Al instante en que llegamos al planeta, este se veía como un desierto: no había rastro de agua visible en la superficie. Además, era bastante peque?o, como si tuviera el tama?o de un satélite artificial, aunque algo más grande.
Apenas pusimos un pie en su órbita, nos recibieron con un ataque antiaéreo. El problema era que viajábamos en aviones de carga hasta la superficie, sin apoyo para enfrentar esas baterías. Por un instante, creímos que todo acabaría allí… hasta que un bombardeo enemigo—proveniente de un escuadrón aliado—destruyó las posiciones antiaéreas. El alivio fue inmenso, y conseguimos aterrizar. Por suerte, mi batallón llegó completo, sin bajas.
Una vez en tierra, aseguramos la zona. Mi escuadrón comentó que su especialidad era atacar de noche, así que decidimos descansar durante el día. Cuando cayó la noche, entendí por qué lo decían.
Eran letales bajo la oscuridad: avanzábamos en la noche y descansábamos al amanecer. Un ciclo simple, pero efectivo. Con cada enfrentamiento, su confianza en mí crecía, y comandarlos se volvía más natural.
En la madrugada del segundo día de avanzada, recibimos un mensaje impactante:
El batallón de Zein había llegado a la capital y la tenía prácticamente rodeada. Solo esperaban al resto de los escuadrones. Era asombroso; el plan estimaba una semana para alcanzar la capital, pero ellos lo lograron en un solo día, a pesar de su número.
Mi pecho se llenó de inquietud. Conociendo a Zein, temía que hiciera alguna estupidez.
La siguiente noche decidí cambiar la estrategia: dividí el batallón en dos grupos. Uno avanzaría durante el día y el otro durante la noche. Mientras unos atacaban, los otros descansaban en los vehículos de transporte. Con ese ritmo, llegaríamos en la mitad del tiempo.
Y funcionó. En solo media semana alcanzamos al grupo de Zein. Durante la marcha, nos cruzamos con los nativos del planeta. Eran parecidos a nosotros, aunque más altos, de piel morada y con una cola parecida a un látigo. A pesar de su apariencia, no mostraron se?ales de hostilidad.
Al parecer, el EDI había sometido a los nativos desde hacía tiempo, obligándolos a trabajar sin descanso.
Ver aquella crueldad me dolió profundamente. Por eso, mientras avanzábamos, liberábamos a cada prisionero que encontrábamos. Hubo días tranquilos y días caóticos, pero nunca dejamos de avanzar. Algunos de los liberados, consumidos por la ira y el deseo de venganza, se unían a nuestro batallón, armándose con equipo que encontraban del EDI. Así, nuestras filas crecieron de 1.25 millones de soldados a 1.50 millones.
Cuando finalmente llegamos a la capital, vimos que estaba fuertemente resguardada. Era una superestructura imponente, similar a una ciudad colosal. Las tropas aún no habían ingresado, pero Zein...
Zein ya estaba dentro. No había esperado a nadie. Se había abierto paso solo, eliminando a cuanto enemigo se cruzaba. Según nos informaron, había recorrido la mayoría de las zonas fronterizas de la estructura.
Esperamos tres días a que los demás batallones llegaran. Ese tiempo sirvió para que los soldados descansaran y recuperaran energías. Sin embargo, una inquietud persistente me invadía. Una sensación que me erizaba la piel y no me dejaba tranquila. Pensé que era la preocupación por Zein, pero no... era algo más.
El día de la incursión, el cielo comenzó a oscurecerse, cargado de nubes amenazantes, como si fuera a llover. Pero no era el clima lo que pesaba en el ambiente. Había algo más sombrío... Una tensión que silenciaba todo. Nadie bromeaba, nadie reía. Solo silencio y miradas serias.
Fue entonces cuando nos reunimos: Kiomi, Miguel, Zein, Alexander, Sora y yo. Frente a la colosal entrada de la capital, juntos... pero sin saber qué nos esperaba más allá.
Decidimos avanzar en varias divisiones, asegurando zonas a nuestro paso. La primera sección era un almacén de armas: tanques, helicópteros, vehículos de combate… una verdadera fortaleza de acero.
Entre todo ese arsenal, algo llamó mi atención.
Un tanque... distinto. Cuadrúpedo, con cuatro patas en lugar de orugas, y un ca?ón desproporcionadamente grande. Era más peque?o que los tanques convencionales, pero su dise?o... extra?o. Cerca de él, había otro modelo similar, pero con orugas integradas en las patas, como si fuera... un experimento.
Parecían prototipos. Y si eran prototipos...
?Qué más podría estar esperándonos en ese lugar?
Había una ligera neblina cuando ingresamos al edificio más grande. Se alzaba como un rascacielos sombrío, el tipo de lugar que esperarías de una organización malvada en una película. Su fachada negra, imponente y sin ventanas visibles, parecía absorber la luz.
—?A quién se le ocurriría que esto se ve bien? —murmuré, con una mezcla de burla y desagrado.
...
Mi determinación era inquebrantable: encontraría la forma de despertar a mi hermana, sin importar el precio. Todo esto... era por ella. Las consecuencias, mis acciones... nada importaba.
Entonces, mientras nos adentrábamos más en el edificio, aparecieron. Varios soldados nos rodearon de repente. Mi cuerpo se tensó, listo para pelear, pero una voz surgió de entre las sombras. Era melosa y controlada, con un tono entre cortesía y desprecio.
—Yo que tú... no lo haría —pronunció, con esa cadencia que acompa?a una broma privada a costa de los demás.
Miré a mi alrededor. Todos estaban sometidos, con las armas apuntando directo a sus cuerpos. No nos dieron tiempo ni para respirar. No había opción. Con el corazón ardiendo de rabia, solté mi arma y levanté las manos.
Nos escoltaron de vuelta al patio, entre cajas de suministros y vehículos blindados. Entonces, emergió de las penumbras.
Un hombre alto y esbelto, de porte imponente y una elegancia perturbadora. Su cabello negro, perfectamente peinado hacia atrás formando picos afilados, enmarcaba un rostro anguloso. La barbilla prominente y una nariz puntiaguda le daban un aire depredador. Su piel pálida contrastaba con los lentes circulares, de cristal rojo, que ocultaban unos ojos igual de carmesí. Parecía analizarte, desmenuzarte... saborearte, todo con esa sonrisa ladina que nunca abandonaba sus labios.
Su uniforme era exactamente como lo recordaba: el de un alto mando de la EDI. Inspirado en los altos mandos de las SS, impecable, oscuro y amenazante. La chaqueta, ajustada y con botones brillantes, marcaba cada línea de su cuerpo. El cuello alto del uniforme resaltaba su delgado cuello, dándole un aire aún más siniestro.
Se movía como un actor en el escenario: pasos fluidos, calculados, cada movimiento una mezcla de refinamiento y amenaza. Su cuerpo era largo y anguloso, con brazos y piernas que parecían extendidos más allá de lo natural. Sus manos, de dedos largos y huesudos, parecían hechas para asfixiar esperanzas con una simple presión.
Con una elegancia escalofriante, se inclinó frente a nosotros, como si estuviera iniciando un espectáculo. Estiró un brazo hacia adelante y el otro lo posó detrás de su espalda.
El telón acababa de levantarse. Y nosotros... éramos su audiencia.
—Me presento, soy Azariel Argenzia, octavo hijo de la familia real Argenzia, bajo el mando del lord Abyron.
—Vaya, cuánta formalidad. Resalta perfectamente con tu estúpida cara —dije, cargando cada palabra con todo el sarcasmo posible.
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—No creo que tengas la posición de decir cosas como esa, Zein.
—Vaya, al menos me conoces.
—Claro, los estaba esperando. Un buen anfitrión debe conocer a sus invitados.
—?Vaya! Nos halagas.
Por un momento nos quedamos todos callados. No sabíamos qué nos iban a hacer. En cuanto viera una oportunidad, lo atacaría al instante.
—Bien. Basta de amabilidades. Sé lo que hacen aquí y lo que hicieron en la Tierra —volteó a ver a Sora directamente—. Debo decir que me decepcionas mucho, Sora Verdant. Todo lo que te apoyé para que te dejaran dirigir la invasión y así es como me pagas: uniéndote a ellos.
Sora simplemente desvió la mirada, visiblemente arrepentido.
—Bien, lo próximo que haré será eliminarlos para que el Imperio pueda seguir expandiéndose.
—?Puedo hacerte una pregunta? —dijo Naoko, con tono consternado.
—Adelante.
—?Por qué siempre ustedes le llaman Imperio, cuando según sus archivos el nombre es Estado Democrático Imperial?
—Te haré el favor de responder tu duda antes de morir —se giró, colocando las manos detrás de su espalda—. Ese nombre se puso para enmascarar la verdadera naturaleza de un imperio y hacerlo parecer más democrático y aceptable. Las personas más viejas o más conocedoras de la historia de esta nación lo llaman de esa manera, ya que es el nombre original y el que más recuerdos trae.
—Y... ?podrías decirme el nombre que tenía antes?
—Era Gro?es Reich der schwarzen Sonne.
Volvió a girarse hacia nosotros:
—Basta de charla. Iremos al punto.
Hizo que llevaran a Alexander hacia él.
—??Qué haces!? —le grité, tratando de ir por él, pero fui detenido al ser amenazado con atacar a los otros.
—Nada. Quiero ver cuánto puedes aguantar. Quiero ver cuánto autocontrol tienes.
En ese momento, lo esposaron y ataron al suelo por las manos. Estaba hincado, inmovilizado, sin poder hacer nada. Quería ayudar a Alexander, pero si me movía, los demás correrían peligro. No sabía qué hacer.
—Veamos, Zein... Veamos cuánto puedes soportar antes de volverte completamente loco.
Azariel comenzó a moverse alrededor de Alexander, y cada vez que se detenía, le propinaba un golpe brutal. Alexander resistía, pero los golpes continuaban, uno tras otro, cada vez más fuertes. Con el tiempo, se veía deteriorado, débil. Entonces, aparecieron unos magos y, por lo que parecía, potenciaron a Azariel.
El resultado fue devastador: sus golpes se volvieron aún más demoledores, cayendo sobre Alexander sin piedad. Yo no podía hacer nada. Mi sangre hervía de ira; quería lanzarme sobre él, matarlo, hacerlo sufrir de una forma inimaginable.
—Por cierto... Sé que vinieron, además de a “liberar” este planeta, a buscar información. Sobre la enfermedad de tu hermana. — Dijo mientras seguía golpeando a Alexander, la sangre derramada formaba un círculo a su alrededor. —Fui yo quien ordenó que los envenenaran —dijo, con una sonrisa repulsiva—. Pero debo admitir que, aunque lo de tu hermana fue un accidente... dio buenos frutos.
Su expresión era asquerosa, cargada de maldad. Una sonrisa que me revolvía el estómago y me daban ganas de vomitar.
No aguanté más.
—?A la mierda! —rugí. Si iba a hacerlo, tenía que ser ahora o nunca.
Me lancé contra él, pero Azariel, de inmediato, materializó una espada de luz. Traté de atacarlo con mis espadas, pero las bloqueó con la suya y, en un movimiento fulminante, cortó las mías, dejándolas inutilizadas.
Sin pensar más, pasé al combate cuerpo a cuerpo.
—Me alegro bastante —dijo, esquivando mis golpes uno tras otro—. Parece que ese era tu límite antes de perder el control.
Cuanto más me esforzaba, más se movía él. Cuantos más golpes lanzaba, más fácil parecía esquivarlos. Y a cada intento fallido, él devolvía sus propios golpes con una precisión implacable.
Poco a poco, mis fuerzas se desvanecían. Caía, rendido.
En el fondo, algo me aliviaba: no había atacado a los demás.
Era como si supiera que, tarde o temprano...
…lo atacaría.
En ese momento logré darle un golpe, pero, lamentablemente, fue uno bastante débil. Ya estaba exhausto tras tanto tiempo lanzando golpes que nunca acertaban.
—?Eso es todo? Ciertamente, es algo decepcionante.
De un solo golpe, me mandó al suelo. Apenas tenía fuerzas para levantarme, pero, al instante, dos soldados me sujetaron y me mantuvieron inmovilizado, igual que antes.
—He visto por ahí que la gente puede desatar su máximo potencial ante la ira —dijo mientras alzaba a Alexander, sujetándolo por la cabeza—. O... simplemente pueden caer en la tristeza.
—?A qué te refieres?
—Veré qué tanto puedo exprimir de ti.
De pronto, me encontré en ese lugar... ese espacio. Solo había agua bajo mis pies, pero esta vez tenía un tono rojizo, al igual que el ambiente. Una tenue luz iluminaba la escena, haciendo resaltar el color carmesí del agua.
Yo estaba en el suelo. Al levantar la vista, vi esa sombra... aquella figura que había aparecido tantas veces en mis sue?os. Una forma oscura, ba?ada en sombras, con ojos blancos, profundos y vacíos.
—?Ya te divertiste? —dijo, con esa voz irritante que me crispaba los nervios.
—Pensé que eras solo producto de mi imaginación.
—Ja... Ojalá. Soy la representación de tu alma... o algo parecido. La verdad, ni yo mismo lo sé —comenzó a caminar a mi alrededor—. ?Y bien? No creo que sea necesario repetir el contrato del que hablamos aquella vez... ?O sí?
—Lo recuerdo perfectamente.
—Perfecto... entonces sabes que, si no haces algo, eso... se volverá realidad.
—Pero jamás te dejaré tomar el control. Vi lo que hiciste en aquel sue?o. ?Jamás sucederá!
—Vaya... parece que no te gusta nada lo que ocurre cuando yo tomo el mando.
Con esfuerzo, me levanté poco a poco hasta quedar de pie.
—Esta vez no te curaré, Zein... no tengo tantos permisos. Pero si me dejaras... — dijo tratando de chantajearme.
—Ya te dije que jamás.
—Bueno... creo que eso podrá cambiar pronto.
—Nunca volveré a verte, y saldré de este aprieto sin tu ayuda.
—Ya veremos.
En ese instante, avancé hacia la puerta que se había formado frente a mí. Pero entonces, él dijo algo que me dejó helado:
—Nos vemos... en un rato.
Con esas palabras, volví a la realidad. Azariel seguía golpeando a Alexander una y otra vez. Apenas se mantenía consciente, colgando como un mu?eco roto, sostenido únicamente por la mano que lo sujetaba.
Entonces la vi. Una mancha oscura sobre un edificio cercano... Su tama?o me resultó inquietantemente familiar. La silueta tenía algo... algo que casi reconocía, pero no podía precisar qué o quién era.
En ese mismo instante, la figura alzó su mano, apuntando directamente hacia Azariel y Alexander.
—?Esperen! —gritó Naoko, lanzándose hacia adelante. Pero antes de llegar, los soldados la derribaron, estrellándola contra el suelo.
Todo ocurrió en un parpadeo.
Con un sonido seco y desgarrador, la cabeza de Alexander explotó repentinamente. Un chorro de sangre ti?ó el aire mientras el cuerpo, ya sin vida, se desplomaba como una marioneta sin hilos.
Azariel, con el pu?o aún cerrado y empapado en sangre, se quedó inmóvil.
—Yo... ?No era lo que quería hacer! —exclamó, su voz quebrada, casi nerviosa—. Sí, quería lastimarlo, pero...
Se giró bruscamente, clavando la mirada en la silueta.
—?Fue él! ?él lo mató! ?No yo!
Me pregunté por qué le importaba tanto quién lo había matado. Hace apenas un instante, él mismo estuvo a nada de hacerlo.
Aun así... Agradecí a esa silueta por algo: por terminar con el sufrimiento de Alexander.
Te vengaré.
Y entonces... en medio del caos...
Volví a ese espacio.
—?Cómo te fue?
—?Tú qué crees?
—?Ves que tenía razón? —dijo él, dibujando esa sonrisa macabra en su “rostro”—. ?Al fin me dejarás el control?
Esta vez no respondí. Me quedé mirando al suelo, abatido, decepcionado de mí mismo… Simplemente, lo dejé hacer lo que quisiera.
—Lo tomaré como un sí.
Avanzó directo hacia la puerta y, justo antes de cruzarla, me dirigió la palabra una última vez:
—No te arrepentirás.
…
Aunque intenté abalanzarme hacia ellos, los soldados me detuvieron. Quise hacer algo, cualquier cosa... pero no logré nada. Miré hacia el edificio, donde se encontraba aquella silueta, pero tampoco... nada.
Entonces lo vi.
Zein.
Estaba ahí, inmóvil, con la cabeza baja. Silencioso. Su cuerpo entero parecía derrotado. Sentí el dolor de perder a Alexander, y con él, las ganas de lanzarme contra todo... Pero, ?era lo correcto? Nadie hizo nada. Nadie sabía qué hacer.
Y entonces…
Zein ardió.
Llamas negras y moradas envolvieron su cuerpo, haciendo retroceder a los soldados que lo retenían. Aquel fuego… era el mismo de aquel sue?o. Entre las llamas, dos ojos blancos y vacíos brillaron. Ojos que no reflejaban nada… solo abismo.
En un parpadeo, Zein apareció frente a Azariel.
—E-Espera... —balbuceó Azariel, tratando de convencerlo. Su voz, temblorosa, se quebró en súplica—. ?Puedo… podemos…!
Pero Zein no se inmutó.
Con una mano, sujetó su cabeza. Con la otra, su cuerpo.
Y lo partió en dos.
El crujir de los huesos se perdió en el sonido del fuego devorando. Sosteniendo ambas mitades, Zein las desintegró entre sus dedos. Cenizas. Solo cenizas... como si no hubieran valido nada.
Entonces... nos miró.
Su mirada.
Vacía.
Fría.
Inhumana.
Y el terror nos paralizó.
Un terror... seco, absoluto.
Incluso los soldados del EDI quedaron petrificados.
Y entonces...
Desapareció.
Fue rápido.
Demasiado rápido.
Un instante.
Un suspiro.
Y, cuando me di cuenta...
Estaba ba?ada en sangre.
La sangre de los soldados.
A mi alrededor, cuerpos destrozados.
Explotados.
Como si el aire mismo los hubiera arrancado de la existencia.
Mientras todos estábamos en shock, Miguel se dirigió rápidamente a uno de nuestros soldados, incitándo a que todo aquel que estuviera cerca de algún soldado del EDI se alejara de inmediato.
Por la radio se escuchaban sonidos desgarradores, de esos que nadie desearía oír jamás.
Nos quedamos allí, parados o sentados, sin saber absolutamente nada de lo que había pasado.
Por mi parte, estaba aterrada. Había creído que aquello no era más que un simple sue?o que había perdurado por un a?o.