habré imaginado?…

  En el alféizar, una cajita de cerillas descansa bien cerrada, junto a un cenicero y una caja de tabaco. Mana recoge solo la cajita de cerillas, y luego mira las nubes grises del exterior, suspirando, apoyada en sus manos sobre el alféizar. El aire se pega a la ropa y al cuerpo, y las nubes rugen ligeramente.

  Una gota golpea a Siel en el rostro. Saliendo de su ensimismamiento, el chico coloca la jaula de su nuevo amigo en un resalte del armazón del TES, y por encima la envuelve con un trozo de tela.

  —Guárdate por ahora, ?vale? —le susurra—. Va a hacer más frío. Voy a encontrar algo para liberarte.

  El chico los deja en el callejón y se dirige a una especie de tienda. Abre con cuidado una puerta de cristal hecha a?icos que tintinea nada más moverla. En su camino al interior del sitio, elude diferentes cacharros desparramados por el suelo, latas y botellas vacías. Un palo de golf tras una estantería y una mochila colgada en un perchero son lo que más llaman su atención. Sin mucho cavilar decide equiparse la mochila del perchero.

  —Ja, ya me vale —se dice, ajustándose las correas a los hombros—. Tanto que la critico y al final estoy siguiendo sus pasos...

  Puestos a saquear, piensa, deberá coger también el palo de golf. Siel intenta pasar el brazo sobre los travesa?os de la estantería.

  —Ngm… No lo alcanzo…

  Cadenas y ladridos sobresaltan a Siel, quien retrocede de un salto, haciendo desmoronarse la estructura y causando todavía más destrozos y estruendo.

  Aunque el exterior parece tranquilo tras el ocasional barullo, la jaula que cuelga en Chinchin comienza a moverse bajo su tela. El animal empuja entre gru?idos con peque?os placajes, haciendo balancear su prisión hasta hacerla caer contra el suelo, lo que la deforma en el acto con un ruido seco. Su peque?a cabeza sale a relucir segundos después, emitiendo el peque?o un agudo sonido bajo sus escasos bigotes. Su pelaje blanco brilla en el día gris, y su espalda de pinchos se desliza sin esfuerzo fuera de la jaula.

  —?Kipa! —hace el animal, como triunfal. Solo entonces Siel se vuelve hacia la entrada con ojos muy abiertos

  —?Anda! —exclama—. ?Cuándo has escapado?

  A pesar de los innumerables pinchos de su espalda, el peque?o erizo blanco se demuestra flexible al transcurrir entre los muebles rotos y los afilados cristales con gran rapidez y sin sufrir da?o. Tras atravesar con gracia la cursa de obstáculos, se sienta ante una puerta cerrada, oliendo por los resquicios y posteriormente, clavando sus ojos en Siel.

  —?Cómo? —Siel ladea la cabeza—. ?Quieres llegar al otro lado?…

  —Ki-pa.

  El chico guarda el palo de golf, amarrándolo en la correa de uno de los lados de la mochila. Luego se dispone a abrir la puerta sin dificultades. El animal desciende por los escalones a paso vivo, y Siel lo sigue con un brillo de curiosidad en los ojos.

  El peque?o erizo lo lleva hacia una bodega; así se revela el sitio cuando Siel acciona una lámpara en un techo tan bajo que debe inclinarse ligeramente.

  —?Ooh! ?Buen descubrimiento, peque?o!

  —?Ki-pa!

  Siel se sonríe, aunque el erizo le presta poca atención; en su lugar comienza a olisquear sus alrededores. Finalmente encuentra algo en un barril y levanta su pata, con la que atrapa la cola de un peque?o roedor escondido.

  —A-ah… —Siel sonríe incómodo—. ?Eso buscabas?...

  Las peque?as patas del erizo se llenan lentamente de sangre bajo los chirridos del ratón, así como también sus dientes. Bajo el chasquido de la saliva y la carne arrancada, Siel decide apartarse y pasear por la bodega, pasando la mirada por los toneles y las botellas de las estanterías.

  —Alcohol... —observa—. ?Esto nos será muy útil!

  En el techo repiquetea la lluvia sin descanso. Varios niveles por encima, Mana hace camino sobre unas tejas resbaladizas por la lluvia, luchando por mantener el equilibrio bajo las ráfagas de viento.

  —?Sieeel! ?Dónde estás...?

  Mana trastabilla ligeramente, pero aún se mantiente con los brazos rígidos y horizontales.

  —Ah… ?ya... le... vale! —dice enfatizando cada palabra—. ?Ese maldito Siel...!

  Una mala pisada la hace rodar sobre las tejas, precipitándola hacia una espiral de alambre. Mana grita con las manos por delante, cayendo al suelo segundos tras destruir el tejado de madera de un cobertizo, liberando al mismo tiempo miles de pájaros retenidos en jaulas que allí hubieron colgado.

  —Volad, volad… —Mana se levanta sobre el césped, acariciando su espalda en un gesto de dolor. Cuando se levanta para echar a andar, se percata de la sangre que recorre sus dedos y perforan su ropa.

  —Empieza a llover y hace frío... —susurra cubriéndose los brazos—. Qué malo eres… ?Malo, malo!

  Mana sale del recinto hacia un largo barrio de viviendas. Habiendo hecho camino ya por unos minutos, de golpe la asustan penetrantes ladridos. Sobre una verja se enfila una alima?a salivante, quien embiste en el hierro en reiteradas ocasiones con un sonido que le hiela hasta los huesos.

  Esos mismos ladridos escucha Siel mientras sale de la bodega a una callejuela de suelo de piedra.

  —Estoy preocupado —reconoce el chico—. Mana todavía está ahí fuera...

  —Kipo...

  El erizo limpia sus patas en un charco. Siel se lanza hacia el peque?o entonces, sosteniéndolo entre las manos, y procede a guardarlo en su mochila.

  —?No salgas de aquí por nada, me oyes?

  El chico cierra la cremallera dejando una peque?a abertura y luego echa a correr por las calles mojadas.

  La lluvia aprieta cada vez más y la luz se desvanece del todo, dejando la ciudad casi en la total penumbra.

  Mana sale pitando bajo la lluvia, mirando atrás cada cierto tiempo.

  —?Sieeel!

  —?Manaaa!

  Los dos chicos se reencuentran bajo la lluvia, jadeantes, frente a una plaza de suelo enladrillado.

  —??Qué te ha pasado!?

  —?Me dan mucho miedo! —Mana lo agita por los hombros—. ?No los aguantoo!

  —Ya ha pasado… Volvamos a por Chinchin y…

  —??Que lo has dejado atrás?! —ruge ella—. ?En qué estás pensando para?...

  Un fuerte ladrido interrumpe su discurso. Dos sabuesos se aproximan a ellos, arrastrando cadenas en sus cuellos.

  —Ay, ay, ay…

  —?Detrás de mí, Mana! —El chico sostiene su palo de golf con fuerza—. No dejaré que te hagan da?o. ?Atrás!

  Uno de los perros muerde con ansía un extremo del palo, mientras que el otro salta hacia Mana.

  —?Aah!

  La chica grita y cierra los ojos y comienza a encender cerillas una tras otra; y una de ellas quema al animal en la frente, haciéndolo retroceder unos pasos.

  —Ah, menos mal —se dice ella entre suspiros.

  —?Fuera! —con un movimiento enérgico, Siel empuja a su enemigo unos metros—. ?Ya lo tengo, Mana!

  —??Qué quieres ahora!?

  El chico saca una botella del interior de su mochila.

  —?No es momento para beber! —le protesta ella.

  —?Dame fuego a mansalva!

  Siel aprieta los dientes y comienza a rociar alcohol en un grito; Mana enciende y lanza una cerilla en llamas, creando un muro de fuego al contactar con el espeso líquido.

  —Ay, ay, ay… —Mana se lleva las manos a la cabeza—. Ya verás tú la lluvia...

  —?Tranquila! —se reafirma el chico—: ?Esto al menos los confundirá!

  Siel la toma de la mano. Con cierta sorpresa, Mana se deja llevar, lejos del muro de fuego y los ladridos.

  Minutos más tarde se creen suficiente a salvo. Descansan en una calle, la chica aspaventando sobre sus rodillas.

  —Eres... un mago… Siel...

  —Nada de eso…

  Mana grita cuando una bola blanca con ojos aparece en el hombro del chico.

  —?Ah, no te asustes! —Siel levanta las manos—. Este peque?ín es… es…

  —?Vas a ponerle un nombre!

  —Bueno, es que… —Siel cruza los brazos—. ?Por qué eres la única que merece tener un amigo?

  —?Esto demuestra que no confías en mí!

  —Por todos los... —Siel sacude la cabeza—. ?Eres tú quien debe confiar en mí!

  —?No, tú más!

  —?Ki-paa!

  El erizo se acerca a Mana y le comienza a oler la punta del pie, pero ella hace amago de darle un patadón, segundos antes de que el animal retroceda con un salto, refugiándose tras la pierna de Siel.

  —?No seas así con él! —protesta Siel—. ?Undochi no te ha hecho nada!

  —Pf… ?y qué nombre es ese? —Mana cruza los brazos—. Ya lo he decidido. Se llamará Kimchi.

  —?Qué?… —Siel frunce el ce?o, luego suspira—. En fin, si así lo aceptaras...

  —?Así es, Kimchi! —Mana entrelaza los dedos y mira hacia el cielo—. Ya no te rechazaré más…

  —Supongo que incluso tú puedes entrar en razón…

  —Sí… —prosigue Mana—. ?Ahora te quiero dentro en mi estómago!

  —Agh, corta las bromas —le insiste él—. Es de mal gusto.

  Los dos desvían sus miradas entre mohínes, frunciendo sus labios.

  —?Mira que adoptar un cachorro! —protesta ella—. ?Y más en estos tiempos!

  —Es un erizo —replica él, ce?udo—. Alguien los ha estado encerrando por ahí… ?Me compadecí!

  —Ajá… —Mana cierra los ojos, y tras un instante abre uno solo de ellos—. Eres un blandengue.

  —Si esto debería ser lo normal...

  El erizo gru?e una súbita exclamación. Los dos se vuelven a la criatura, quien con un salto de liebre caza una paloma en pleno vuelo, para después comenzar a mordisquearle las alas.

  —S-Siel… —el rostro de Mana se transfigura—. ?Has liberado un monstruo!...

  Los dos se miran en silencio durante un instante, luego Siel suelta un suspiro.

  —Al menos puede mantenerse por sí mismo.

  —Y cazar para nosotros… —a?ade Mana—. Tal vez deberíamos dejar que se quede.

  —Sí…

  —Definitivamente —ella asiente con rapidez—, le dejaremos.

  Los dos observan en silencio durante un rato. Siel cavila en silencio, y poco después ambos comienzan a caminar. El peque?o Kimchi, lejos de quedarse tranquilamente a disfrutar su festín, los sigue a la carrera poco después, entre ligeras y animadas voces de inocencia.

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