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Coexistencia

  Habían pasado dos a?os desde aquel trágico día.

  El tiempo no se detuvo, pero para Kael, el mundo se volvió más peque?o. Su vida ahora se limitaba a una cama, atrapado en un cuerpo que poco a poco se apagaba. Nyla y yo hacíamos todo lo posible para mantener la casa en orden, para que él no tuviera que preocuparse por nada.

  Nyla siempre había estado a su lado, cuidándolo con una devoción que me partía el alma. A pesar de su edad, hacía lo imposible por ayudarlo, por aliviar aunque fuera un poco su dolor.

  Era una ni?a fuerte. Demasiado fuerte.

  —Nyla.

  —?Sí, hermanito?

  Me detuve un momento. Me había llamado así antes, pero aún me sorprendía escucharlo.

  —?Cuántos a?os estás a punto de cumplir?

  —Ahora tengo 11, pero este a?o cumpliré 12 —respondió con entusiasmo.

  Le revolví el cabello con suavidad, esbozando una sonrisa.

  —Ya estás bastante grande.

  —?Sí! —dijo con una sonrisa radiante, sus ojos brillando con inocencia.

  Esa sonrisa…

  Ojalá pudiera protegerla de todo lo que viene.

  Cada día iba a ver a Kael. Sabía que le quedaba poco tiempo, y no quería que se sintiera solo. Hablábamos de cualquier cosa, aunque la mayor parte del tiempo era él quien terminaba consolándome a mí.

  Ese día no fue la excepción.

  —Kael…

  —?Qué pasa, Zein?

  Tragué saliva.

  —Te mentí.

  —?Por qué lo dices?

  Apreté los pu?os. Había estado guardando esto desde que recuperé la memoria, pero no podía seguir ocultándolo.

  —Desde que recordé quién soy, no les he dicho toda la verdad.

  Kael sonrió con debilidad.

  —?De que eres el héroe que salvó este planeta?

  Mis ojos se abrieron de golpe.

  —?Cómo…?

  —Saliste en los periódicos… —interrumpió su frase con una tos seca. Su cuerpo se estremeció, pero aún así siguió hablando—. Y además, nos salvaste a Nyla y a mí. Eres fuerte… puedes ver a Angelus, algo que yo nunca he podido hacer. Estaba claro quién eras desde el principio.

  Sentí un nudo en la garganta.

  —Lo siento…

  —No te disculpes.

  Su voz sonó tranquila, sin un rastro de reproche.

  —Lo supe desde el momento en que llegaste aquí —continuó—. Pero nunca te dije nada.

  Me miró con una dulzura que no merecía.

  —Pensé, egoístamente, que si recordabas quién eras… si te dabas cuenta de todo lo que habías hecho… tal vez cambiarías. Tal vez dejarías de ser tan buena persona.

  Bajé la mirada.

  —Kael…

  él solo sonrió.

  —Y al final, sigues siendo el mismo Zein que conocimos.

  Su voz era calmada, pero su cuerpo temblaba. Cada palabra le costaba, cada aliento era una lucha.

  Me quedé en silencio, sin saber qué decir.

  Kael sabía la verdad todo este tiempo. Y aun así, me dejó vivir en la mentira… no por él, sino por mí.

  Porque quería protegerme de mi propio pasado.

  Porque quería que siguiera siendo el Zein que ellos conocieron.

  Tragué el dolor y me obligué a sonreír.

  No lo decepcionaré.

  Kael respiraba con dificultad, su cuerpo frágil temblando bajo las mantas. Sus ojos, antes llenos de vida, ahora parecían apagados, pero aún conservaban un brillo de determinación.

  —Kael… —susurré, sintiendo un nudo en la garganta.

  él sonrió débilmente.

  —Al menos sé que cuando me vaya… mi hermana estará en manos seguras, ?no es así?

  Mi corazón se encogió.

  —No digas eso, Kael. Por favor…

  —Vamos, Zein. Sabes que en cualquier momento me puedo ir.

  Cerré los pu?os. No quería escucharlo. No quería aceptar lo inevitable.

  —Kael…

  —Zein, prométeme algo —su voz se volvió un susurro, apenas un aliento en la fría habitación. Con las pocas fuerzas que le quedaban, me agarró de la camisa—. Cuida de mi hermana cuando yo ya no esté. Cuídala por siempre, por favor.

  —Kael…

  —Sé que lo que te pido es mucho, pero hazlo por mí. Llévala contigo. Dale una buena vida, una que nunca tuvo. Adóptala… sé que se verá extra?o, que no son de sangre, pero… por favor.

  Su mirada era suplicante, su agarre tembloroso pero firme.

  No había nada que pensar.

  —No te preocupes, Kael. Déjamelo a mí.

  Su expresión se suavizó, y su mano cayó lentamente sobre la cama.

  Los días siguientes pasaron como un susurro en el viento. Kael empeoraba poco a poco. Lo veía apagarse y, aunque cada día trataba de mantenerme firme, sentía que se me escapaba el tiempo.

  Para distraerme, empecé a entrenar de nuevo. Sabía que no podía permitirme ser débil. Tenía que ser capaz de proteger a Nyla.

  Y fue entonces cuando tomé una decisión.

  Busqué a la sombra.

  Ya no tenía miedo.

  —Quiero que nos llevemos bien.

  La voz surgió de las sombras, burlona y afilada.

  —Vaya, ?y ese cambio?

  Inspiré hondo.

  —He visto que tienes demasiado poder… pero solo puedes manifestarlo a través de mí. Quiero controlarlo. Quiero aprender a usarlo sin perder el control, sin causar más víctimas.

  La sombra rio entre dientes.

  —Me duele que me llames herramienta, pero está bien.

  Desde entonces, los días estuvieron marcados por un entrenamiento agotador.

  Algo en el aire se sentía extra?o. Como si algo terrible se estuviera acercando.

  Hace dos a?os perdimos contra el EDI. No me sorprendería que me estuvieran buscando. Me preocupaban Naoko, Kiomi, Miguel y los demás, pero ahora tenía una responsabilidad que no podía abandonar.

  Y, de alguna manera, logré llevarme bien con la sombra.

  Teníamos tanto en común… pero al mismo tiempo éramos completamente diferentes. Había cosas que no quería aceptar, pero tuve que hacerlo.

  Convivir con él me llevó a un extremo que jamás imaginé, a un punto del cual nunca podré regresar.

  Y fue entonces cuando ocurrió.

  La sombra logró materializarse en el mundo real.

  No como una entidad independiente, sino como algo ligado a mí.

  La primera vez que Nyla lo vio a través de mi, se asustó. Sus ojos se agrandaron con pavor y se aferró a Angelus, temblando.

  Pero Angelus no se inmutó.

  Lo reconoció de inmediato.

  Lo vio como alguien similar.

  Como un igual.

  Nyla le puso de nombre Daemonis. Al principio, le tenía miedo, pero Angelus siempre se quedaba junto a él, como si fueran viejos conocidos. Parecía que hablaban en un idioma que solo ellos entendían, una comunicación silenciosa, ancestral… única.

  Intenté usar este nuevo poder para curar a Kael. Había experimentado antes, intentando sanar heridas de diversas maneras, buscando un milagro. Pero nada funcionó. Lo máximo que podía hacer era cerrar heridas… pero su enfermedad no era algo que pudiera remendar con mis manos.

  El tiempo de Kael se estaba agotando, y con él, sentía que el nuestro también.

  Cada vez que Nyla lo visitaba, su expresión cambiaba. Pasaba de la esperanza a la angustia en cuestión de segundos. Verla así me rompía el alma. No quería ni imaginar cómo sería cuando su hermano se fuera.

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  Los veía a ambos como mis hijos, aunque no lo fueran. Eran mi responsabilidad. Y si no podía salvar a Kael, al menos tenía que asegurarme de proteger a Nyla con mi vida.

  Entonces, el día fatídico llegó.

  Kael estaba acostado en su cama, más pálido que nunca, su respiración apenas un susurro en el aire frío de la habitación. Su pecho subía y bajaba con dificultad, cada respiro más débil que el anterior.

  Nyla y yo nos quedamos con él hasta el final.

  Ella sostenía su mano con fuerza, temblando, con lágrimas silenciosas recorriendo su rostro. No decía nada, pero su desesperación se sentía en el ambiente, como un peso imposible de ignorar.

  Yo me acerqué, sintiendo un nudo en la garganta.

  —Kael… —susurré.

  Sus labios se separaron apenas, su voz era un eco lejano.

  —Zein…

  —Aquí estoy. No te preocupes.

  Trató de respirar con más profundidad, como si necesitara reunir fuerzas para lo que iba a decir.

  —Cumple… tu… promesa… por favor…

  Me arrodillé junto a él, tomándole la mano con suavidad.

  —Lo haré.

  —Cuídala…

  —Lo haré.

  Kael parpadeó con dificultad. Su mirada apenas podía mantenerse fija en mí, pero había una chispa de alivio en sus ojos.

  —Cuídate…

  Mi voz se quebró un poco.

  —Lo haré.

  Y entonces…

  El último aliento de Kael se desvaneció en el aire.

  Su mano perdió fuerza, deslizándose lentamente de la mía.

  Nyla se quedó congelada. Sus labios temblaron, su respiración se cortó y, por un instante, pensé que el tiempo se había detenido.

  Pero no fue así.

  El mundo siguió girando… incluso cuando el suyo acababa de derrumbarse.

  Todo esto me dolía mucho más de lo que quería admitir.

  Nyla lloraba descontroladamente al lado de su cuerpo, aferrándose a él como si simplemente no pudiera dejarlo ir. Como si, al sostenerlo con fuerza, pudiera evitar que se desvaneciera de su vida. Quería estar a su lado… pero ahora, por primera vez en mucho tiempo, estarían separados.

  El día del entierro, la lluvia caía sin tregua. Me pregunté por qué siempre llueve en los momentos más tristes, en los funerales, en las despedidas. Alguna vez creí que en las películas lo hacían solo por el guion, pero quizás no era así.

  Había leído en algún lugar que cuando llueve tras la muerte de alguien, es porque el cielo llora su pérdida. Que cada gota es una lágrima de los ángeles, lamentando la partida de un alma más. Que es el susurro del universo recordándonos que, incluso en la muerte, hay quienes nos extra?an.

  Era un pensamiento hermoso.

  Pero estaba claro que, ese día, ni el cielo ni los ángeles eran los únicos que lloraban.

  Sostenía la cuerda con la que descendía el ataúd al hoyo, sintiendo su peso… no solo físico, sino emocional. Cada centímetro que bajaba era como si una parte de Kael se alejaba más de nosotros, como si la realidad de su ausencia se volviera más tangible.

  A mi lado, Nyla se desmoronaba en el suelo, incapaz de sostenerse en pie. No nos preocupamos por la lluvia empapándonos. No nos importó. No llevábamos paraguas, pero no porque no los tuviéramos… sino porque, en el fondo, sabíamos que la lluvia era parte de la despedida.

  Cada pu?ado de tierra que arrojaba sobre el ataúd dolía como una pu?alada. Cada pu?ado era un recuerdo. Un momento. Una risa. Una vida entera siendo enterrada.

  Me consolaba pensar que al menos murió con una sonrisa… o al menos, eso queríamos creer.

  Esa noche, la casa quedó sumida en un silencio sofocante. No se oía nada, excepto el golpeteo de la lluvia contra el techo y el crujido de los truenos en la distancia. El frío era más intenso de lo normal… como si la calidez de este hogar hubiera desaparecido con él.

  Al día siguiente, los ánimos estaban por los suelos. No nos hablamos en toda la ma?ana. No porque no quisiéramos… sino porque ninguno de los dos tenía la fuerza para hacerlo. Nyla ni siquiera tocó su desayuno. Se quedó en silencio, mirando la nada, atrapada en un mundo donde su hermano ya no existía.

  Entonces, escuché un grito.

  Me puse de pie de inmediato y corrí hacia su habitación, con el corazón latiéndome con fuerza en el pecho.

  Cuando abrí la puerta, la vi en el suelo, temblando. Sus ojos estaban llenos de terror.

  Frente a ella… estaba él.

  La sombra.

  Daemonis.

  Pero esta vez… no había invocado su presencia.

  él estaba ahí. Por su cuenta. Sin mi ayuda. Sin que lo llamara.

  Simplemente… estaba ahí.

  —?Daemonis…? —murmuré, sin poder ocultar mi sorpresa.

  Nyla volteó a verme, con la voz temblorosa.

  —?Daemonis… es tu…?

  —Sí… —su voz sonaba distorsionada, casi como un eco fragmentado en el aire—. Soy ese mismo.

  —?Pero cómo…?

  —Zein, al poder coexistir mejor contigo, he logrado materializarme… justo como lo hace Angelus. Pero no he venido a explicarte eso. Ellos se acercan.

  Su tono se volvió más grave.

  —Pero tengo una idea.

  —?Cuál es? —pregunté, sintiendo un escalofrío recorrerme la espalda.

  Los siguientes días fueron un torbellino de preparación.

  Nyla y yo nos aseguramos de tener todo listo. Lo esencial estaba empacado en maletas, lo más importante era poder escapar rápido si llegaba el momento. Sabíamos que era cuestión de tiempo antes de que nos encontraran.

  El plan era simple: en cuanto Angelus detectara movimiento enemigo, Nyla me avisaría y yo regresaría por ella. Teníamos que huir antes de que fuera demasiado tarde.

  Y ese día llegó.

  El cielo estaba completamente cubierto de nubes grises. La lluvia de la noche anterior dejaba un olor a tierra húmeda en el aire. Un viento frío recorría el bosque, levantando las hojas secas y haciendo que los árboles crujieran de manera inquietante.

  Yo estaba afuera, partiendo le?a. Nyla se había quedado en la casa, terminando de organizar nuestras cosas.

  Entonces, sentí la se?al.

  Un escalofrío recorrió mi espalda. Angelus me estaba alertando.

  Solté el hacha de inmediato y, en un parpadeo, ya estaba frente a la casa. A lo lejos, entre los árboles, distinguí las siluetas de varios soldados. Armaduras negras. Movimiento en formación. El brillo metálico de sus rifles bajo la tenue luz del día.

  Eran del EDI.

  —Nyla, recoge tus cosas. Nos vamos ahora. —Mi voz sonó más seria de lo que esperaba.

  Mientras ella terminaba, me coloqué mi armadura. La había forjado a partir de la anterior, la que quedó destruida tras aquella batalla. Esta nueva versión era más resistente, mejorada para soportar lo que fuera necesario.

  Tomé a Nyla en mi espalda y salimos de la casa.

  No tuvimos suerte.

  Apenas cruzamos la puerta cuando uno de los soldados nos vio.

  —?Ahí están!

  El grito resonó como un disparo en la tranquilidad del bosque. En cuestión de segundos, las alarmas empezaron a sonar. Un ruido agudo, repetitivo, que anunciaba nuestra presencia a todos los soldados en las cercanías.

  Uno tras otro, empezaron a aparecer. Nos estaban rodeando.

  Mi mandíbula se tensó. No podía pelear con Nyla conmigo.

  Tomé una decisión arriesgada.

  —Nyla, escúchame. —Me agaché para que bajara de mi espalda y la sostuve por los hombros, mirándola a los ojos—. Camina hacia el norte. No te detengas. Lo más lejos que puedas. Yo los mantendré ocupados aquí.

  Sus ojos se abrieron con temor.

  —?Y tú?

  —Te buscaré cuando termine. Lo prometo.

  Nyla apretó los labios. Se notaba que quería discutir, que quería quedarse… pero entendía la gravedad de la situación.

  —Está bien… —susurró al final.

  La solté.

  Y entonces me preparé para enfrentar lo que venía.

  Al instante, regresé al punto de combate. Sabía que no podía contenerme, así que acabaría con esto lo más rápido posible. Siempre y cuando no hubiera ningún general.

  Mi primer objetivo fueron las tanquetas, los vehículos blindados y las armas pesadas. Si eliminaba lo más peligroso primero, tendría más margen para maniobrar. No encontré mucha resistencia; los soldados caían demasiado fácil.

  Pero entonces, cuando estaba a punto de eliminar a otro soldado, alguien lo apartó de mi camino.

  Mis ojos se enfocaron en la figura que había aparecido frente a mí. Era una mujer.

  ?Una general?

  Se veía joven, o al menos lo parecía. Había algo en ella que se me hacía familiar, pero no tenía tiempo de analizarlo.

  Ataqué sin dudarlo.

  Lancé un golpe rápido, dirigido a su abdomen. Ella logró bloquearlo, aunque la fuerza del impacto la mandó varios metros hacia atrás. Se recuperó con rapidez y se lanzó contra mí. Apenas tuve tiempo de esquivar su ataque. Pero algo en su forma de moverse me desconcertó.

  No parecía querer herirme. Más bien, parecía intentar agarrarme.

  Antes de que pudiera reaccionar, otro enemigo apareció detrás de mí.

  Un segundo general.

  Me atrapó por la cintura con una fuerza demoledora y, sin esfuerzo, me levantó del suelo y me lanzó con brutalidad contra la tierra. El impacto retumbó en todo el campo de batalla.

  Solté un gru?ido y me puse de pie lo más rápido que pude. No podía permitirme perder tiempo.

  Necesitaba una distracción.

  Golpeé el suelo con todas mis fuerzas. El terreno se fracturó y la tierra se levantó en grandes placas de piedra y escombros.

  Los generales se desestabilizaron por un momento. Era mi oportunidad.

  Me elevé con rapidez, alejándome del combate y volé hacia Nyla.

  Ella se había movido unos metros como le indiqué. La tomé en brazos y la coloqué sobre mi espalda.

  —Aguanta, Nyla. —Su voz temblaba, pero asintió.

  Esta vez aceleré al máximo.

  Creé un escudo de maná a su alrededor, formando una especie de cabina protectora. No dejaría que le pasara nada.

  Pero no éramos los únicos en movimiento.

  Detrás de nosotros, los dos generales me seguían de cerca.

  Apreté los dientes. No podía llevar a Nyla conmigo a una pelea.

  Tomé una decisión.

  Aumenté la velocidad, la dejé en un punto seguro y luego di media vuelta y regresé a interceptarlos.

  Nos quedamos frente a frente.

  Ellos tenían la ventaja numérica y estratégica.

  Pero yo no iba a rendirme.

  Fui el primero en atacar.

  Me lancé directo contra la mujer, impulsándome con toda mi fuerza. Ella esquivó el golpe con agilidad sobrehumana.

  Cambié mi objetivo y giré para golpear a su compa?ero, pero una barrera de madera emergió del suelo, bloqueándome por completo.

  Ese poder…

  Mi corazón se detuvo un segundo.

  —Sora… —murmuré con rabia.

  Desde el aire, él descendió lentamente.

  —Zein, no tenemos que hacer esto. —Su voz sonaba calmada… como si esperara razonar conmigo.

  Mis pu?os se apretaron.

  —?Tú crees? —Solté una risa seca, llena de incredulidad—. Te uniste a ellos otra vez.

  —No es lo que piensas.

  Lo miré con frialdad.

  —Pues ya no sé qué creer.

  No dudé.

  Me lancé contra Sora lo más rápido que pude.

  Pero sus ramas fueron aún más veloces.

  Me envolvieron en un instante.

  Apretadas.

  Sofocantes.

  Me retorcí con toda mi fuerza, gru?endo mientras los gruesos troncos me inmovilizaban como si fueran cadenas vivas. Pero no me iba a quedar atrapado.

  Reuniendo toda mi energía, desgarré las ataduras con un rugido, haciéndolas estallar en astillas.

  Pero ya era tarde.

  Los otros dos generales ya estaban sobre mí otra vez.

  Intenté golpearles, pero sus movimientos eran rápidos, calculados.

  Esquivaban con facilidad mis ataques.

  Estaba oxidado.

  Cada golpe que lanzaba fallaba por centímetros. Cada ataque que recibía me hacía perder más terreno.

  No.

  No iba a perder.

  No otra vez.

  Concentré toda mi energía en un solo golpe y lo descargué con furia sobre Sora.

  Lo impacté de lleno en el pecho.

  El estruendo resonó como un trueno.

  El cuerpo de Sora salió disparado, rompiendo árboles en su trayectoria hasta desaparecer entre los escombros.

  No tenía tiempo para seguir peleando.

  Aproveché el desconcierto y golpeé a los otros dos generales con toda la fuerza que tenía. Uno cayó de rodillas. El otro retrocedió tambaleándose.

  Ese era mi momento.

  Corrí hacia Nyla sin mirar atrás.

  No sabía dónde estábamos ni hacia dónde íbamos.

  Solo quería sacarla de ahí.

  Lejos.

  A salvo.

  Corrí sin detenerme, mi respiración se entrecortaba por el esfuerzo. Nyla se aferraba a mi espalda, confiando en mí para sacarla de esa pesadilla.

  Pero cuando al fin creí que estábamos lejos...

  Nos rodearon.

  Tropas por todas partes. Una trampa.

  Apreté los dientes. Maldita sea.

  —Nyla, quédate detrás de mí. —Mi voz sonaba firme, aunque dentro de mí el miedo comenzaba a calar.

  —Zein… también puedo pelear.

  —Mi deber es protegerte.

  Apreté la empu?adura de mi espada. La única que me quedaba.

  La había llevado todo este tiempo… la espada que Lucian me dio hace a?os.

  La única arma que aún me quedaba.

  Las demás se habían destruido en el caos. Las armaduras se habían perdido.

  Esto era lo último que tenía.

  Y no iba a caer sin pelear.

  Me preparé para usar mi técnica, pero antes de que pudiera actuar, uno de los generales habló.

  —Zein.

  Su voz.

  Esa voz... la conocía.

  Se me hizo familiar. Pero sonaba… distorsionada.

  Como si el casco ocultara algo.

  El general levantó las manos en se?al de paz.

  ?Qué estaban haciendo?

  ?Un truco?

  Tensé la mandíbula, mi mano ya lista para desatar a Daemonis. Si se movían un centímetro en falso, los haría pedazos.

  —Zein, no queremos hacerte da?o.

  Era la otra general quien hablaba.

  Su voz también me resultaba conocida.

  Pero no fue eso lo que me hizo dudar.

  Fue lo que intentó hacer.

  Se llevó las manos al casco... y trató de quitárselo.

  Pero no podía.

  Como si no pudiera desprenderlo.

  Mi mirada se fijó mejor en ella. Su uniforme…

  No era como el de los demás.

  No era una armadura imperial estándar.

  Parecía una amalgama extra?a de piezas de distintas armaduras.

  Algo no encajaba.

  Y esa sensación en mi pecho...

  No sabía por qué, pero mi instinto me decía que la conocía.

  Cuando al fin se quitó el casco, algo dentro de mí se rompió.

  O más bien, algo dentro de mí se liberó.

  Era como si un peso inmenso se desvaneciera de mi espalda. No era el peso de Nyla.

  Era otro peso.

  Uno más profundo. Más antiguo.

  El miedo.

  El miedo que había cargado durante a?os.

  El miedo de perderlo todo otra vez.

  Y entonces, la vi.

  Ese cabello inconfundible.

  Ese color vibrante, despeinado como siempre.

  Esa sonrisa.

  Esa sonrisa que tantas veces me dio calma.

  —Todo acabó, Zein.

  Mi respiración se cortó.

  Era Naoko.

  Y junto a ella...

  Miguel.

  Mis piernas temblaron. Mis labios se entreabrieron, pero no salieron palabras.

  Solo lágrimas.

  Lágrimas que no pude controlar.

  Lágrimas que caían como un torrente incesante.

  Mi cuerpo se movió por instinto. Ni siquiera pensé en ello.

  Simplemente abrazé a Nyla.

  La aferré con todas mis fuerzas.

  Como si necesitara confirmar que ella también era real.

  Como si, al hacerlo, pudiera convencerme de que esto no era un sue?o.

  Nyla, sorprendida, me miró con sus grandes ojos.

  —?Estaremos bien? —su vocecita tembló, llena de duda.

  Mi garganta se cerró.

  Y por primera vez en a?os…

  Pude decirlo con certeza.

  —Sí… sí, estaremos bien.

  Mi voz se quebró, pero no me importó.

  Porque por primera vez, no era mentira.

  Todo había terminado.

  El cielo, gris y sombrío durante tanto tiempo, se despejó.

  El sol asomó entre las nubes.

  Como si el mundo entero también soltara un suspiro de alivio.

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