El interior de la torre se muestra oscuro, plagado de cajas de ?mudanzas?, cerradas y abiertas, bajo capas de fino polvo. En una de las salas, similar a una cafetería, una pantalla se muestra encendida, mostrando solo ruido blanco, y una voz femenina habla diciendo, desde alguna parte:
?Hermanos ghimigan. Yo sí escucho vuestra voz. Yo sí siento vuestra indignación. La Plaga Blanca era una oportunidad para unirnos, no para separarnos. Pero se han hecho los sordos. Los ignorantes. Han intentado borrarnos del mapa. ?Hagamos que nos escuchen!?.
—?Holaa? —Mana hace un canal con las manos.
—Creo que es un mensaje pregrabado.
Siel y Mana suben unos escalones. Al final de un pasillo, una puerta oculta una habitación, brillante por el contraste entre las dos áreas. Frente a unos monitores y un panel de control, una silueta se marca a contraluz.
Al escuchar pasos, la figura se vuelve muy escasamente, como si los cables surgientes de su cabeza y hombros la amarrasen a aquella silla de ruedas.
—Has sido tú, ?verdad? —cuestiona Siel.
—Sí —emite una voz ligeramente disonante—. Mi nombre es Jeong-Suk.
La mujer los mira entonces sin hacer un movimiento, incapaz siquiera de cerrar los párpados. Mana se percata de que un altavoz sobre el respaldo emitía su voz robótica.
—Tu voz... ?Qué le ha ocurrido?
—Hace cinco meses sufrí una enfermedad —emitía un altavoz; Mana se percata entonces de que éste se encontraba sobre el respaldo de la silla—. Fui conectada para poder desplazarme. Sin embargo, a día de hoy no puedo ni siquiera maniobrar por mí misma, mucho menos mover las palancas que permiten mi movimiento.
Algo semejante a un gran huevo aparece tras la mujer con ruidosas pisadas mecánicas, revelándose como una máquina de bronce.
—Maestra, ?tiene hoy invitados?
—Vuelve en veinte minutos.
—Como usted diga, mi maestra. Le traeré el almuerzo.
La máquina inclina el torso en una especie de reverencia, luego regresa a la oscuridad.
—?Por qué un ghimigan obedece tus órdenes? —cuestiona Siel—. ?Qué has hecho con él?
—Estoy segura de que no habéis venido para hacerme una entrevista —argumenta la mujer.
—?Bueno, nos atacaste! —estalla Mana—. ?No puedes hacer como si no fuera contigo!
—No pretendía desviar la atención, más bien al contrario —la mujer parece cerrar muy ligeramente sus párpados—. Entonces, ?acabaréis conmigo?
—Es difícil justificar lo que hiciste —replica Siel.
—No es mi intención, pero escuchadme antes. Las máquinas son mis ojos y mis manos en esta ciudad: todo lo que tengo. ?Queréis que me justifique, que me defienda? Pero ni siquiera puedo mover un dedo por mí misma.
—Debiste pedir ayuda —insiste Mana.
—Nadie se hubiera detenido por mí. Este país está abandonado. Nunca pude encontrar un doctor que investigase mi dolencia. Jeong-Suk estaba condenada —relata—. Jeong-Suk nunca debió escapar, y debió aceptar la muerte junto a su amado. Pero... mientras me quedase a su lado solo sería un estorbo para él.
La mujer hace una pausa, sin realizar un movimiento.
—Basta ya de hablar —exclama al cabo el altavoz—. No puedo desactivar la torre por mí misma, dado que se trata de una labor manual. Pero vosotros sí lo haréis.
—?Pero entonces no podrás volver a utilizar tus máquinas! —estalla Mana—. ?Eso te parece bien?
—Mis máquinas no me necesitan. Están encerradas por mí. Para cuidarme.
—?Reprogramaste sus sistemas? —le cuestiona el chico.
—No fue necesario. La Plaga Blanca nos conectó a todos y nos permitió entendernos. Los ghimigan salieron de su caverna y vieron la vida tal y como la muestran nuestros ojos.
—La Plaga Blanca… —Siel se acaricia el mentón.
Mana aprieta los pu?os, cansada de no entender nada. Segundos después se planta ante el panel de control.
—No tan deprisa —le frena el chico—. ?Estás segura de que quieres hacer esto?
—Ella se lo ha buscado, ?no?
—Adelante, por favor —le autoriza ella—. Es la gran palanca del centro.
Mana comienza a deslizar el mecanismo cuando Siel le sostiene la mu?eca.
If you spot this tale on Amazon, know that it has been stolen. Report the violation.
—?Esta mujer no puede sobrevivir de otro modo!
—?Claro que sí! Los ghimigan le traen comida. ?Atacarnos solo era un pretexto para quedarse a gusto!
—?Eso no puede ser verdad! —rechaza Siel, y luego se vuelve diciendo—: ?Díselo tú, Jeong-Suk! ?No es cierto que estás conectada a la Red mediante esos cables?
—?Siel, qué estás haciendo?
—Aún podemos preguntarle muchas cosas —le insiste—. ?Y bien?
—Lamentablemente, nunca he accedido a la Red a la que haces referencia —explica la inválida—. Mi control sobre la tecnología se limita a esta torre de radio.
—?No sabe nada, Siel! ?Qué más quieres?
—No tenemos por qué abandonarte —exclama Siel ignorando a Mana—. Hay otras opciones.
—Como ya he dicho, no controlo a los ghimigan ni a las otras máquinas. Podía observar por las cámaras de la ciudad. Esta torre se contruyó para ejercer un control más estricto sobre la ciudad. Las velas se encendieron por todo el país. Nadie se hizo responsable del maremoto. En su lugar, simplemente se desvanecieron, cediendo al miedo hacia lo que ellos mismos habían sembrado...
—Creo que ya ha hablado suficiente, Siel —Mana agarra la palanca—. ?De nada te sirve tanta charlatanería!
—?Por qué tan obstinada?
—?No se lo quiero perdonar!
—?Muestra un poco de compasión! ?Está diciendo que no lo hizo! —Siel se lanza hacia ella y la toma de los brazos—. ?Por qué no te lo quieres meter en la cabeza?
Mana realiza un placaje con el que lo lanza al suelo, retrocediendo luego en un gesto de dolor.
—?Me vas a hablar tú de compasión? —le propina entonces—. ?Si solo eres un robot!
—?Mana!…
—No peleéis por mí —habla Jeong-Suk—. No soy nadie para romper vuestra amistad.
—?Eso es! —Mana se vuelve a Siel—. ?Por qué la vida de ella es más importante que la de los demás? ?Aún peor! —espeta—. ?Ella no es útil para nadie porque no puede ni moverse!
—?Mana, retira esas palabras!
Siel le toma las manos a Mana pero ella se resiste y esta vez lo lanza hacia la mujer de los cables, y los dos cayendo al suelo.
—?Oh, se acabó! —exclama Mana, volviéndose y arrastrando la palanca nuevamente hacia abajo, los ojos cerrados con fuerza.
—Vamos a llegar a un acuerdo —exclama Siel incorporándose.
—?Y qué ataque a más gente? ?No!
—?Esta mujer solo quiere sobrevivir igual que nosotros!
—?Es un peligro!
—?Es una persona humana!
La palanca desciende con un chasquido. Segundos más tarde, todas las luces se apagan, una tras otra.
—No… ?Por qué!
—No la quiero perdonar… —se susurra. Después comienza a respirar pesadamente en la oscuridad. Apenas unos minutos más tarde, las luces vuelven. Desquiciada, mira a Siel y le pregunta—: ?Por qué no ha funcionado?
El chico mira hacia Jeong-Suk. La mujer descansa en el suelo con los ojos muy abiertos, desparramada desde su silla. Siel se acuclilla y le tienta el cuello con dos dedos. Declara entonces lo siguiente:
—Está muerta.
Al escucharlo, Mana abre mucho los ojos en el sitio.
—?Qué dices?… —La chica se le acerca despacio—. Pero si estaba bien hace un momento.
—Está fría.
—?Eso es imposible!
—No respira.
Mana comienza a hiperventilar. Desvía la mirada entre aspavientos, las manos sobre la cabeza. Por el contrario, Siel suspira con calma.
—Menos mal. Parece que en este caso no había decisión buena o mala.
—??Cómo puedes decir eso!? —explota ella—. Yo… yo… —Mana se estruja el pecho—. ?Siel, yo la he...! ?Yo...!
—No, Mana. —Siel endurece los ojos—. Jeong-Suk… hace tiempo que ya...
Un gran estruendo en el pasillo los sorprende; una bandeja busca equilibrarse ruidosamente sobre el suelo. De una taza se desparrama un líquido caliente y vaporoso, que comienza a filtrarse entre las líneas de las baldosas.
—La maestra… —el autómata lleva sus manos a la cabeza—. ?Maestra! ?Brip, brip!
La máquina sostiene a su maestra entre los brazos, sacudiendo su cabeza lenta y mecánicamente hacia los lados.
—Siel… —los ojos de Mana brillan bajo las luces—. ?Qué es lo que estamos viendo?
—Ignóralo, Mana.
Mana se vuelve, solo para encontrar que el chico le sonríe cálidamente, bajo los gritos y lamentos de la máquina. Una sensación le oprime el pecho al comprender la consecuencia de su decisión.
Las horas pasan, y se vuelven a caminar. Los dos atraviesan las carreteras de la ciudad, a través de un camino de basura y cenizas. Mana no habla, apostada en lo alto de la gran máquina con sus cabellos al viento.
—Tienes que entender que no es culpa tuya —le dice Siel—. Aquella mujer murió cuando la abandonaron aquí sola, incapaz de moverse.
—Pero el ordenador la mantenía viva…
—Podría decirse, pero...
—?Eso es todo?… —Mana se cubre los brazos—. ?Y los ghimigan que la llamaban ?Maestra??
—Mana… —Siel la observa, con sus ojos a media asta—. No debes dejar que esto te quite el sue?o.
—Yo… —Mana se sorbe los mocos—. Estaba muy enfadada y… y tenía miedo...
—Lo entiendo. Todo el mundo tiene miedo, Mana.
—Además, por mi culpa, su robot… Yo lo he…
—Sus reacciones son artificiales —Siel ensombrece el gesto, regresándose a mirar hacia delante—. No pueden sentir nada, ya lo sabes.
—Tienes razón, pero… No puedo evitar…
—Es la empatía. Esas máquinas se parecen lo suficiente a los humanos, pero no demasiado para resultar incómodo. Tranquila, es normal. Pronto se te pasará el disgusto.
Mana observa a Siel entre sus lágrimas. Por primera vez descubre en el chico algo agridulce. Algo que no puede describir con palabras.
—Para aquí.
El chico se detiene, algo dubitativo. Mana baja del TES y sus botas acarician una vieja pancarta enterrada entre metal y cenizas. Extrae una cerilla de su bolsillo. Con cuidado, se inclina hacia una mano metálica que sujeta una vela con fuerza.
—?Por qué se manifestaría una máquina?… —no puede evitar preguntarse, viendo crecer la llama sobre la peque?a mecha.
—No le des más vueltas. No se rigen por la misma lógica que nosotros.
—Sólo querían ser escuchadas. La mujer de la torre las escuchó. ?Verdad que sí?
Siel no responde. Un viento muy fuerte comienza a soplar desde detrás. En lugar de apagarse, la llama crece más fuerte, y las brasas vuelan por el aire.
—Increíble… —Mana junta las manos y sus ojos brillan.
—Ver para creer…
Muy pronto varias llamas crecen por toda la calle, creando un mar de luces. El rojo ilumina la fría oscuridad de la noche cerrada. Los dos quedan allí plantados, observando perplejos la calma de las llamas que sostenían los que ya han caído.
?Cómo consideras separar este capítulo en partes?