Cuando logré recuperarme, decidí unirme a la rebelión.
Peleábamos calle por calle, tratando de causar el menor da?o posible. No solo quería luchar, también quería asegurarme de que el trabajo de Niklas y Adrián no fuera más pesado de lo que ya era.
Siempre volvía al apartamento de Niklas a dormir; al final, no tenía otro lugar adónde ir.
La mayoría de los residentes en el complejo de apartamentos eran depuradores, pero, sorprendentemente, apoyaban la causa de la rebelión. Nos ayudaban en lo que podían, ya fuera con suministros, información o escondites. No lo hacían por patriotismo, sino porque siempre habían sido maltratados por los altos mandos del Imperio. Eso nos daba una ventaja enorme.
Fue en esos días cuando la bandera de la resistencia emergió como un símbolo de esperanza.
Alguien, por pura casualidad, había encontrado la bandera de Ilmenor. La misma de la que Zein y Alexander me habían hablado. Alexander la había guardado antes de su muerte, y, de alguna manera, se convirtió en el estandarte de nuestra lucha.
Un estandarte dividido en cuatro cuadrantes que representaban la dualidad de su pueblo: la tradición y el cambio, la nobleza y la fuerza.
El verde profundo se alternaba con un rojo intenso, como un reflejo de los bosques ancestrales y la sangre derramada en incontables batallas.
En dos de los cuadrantes resplandecía la flor de lis dorada, símbolo de honor, linaje y promesas inquebrantables. Sus pétalos erguidos evocaban la grandeza de los antiguos monarcas y la firmeza de los pactos que sostenían la nación.
En los otros dos, un emblema blanco de dise?o anguloso y afilado rompía con la suavidad del lirio, como si se tratara de una advertencia silenciosa: la tradición debía respetarse, sí, pero solo los fuertes podían resguardarla.
Los vientos hacían danzar la tela con furia y solemnidad, mientras los soldados en la plaza la observaban con reverencia.
No era solo un símbolo.
Era la historia de su gente, el peso de su pasado y la promesa de su futuro.
Era una bandera simplemente hermosa, admirable.
Un día, las noticias trajeron consigo una devastadora revelación.
Zein, Miguel y Kiomi habían sido capturados.
El informe decía que llevaban meses prisioneros. Y ahora, el Imperio había decidido hacer un espectáculo de su ejecución.
A finales de a?o, serían ejecutados públicamente por los cuatro generales: Eroberer, Krieger, Stahlwand y Henker.
Mi mente entró en un torbellino de pensamientos.
Tal vez podría rescatarlos…
Pero con esos cuatro monstruos allí… ?cómo?
La idea de perderlos me destrozaba por dentro. Pensé que todo se acabaría.
Fue entonces cuando Niklas estuvo a mi lado.
Se quedó conmigo, en silencio, apoyándome sin decir una palabra.
No intentó decirme que todo estaría bien. No trató de darme falsas esperanzas.
Solo estuvo ahí.
Me alegraba tener a alguien como él.
Cuando no estábamos peleando, pasábamos el tiempo jugando videojuegos o viendo películas. Eran momentos tranquilos, casi normales… y eso me molestaba.
No podía evitar sentir culpa por estar disfrutando de algo mientras otros seguían sufriendo. Mientras Zein, Miguel y Kiomi seguían atrapados, esperando su destino.
Las peque?as batallas se volvieron más largas y agotadoras. El Imperio mandaba más y más soldados para sofocar los levantamientos, y aunque la resistencia crecía, sus avances eran mínimos.
El enemigo también se fortalecía.
Cada día llegaban más refuerzos del Imperio, más patrullas, más brutalidad. Las peleas en la nieve eran especialmente molestas. Movilizarse en medio de tormentas blancas era complicado, la visibilidad era nula, y por mucho que intentáramos evitarlo, la infraestructura terminaba destruida en los combates.
Aquel día, mientras patrullaba con mi grupo, terminé separándome un poco. Fue entonces cuando lo vi.
Niklas estaba trabajando en la zona.
—?Nik! Me alegra verte —dije mientras descendía con suavidad. Al fin me había acostumbrado a volar, lo cual hacía todo más fácil.
Niklas alzó la vista, sorprendido.
—?Naoko! ?Qué haces aquí?
—Me separé un poco de mi grupo. ?Y tú? ?Por qué estás tan lejos de tu zona de trabajo?
—Mi jefe me mandó por algo a esta zona… aunque no lo encuentro, la verdad.
—Te ayudo entonces.
Nos pusimos a buscar.
Poco después, la nieve comenzó a caer con más intensidad. El blanco cubrió el paisaje como un manto fantasmal, haciendo que todo pareciera más silencioso, más irreal.
La ventisca dificultó nuestra búsqueda, pero, aun así, no podía evitar apreciar lo hermoso que se veía todo. Por un instante, olvidé en qué clase de mundo estábamos.
Y entonces…
Una voz grave y conocida resonó a nuestras espaldas.
Un escalofrío recorrió mi espalda antes incluso de voltear.
Cuando alcé la vista, lo vi.
Henker.
Uno de los cuatro generales que venció al grupo de Zein.
—Prepárense para mi llegada, alima?as —declaró con arrogancia.
Su sola presencia colosal irradiaba amenaza.
El traje oscuro que llevaba se tensaba sobre su torso imponente, marcado con el símbolo del Sol Negro, cada músculo resaltando bajo la tela ajustada.
Una máscara de verdugo le cubría por completo el rostro, pero eso solo acentuaba la fiereza de sus ojos, que ardían como brasas tras unos lentes circulares de tono carmesí.
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En su mano sostenía un hacha de hoja ancha y oscura, su filo desgastado por incontables combates. No la cargaba… la empu?aba como si fuera una extensión de su propio cuerpo, con la familiaridad de quien ha segado innumerables vidas.
La nieve seguía cayendo.
El aire se volvió pesado.
Y el frío dejó de sentirse.
Su traje, idéntico al de los otros generales, se ce?ía a su cuerpo como una armadura viviente: negro, ajustado, con patrones carmesí que formaban el símbolo del Sol Negro en su pecho.
Cada paso que daba hacía crujir la nieve bajo sus botas reforzadas, dise?adas no solo para avanzar, sino para aplastar todo a su paso.
—Maldición… Nik, sal de aquí —dije en un intento por protegerlo.
—No. Me quedaré aquí y pelearé junto a ti.
—Pero…
—Naoko, yo también puedo pelear. No te preocupes.
Apreté los dientes. Aunque lo dijera con seguridad, me preocupaba.
No quería perder a nadie más.
Henker nos observó con interés, su hacha descansando sobre su hombro como si todo esto fuera un simple juego para él.
—Parece que los rumores de un levantamiento entre los depuradores eran ciertos… y yo que pensé que me habían hecho venir por nada.
—Pues lamento decirte que no tienen tanto control como piensan —respondí, tratando de distraerlo, esperando una oportunidad para atacarlo.
Henker dejó escapar una risa áspera.
—?Y tú quién eres?
Sonreí con arrogancia.
—Pronto lo descubrirás.
La nieve seguía cayendo en silencio, cubriendo los escombros como un sudario.
No esperé más.
Fui la primera en moverme.
Mi espada brilló con un resplandor feroz cuando me lancé contra Henker con velocidad arrolladora. Mi hoja cortó el aire en un arco letal… pero su hacha la interceptó con una facilidad desmoralizante.
El choque de metales resonó en la desolación, haciendo vibrar la tierra.
Antes de que pudiera reaccionar, Henker contraatacó con un tajo bajo.
Su fuerza descomunal amenazaba con partirme en dos.
Logré bloquearlo a tiempo, pero el impacto fue tan brutal que me catapultó hacia el cielo.
El aire frío cortaba mi piel mientras ascendía sin control.
Apenas había recuperado el equilibrio cuando Henker ya estaba sobre mí.
Su hacha descendió como una guillotina.
Levanté mi espada para defenderme, pero el golpe fue tan brutal que me lanzó al suelo como un meteoro.
La nieve y los escombros se alzaron en una nube densa a mi alrededor.
Me estabilicé antes de impactar por completo, flotando a baja altura.
Henker descendió lentamente, con la calma de un verdugo acercándose a su víctima.
Pero entonces…
Una ráfaga de ácido cruzó el aire.
Henker apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que el líquido corrosivo impactara contra su hacha. El metal siseó y burbujeó antes de derretirse en su propia empu?adura.
Niklas, cubierto con su traje protector, se preparaba para lanzar otro ataque.
No perdí la oportunidad.
Me lancé con toda mi fuerza contra Henker, mi espada buscando un tajo mortal.
Pero Henker ni siquiera intentó esquivar.
Con un gru?ido salvaje, bloqueó los golpes con su propio cuerpo. La espada rebotó contra su piel endurecida, y en un instante, atrapó la hoja con una sola mano y la arrojó lejos.
Antes de que pudiera reaccionar, Henker se abalanzó sobre Niklas en un solo paso.
Y, con una brutalidad inhumana, lo partió en dos con sus propias manos.
El traje de Niklas se abrió como un cascarón, liberando un torrente de ácido que se derramó sobre los escombros, chisporroteando contra la nieve.
Pero… seguía vivo.
Su cuerpo se tambaleaba, desgarrado y maltrecho, pero aún moviéndose con dificultad.
Henker lo observó con desprecio.
—Al perder a tu jefe, es increíble que te mantengas de pie —murmuró—. Pura suerte. Aunque esa suerte… se acaba hoy.
No lo soporté más.
Un rugido de furia escapó de mis labios cuando me lancé contra Henker sin armas, con los pu?os desnudos.
El primer golpe impactó su mandíbula con tal fuerza que su cabeza se inclinó hacia atrás.
El siguiente le dio en el costado.
Uno más en la mejilla.
Y luego otro.
Y otro.
Pero Henker no se quedó quieto.
Cada golpe que daba, Henker me lo devolvía con la misma intensidad.
Sus pu?os chocaban como truenos en la tormenta, la nieve manchada de sangre volaba con cada impacto.
No había estrategia.
Solo pura brutalidad.
Dos guerreros peleando hasta que solo uno quedara en pie.
El mundo se redujo a sus pu?os.
Uno. Dos. Uno. Dos.
Sentí que mi cuerpo ardía de dolor, pero no podía detenerme.
Henker gru?ó cuando su ojo izquierdo se hinchó por un golpe particularmente fuerte. Ambos estaban al límite.
Un último golpe directo a la sien lo hizo tambalearse, y aproveché la apertura.
Con todas mis fuerzas, le propiné un pu?etazo brutal en el pecho que lo lanzó contra un edificio cercano.
Henker apenas había chocado contra los escombros cuando ya estaba sobre él.
Lo atrapé de las piernas.
Con un grito, lo lancé con toda mi fuerza hacia el cielo.
Henker ascendió a gran velocidad, su silueta perdiéndose entre la ventisca.
Lo seguí de inmediato.
En un parpadeo, me posicioné sobre él, mis ojos ardiendo con determinación.
—?Aquí termina!
Y entonces, descargué mi pu?o con toda la furia que tenía.
El impacto fue devastador. Henker cayó como un proyectil, estrellándose contra los escombros con una fuerza que hizo retumbar la tierra.
Pero no había terminado.
Usé los edificios a mi alrededor como plataformas, lanzándome de un lado a otro a una velocidad imposible, impactándolo en cada movimiento.
De un lado. Del otro.
Cada golpe lo hundía más en el suelo.
La nieve se te?ía de rojo.
Y entonces, la oportunidad se abrió.
Con un último impulso, crucé la distancia en un instante…
Y atravesé su cuerpo con mi brazo.
El sonido de carne y hueso desgarrándose llenó el aire.
Los ojos de Henker se abrieron con sorpresa.
Miró hacia abajo, donde mi pu?o se había hundido en su torso.
Su boca se abrió para hablar… pero no pudo.
Su cuerpo tembló…
Y luego se desplomó.
Jadeé, aún con el pu?o ensangrentado dentro del cadáver.
El frío de la nieve golpeó mi piel, y por un momento, todo quedó en silencio.
Henker había caído.
La bestia había sido derrotada.
Y en ese instante, me abalancé directamente sobre Niklas.
—?Por qué? ?Por qué jamás me hablaste de esto?
—Pensé… pensé que me rechazarías si te decía la verdad…
Su voz temblaba, rota por la fatiga y el miedo. Y yo solo podía mirarlo, sintiendo cómo mi pecho se oprimía más con cada palabra.
—Eso no me importa… para nada me importa. Pero ahora… —dije, al borde de las lágrimas, sintiendo cómo la angustia se enredaba en mi garganta, sofocándome.
Niklas bajó la mirada, su respiración pesada, y luego se?aló el cuerpo inerte de Henker.
—?Crees que puedas acercármelo?
Asentí sin dudarlo. Tal vez era estúpido, tal vez era un intento desesperado de aferrarme a una esperanza imposible… pero haría cualquier cosa por él.
Arrastré el cuerpo de Henker hasta donde estaba Niklas, con las manos temblando y el corazón latiéndome en los oídos. Esperaba un milagro, aunque nunca había creído en ellos.
En ese momento, él posó su mano sobre el cadáver y, poco a poco, el ácido comenzó a recorrer el cuerpo, envolviéndolo como un manto líquido. La sustancia burbujeaba y brillaba con una intensidad extra?a, como si tuviera vida propia. Y entonces, en un instante, el traje vacío de Niklas se desplomó, como si su esencia misma hubiera desaparecido con él.
Mi mundo se detuvo.
—Niklas… —susurré, sintiendo un nudo de terror en el pecho.
No. No podía perderlo también. No después de todo. No después de que finalmente había encontrado a alguien con quien me sentía… segura.
Mis piernas fallaron y me arrodillé sobre la nieve, sintiéndola clavarse como dagas en mi piel, pero ni siquiera me importó. Mi garganta quemaba y mis ojos ardían con lágrimas contenidas.
—Por favor… no me dejes tú también…
El silencio fue insoportable.
Y entonces, la masa oscura tembló.
Un escalofrío me recorrió al ver cómo lentamente tomaba forma, moldeándose hasta volverse humano. Sus extremidades se definieron, su torso se alzó y su rostro… su rostro apareció frente al mío.
Por primera vez, lo vi.
Unos ojos azules intensos, tan claros y brillantes como el cielo en verano. Un cabello rubio desordenado, reflejando la luz de la nieve. Una expresión tranquila, con una sonrisa serena en los labios.
Era hermoso.
Era Niklas.
—Te dije que funcionaría —murmuró con una voz cálida, cargada de un alivio tan grande como el mío.
No dije nada. Las palabras eran insuficientes.
Me lancé sobre él, sin pensarlo, rodeando su cuello con mis brazos. Mi corazón latía con fuerza, mi respiración era errática, y toda la angustia que había sentido hasta ese momento se desbordó en un solo impulso.
Lo besé.
Al principio, fue solo un roce, una explosión de emociones contenidas. Pero en cuanto sus manos se aferraron a mi cintura y me atrajeron hacia él, todo se volvió más profundo. Su calor se fundió con el mío, su piel ardía contra la mía, y en ese momento, no existía nada más en el mundo.
Era desesperado, apasionado, un beso que hablaba de todo lo que no habíamos dicho en palabras.
Mis dedos se enredaron en su cabello húmedo, mis labios se movían con los suyos como si fueran uno solo, y por primera vez en tanto tiempo… me sentí completa.
Cuando finalmente nos separamos, mis pulmones ardían y mi corazón parecía querer salirse de mi pecho. No podía mirarlo a los ojos sin sentir que mi rostro iba a explotar de vergüenza.
Me giré al instante, completamente sonrojada.
—?Naoko? ?Qué pasa?
Intenté calmar mi respiración, pero el calor en mis mejillas solo aumentó.
—Creo… que deberías ponerte algo de ropa.
Niklas parpadeó confundido por un segundo, hasta que su mirada bajó a su propio cuerpo y se dio cuenta de que, efectivamente, no llevaba nada puesto.
Yo, por otro lado, sentía que mi rostro estaba al rojo vivo.
él solo soltó una carcajada y se rascó la cabeza, avergonzado.
La nieve caía en silencio a nuestro alrededor, cubriéndonos con su gélido manto. Pero en mi pecho, en lo más profundo de mi corazón, solo sentía algo cálido.
Algo que jamás había sentido antes.