El campo de batalla era una sinfonía de muerte y desesperación. Los soldados caían uno tras otro, sus cuerpos despedazados por las fauces congeladas de los caminantes o perforados por las espinas letales de Jotun. Algunos gritaban mientras el hielo se apoderaba de sus extremidades,
convirtiéndolos en estatuas quebradizas antes de ser destrozados en mil pedazos.
Otros, en su último acto de resistencia, encendían sus armas y se lanzaban contra la horda, convirtiéndose en antorchas humanas que consumían a los monstruos junto con sus propias vidas.
El suelo estaba cubierto de sangre y fuego. Trozos de carne congelada se mezclaban con la ceniza de los cuerpos calcinados. Los muros de la colonia, que antes eran un bastión impenetrable, estaban ahora resquebrajados, cubiertos de grietas y escarcha.
Pero lo peor de todo era la batalla que se libraba en el corazón del caos.
Luna estaba de rodillas, su katana temblando en su mano. Su pierna herida ardía de dolor, la sangre fluyendo sobre el hielo mientras el Chambelán demoníaco se cernía sobre ella, sonriendo con su rostro deformado y grotesco.
—El fuego de tu arma se esta apagando ni?a —susurró el monstruo, alzando su espada helada para dar el golpe final.
A unos metros de distancia, Maelis y Elian apenas podían mantenerse en pie. La sangre goteaba de los labios de Maelis, su cuerpo cubierto de cortes profundos. Elian apretaba los dientes, su escopeta rota y su mano entumecida por el frío. El Chambelán refinado los observaba con su calma inquebrantable, con la certeza de un verdugo que ya había dictado su sentencia.
—Ha sido una entretenida distracción —dijo con una sonrisa educada—, pero es momento de concluir este espectáculo.
Los soldados que quedaban observaban la escena con horror. Su líder, su estratega, su fuerza de combate… estaban perdiendo.
El miedo se convirtió en desesperación.
Y entonces, el cielo rugió.
Una luz ardiente apareció en la oscuridad de la noche, creciendo rápidamente hasta convertirse en un proyectil de fuego que descendía a una velocidad aterradora. El aire vibró con un calor abrasador cuando la figura se estrelló contra el suelo como un meteorito infernal.
?BOOOM!
La explosión de fuego fue devastadora. Una onda expansiva de llamas se extendió en todas direcciones, incinerando a docenas de caminantes al instante. Sus cuerpos se retorcieron en llamas, sus chillidos agónicos fusionándose con el rugido del fuego. Las llamas lamieron el hielo y lo convirtieron en vapor en un parpadeo.
Y en medio del cráter ardiente, un hombre se puso de pie.
era Joás
Su silueta se alzó entre el fuego como una deidad del infierno. Su cabello negro ondeaba con la brisa incandescente, y sus ojos naranjas brillaban con un fulgor salvaje y travieso. Su expresión era relajada, con una sonrisa despreocupada mientras observaba el caos a su alrededor.
—Vaya, vaya… parece que llegué justo a tiempo —dijo, estirando los brazos como si acabara de despertar de una siesta—. Y miren qué espectáculo… Me encanta cuando las cosas se ponen interesantes—
Un Errante, aún envuelto en llamas, se lanzó hacia él con un grito inhumano. Joas ni siquiera se movió.
?WHAM!
Su pu?o se envolvió en fuego y golpeó con una fuerza devastadora, partiendo al monstruo en dos como si fuera de papel. Las llamas devoraron los restos antes de que pudieran tocar el suelo.
—Tsk, tsk. Sin paciencia.
Los soldados que aún quedaban en pie miraban con asombro. La desesperación en sus ojos se disipó, reemplazada por una chispa de esperanza.
Joas levantó la vista hacia los Chambelanes.
—Ustedes… —dijo se?alándolos con un dedo envuelto en fuego—. Se ven divertidos.
El Chambelán demoníaco se giró lentamente hacia él, su rostro deforme fruncido en una mueca de desagrado.
—?Y tú quién eres?
Joas sonrió, pasando una mano encendida por su cabello.
—Oh, solo un tipo al que le gusta prender fuego a las cosas—
Las llamas en sus manos estallaron con un rugido, iluminando la noche con una luz cegadora.
—Ahora… juguemos —
El Chambelán macabro sonrió con una expresión de pura malicia, sus ojos deformes reflejaban un hambre primitiva mientras se preparaba para lanzarse sobre Joas. El fuego danzaba en las manos de este último, su expresión relajada pero expectante. Sin embargo, justo cuando la batalla iba a estallar, un grito de dolor inhumano desgarró el campo de batalla.
—?GRRRUAAAAAH! —
Ambos se giraron de inmediato. El otro Chambelán, el refinado y calculador, estaba arrodillado en el suelo, sujetándose el mu?ón humeante donde antes estaba su brazo derecho. El hielo ennegrecido alrededor de la herida indicaba que no solo había sido cercenado… sino cauterizado al instante. Su mirada, antes fría y controlada, ahora estaba llena de incredulidad y furia.
Elian y Maelis yacían en el suelo, inconscientes y cubiertos de heridas. Ellos no podían haberlo hecho. Entonces, ?quién?
Frente a la criatura, imponente y majestuoso como un monolito de guerra, estaba Marcus Starfire.
Su silueta ardía contra la fría penumbra de la batalla. Dos espadas duales de hojas ígneas brillaban en sus manos, el fuego crepitando con la fiereza de una tormenta contenida. Su rostro era una máscara de determinación absoluta, sus ojos llameaban con una autoridad que no admitía cuestionamientos.
Con una voz fría y autoritaria, se dirigió a Joas sin siquiera mirarlo.
—No tengo ni idea de cómo demonios escapaste de donde te teníamos, pero eso no importa ahora. Lo único que interesa es acabar esta batalla. —
Marcus giró apenas la cabeza, su mirada afilada como cuchillas.
—Joás, te ordeno que vayas tras los Jotuns y los Caminantes. Ayuda a nuestros hombres. Luna se encargará de este monstruo, y yo acabaré con el otro—
Joás arqueó una ceja, su sonrisa burlona desvaneciéndose ligeramente.
—?Estás loco? Luna ya no puede pelear. ?Mira su estado! ?De verdad esperas que ella sola se enfrente a esa cosa? —
Marcus finalmente giró para enfrentarlo. Su expresión era hielo puro.
—Sí –
La simpleza de su respuesta dejó a Joás momentáneamente sin palabras. Un choque de voluntades silencioso se desató entre ambos. La autoridad inquebrantable contra la rebeldía ardiente.
Pero antes de que la tensión estallara, Luna interrumpió.
—?Vete ahora y cumple la orden! —
Su voz resonó con una severidad implacable. Joás la miró, incrédulo.
—?Pero qué demonios estás diciendo? –
Entonces, sus ojos se encontraron.
Los ojos rojos de Luna brillaban con una intensidad que no permitía dudas. Fríos. Determinados. Absolutos. No pedían… ordenaban.
Joas sintió un escalofrío recorrer su espalda. Ese era el mismo fuego que había visto arder en los guerreros que estaban dispuestos a morir por su causa sin un solo titubeo.
Con una risa seca y sarcástica, pasó una mano por su cabello y resopló.
—Heh… Estás completamente loca —
Se giró sobre sus talones, las llamas en su cuerpo rugiendo con una intensidad renovada.
—No mueras, Luna… —dijo, su voz perdiéndose en el crepitar de su fuego—. Regresaré en un rato –
Y con un estallido de llamas, Joas desapareció en dirección al infierno del campo de batalla, listo para masacrar a los Jotuns y los Caminantes, brindando apoyo a los soldados que aún luchaban por sus vidas.
Joás se elevó entre llamaradas, su rastro incandescente iluminando el cielo nocturno como un meteoro. Marcus lo observó desaparecer en la tormenta de fuego y acero sin cambiar su expresión.
No había tiempo para distracciones.
Giró su mirada a la criatura frente a él. El Chambelán cercenado jadeaba de furia y agonía, su carne helada crepitando donde había sido cauterizada. Sus ojos deformes chispeaban con un odio que prometía aniquilación.
Marcus apenas lo miró antes de ordenar con voz cortante:
—Levántate, Maelis—
Un gru?ido profundo se escuchó desde el suelo. Entre los escombros y la sangre, Maelis se incorporó lentamente. Su cuerpo estaba destrozado, sus músculos ardiendo con el peso de sus heridas, pero su voluntad... su voluntad no se doblegaba ante nada.
Se pasó la lengua por los labios ensangrentados y escupió a un lado.
—Tch... Como en los viejos tiempos, ?eh? —bufó, con una sonrisa ladina. Sus ojos brillaban con el frenesí de la batalla–
El Chambelán lanzó un rugido desgarrador y alzó su único brazo al cielo. Una espiral de hielo creció como una lanza gigante desde su mu?ón, transformándolo en un arma brutal. Sin perder un instante, embistió como una avalancha descontrolada.
Pero Marcus se movió antes.
Apareció a su lado en un destello de fuego.
Su espada incandescente silbó a través del aire, descendiendo con precisión quirúrgica. El Chambelán apenas tuvo tiempo de alzar su lanza de hielo para bloquear, pero el impacto fue catastrófico.
?CRACK!
El hielo se hizo a?icos como cristal contra la hoja ardiente. Antes de que la criatura pudiera reaccionar, Maelis se abalanzó sobre él como un demonio desatado.
—?MI TURNO! —
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Su pu?o, envuelto en llamas abrasadoras, se estrelló contra el estómago de la criatura, hundiéndola en el suelo con una explosión de fuego y escarcha. La tierra se resquebrajó bajo el impacto.
El Chambelán intentó levantarse, pero Maelis no le dio tregua. Como un berserker descontrolado, lo golpeó una y otra vez, cada impacto haciéndolo hundirse más en el suelo congelado.
Marcus caminó lentamente hacia ellos, su mirada afilada como una guillotina.
—Termina con esto, Maelis–
Con un rugido, Maelis tomó a la criatura por la cabeza y lo levantó en el aire con una sola mano. El hielo en su piel se derretía ante el calor infernal de su agarre.
—?NO ERES MáS QUE OTRO PEDAZO DE ESCORIA!–
Con un último grito de guerra, aplastó su pu?o contra el cráneo del monstruo, hundiéndolo completamente en el suelo.
Silencio.
El Chambelán se retorció por un instante… y luego quedó inmóvil.
Marcus giró sobre sus talones.
—Vamos, aún quedan más por matar—
Maelis soltó una carcajada extenuada, pasando su brazo por la nariz ensangrentada.
—Heh… sí, como en los viejos tiempos—
El otro Chambelán se tensó con furia al ver la caída de su hermano.
—Maldito insecto–
Dio un paso al frente, dispuesto a lanzarse contra Marcus y Maelis… pero entonces Luna bloqueó su camino.
Cojeaba. Su pierna estaba atravesada por una estaca de hielo. Pero su expresión era helada, imperturbable.
Sin una mueca de dolor, se arrancó la estaca de su muslo con un solo movimiento.
El hielo dejó un agujero profundo y la sangre caliente manó de la herida, pero Luna ni siquiera parpadeó. Se arrancó un trozo de su propio traje y se vendó la pierna con calma quirúrgica.
El Chambelán la miró con diversión distorsionada.
—Peleas en este estado… qué patético –
Luna inclinó la cabeza. Sus ojos rojos brillaban con una intensidad inhumana.
—Voy a matarte –
Y se desvaneció.
Un segundo después, la katana ardiente ya estaba descendiendo sobre la cabeza del Chambelán.
él bloqueó con su brazo helado, pero en el instante en que su piel tocó la hoja incandescente, una explosión de vapor y fuego lo hizo tambalearse hacia atrás.
Luna no le dio tregua.
Se deslizó como una sombra, su espada danzando en cortes precisos, como si la propia muerte jugara con su presa.
Cada tajo dejaba profundas heridas que el hielo no podía regenerar lo suficientemente rápido.
Pero el Chambelán no era débil.
Pateó el suelo con furia y una oleada de estacas de hielo surgió en un instante, amenazando con empalarla.
Luna saltó en el último segundo.
Rodó en el aire, giró su katana y, con un solo movimiento, cortó el hielo como si fuera papel.
Cuando cayó de pie frente a él, ya tenía la espada apuntando a su cuello.
El Chambelán parpadeó, incrédulo.
—Tch… imposible.
—Muere! –
Con un tajo limpio, Luna decapitó a la criatura.
Su cuerpo se desplomó con un estrépito y su cabeza rodó por el suelo helado.
Pero la victoria no llegó sin precio.
Luna cayó de rodillas.
La sangre fluía de sus heridas. Sus fuerzas se extinguían.
Pero ella no cayó.
Apretó los dientes y se sostuvo con su espada, mirando el campo de batalla con ojos fríos.
Aún no había terminado.
El cielo nocturno ardía con llamaradas salvajes mientras Joas descendía entre los Caminantes y Jotuns.
Aterrizó como un meteorito.
?BOOM!
Una explosión de fuego incineró a docenas de criaturas al instante. Los soldados miraron boquiabiertos mientras el fuego de Joás devoraba el hielo del campo de batalla.
—Bien… —sonrió con sadismo— ?Hora de la diversión!
→ Técnica: "Frenesí ígneo"
Las llamas recorrieron sus pu?os y piernas y, en un parpadeo, ya estaba entre los enemigos.
Un pu?etazo en el torso de un Jotun lo hizo estallar en llamas.
Joás giró sobre sí mismo, sus llamas extendiéndose como un torbellino ardiente. Los Caminantes se redujeron a cenizas antes de siquiera reaccionar.
Joas dio un salto, reuniendo fuego en su pu?o.
—?TODOS ARDAN!
Descendió como un cometa y, al impactar el suelo, una ola de fuego arrasó con todo en un radio de 50 metros.
Cuando el humo se disipó…
Solo quedó fuego y cenizas.
Los soldados, impactados, alzaron sus armas en vítores.
Joas sonrió con satisfacción, viendo el caos a su alrededor.
—Bueno, eso fue… divertido —
Pero la batalla aún no había terminado. El campo de batalla quedó en un tenso silencio. La nieve te?ida de rojo, los cuerpos de soldados y monstruos amontonados en la escarcha, y el frío que mordía hasta los huesos creaban un escenario infernal. Pero lo peor de todo era la presencia de aquel hombre vestido de negro, con su aura antinatural, con su risa enferma y la manera en que miraba a Joas, como si lo hubiera estado buscando toda su vida.
—Qué suerte la mía… —susurró, su voz temblando de emoción mientras una risa temblorosa escapaba de sus labios—. ?Por fin te encontré! –
Joas sintió un escalofrío recorrer su espalda. No por el frío, sino por la forma en que aquellas palabras parecían perforar su mente.
Antes de que pudiera reaccionar, una garra helada se cerró sobre su rostro. El dolor fue inmediato.
El hielo trepó por su piel como si tuviera vida propia, devorándolo desde el hueso, congelando la carne con un ardor atroz. Por primera vez en mucho tiempo, Joas sintió miedo.
Pero en lugar de gritar, sonrió.
Una risa ronca y desafiante escapó de su garganta mientras su cuerpo se envolvía en llamas.
—Tienes razón… qué suerte la mía—
Las llamas estallaron con violencia, cubriendo su rostro y recorriendo el brazo del hombre como una serpiente de fuego.
El desconocido gimió, sorprendido. Su risa se quebró. Joás lo agarró con fuerza, apretando con toda su rabia.
—Que suerte de encontrarte aquí, te voy a matar—
Pero entonces, ocurrió lo imposible.
El hombre se arrancó su propio brazo.
Sin dudar, sin titubear, con un movimiento limpio y sin un solo grito de dolor.
Joas se quedó inmóvil. Los soldados que observaban la escena abrieron los ojos con horror.
El desconocido, en cambio, simplemente sonrió.
—La verdad es impresionante verte aquí… y más ayudando a los humanos —
Su tono juguetón no cambió ni un ápice. Como si su brazo cercenado fuera poco más que una distracción.
—Pero bueno, eso no importa. Lo importante es que te encontré… y ya puedo culminar mi misión –
Los ojos naranjas de Joás ardieron de furia.
—?Qué demonios estás diciendo? —
El hombre inclinó la cabeza, como si lo analizara con fascinación.
—Oh, al parecer no recuerdas nada… mi se?or Prometeo –
Las palabras fueron un golpe directo a su cráneo.
Un dolor insoportable explotó en su cabeza.
Joas cayó de rodillas, con ambas manos en las sienes. Visiones borrosas, voces que no reconocía, un nombre que no le pertenecía.
—?Cállate! —rugió, fulminándolo con la mirada—. No sé quién sea Prometeo. ?Me llamo Joas!
El hombre chasqueó la lengua y suspiró con fingida tristeza.
—Oh, qué tragedia… pero eso ya lo preveía mi se?or —
De repente, su expresión se volvió completamente demente. Una sonrisa eufórica deformó su rostro mientras abría los brazos.
—?Con más razón debes venir conmigo, Se?or Prometeo!—
Joas no escuchó más.
Se lanzó con toda su furia.
Su cuerpo entero se convirtió en un torbellino de fuego.
Su pu?o ardiente se dirigió directo al rostro del desconocido, pero en el último segundo…
El hombre simplemente se inclinó a un lado.
Joas sintió su pu?o atravesar el aire vacío.
Los soldados se quedaron sin aliento.
Pero Joas no se detuvo. Giró sobre su eje y lanzó una patada envuelta en llamas, formando un arco abrasador. La temperatura del aire se elevó instantáneamente.
El enemigo ya no estaba allí.
—Qué decepcionante… —susurró.
Joas sintió una presencia detrás de él.
Antes de poder reaccionar, un pu?o helado se estrelló contra su abdomen.
Su fuego titiló. Sus ojos se abrieron con sorpresa.
?BAM!
El impacto lo lanzó como un proyectil. Su cuerpo voló por el campo de batalla, estrellándose contra el hielo y la roca, dejando un cráter humeante a su paso.
Silencio absoluto.
Los soldados miraban con terror puro.
Joas, el hombre que podía reducir ejércitos a cenizas, había sido destruido en segundos.
El desconocido se estiró los dedos con aburrimiento, como si hubiera terminado una tarea insignificante.
—Esto ha sido decepcionante… —
Pero entonces, algo cambió.
Un aura abrasadora y feroz se alzó detrás de él. Marcus, Maelis y Luna habían llegado.
Marcus, con sus ojos rojos como brasas encendidas, avanzó con sus espadas en llamas.
Maelis, con una sonrisa salvaje, se crujió el cuello.
Luna, herida, sangrando, pero con una mirada de hielo, y cubierta de heridas. Los tres atacaron al unísono.
Marcus descendió con un tajo llameante. Maelis se movió con la ferocidad de un berserker, desatando una tormenta de golpes. Luna, fría y letal, se deslizó como una sombra, buscando su punto débil.
Pero ninguno de sus ataques tocó al hombre.
Esquivó todo con una facilidad insultante.
Los cortes de Marcus pasaron a su lado sin rozarlo. Los pu?os de Maelis atravesaron el vacío. Luna intentó apu?alarlo, pero su cuchilla cortó nada más que aire.
El enemigo ni siquiera estaba esforzándose.
—Vaya, esto es vergonzoso… —susurró con una sonrisa burlona.
Y entonces, con un movimiento pausado y tranquilo…
Su brazo se regeneró.
Los soldados contuvieron el aliento. Marcus, Maelis y Luna lo miraron, incrédulos.
El hombre extendió su brazo recién formado, flexionando los dedos como si nada hubiera pasado.
—Ahora sí, podemos empezar —
El aire se volvió denso, como si la presencia de aquel hombre deformara el espacio mismo. Su sonrisa era un recordatorio cruel de su superioridad.
Luna fue la primera en atacar de nuevo. A pesar de sus heridas, su cuerpo se movía con una frialdad implacable. Se deslizó como una sombra, su katana cortando el aire con precisión quirúrgica, buscando cualquier abertura en su enemigo.
Pero no sirvió de nada.
El hombre se inclinó a un lado con una facilidad insultante, atrapó la mu?eca de Luna con una mano y, sin esfuerzo, la estampó contra el suelo.
?CRACK!
Un grito ahogado escapó de sus labios mientras un dolor abrasador le recorría la espalda.
—Eres impresionante… para ser una humana. —susurró el hombre con un tono burlón—. Pero eso no es suficiente. –
Sin darle oportunidad de moverse, su pie descendió como una guillotina sobre su abdomen.
?BAM!
Luna escupió sangre y su cuerpo se sacudió como si un rayo la hubiera golpeado.
—?Luna! —rugió Maelis, abalanzándose sobre el enemigo con una furia bestial.
Maelis no era sutil ni calculador. Su estilo de combate era violencia pura, cada golpe acompa?ado de un rugido salvaje, su cuerpo entero desbordando fuerza bruta.
El enemigo simplemente sonrió.
Cuando Maelis lanzó un pu?etazo devastador, el hombre lo detuvo con dos dedos.
"Imposible."
Maelis sintió cómo su cuerpo se congelaba antes de que el enemigo girara su mu?eca con suavidad…
?CRACK!
El brazo de Maelis se torció en un ángulo antinatural. El grito de dolor fue desgarrador.
—Demasiado predecible –
El hombre alzó su rodilla y la hundió en el abdomen de Maelis.
?THUD!
El impacto lo lanzó varios metros, rodando por la nieve hasta quedar inmóvil. Los soldados miraban aterrados. Luna y Maelis estaban fuera de combate.
Marcus apretó la empu?adura de sus espadas, sus ojos rojos brillando como brasas encendidas.
El enemigo chasqueó la lengua.
—Bueno, al menos tú aún puedes seguirme el ritmo… —
Marcus no respondió. Atacó.
Su velocidad era impresionante.
Sus espadas gemelas ardieron con intensidad, creando un torbellino de fuego y acero a su alrededor. Cada tajo era calculado, preciso, letal. El hombre retrocedió, por primera vez, dejando de jugar.
Pero aun así, seguía esquivando.
Sus movimientos eran mínimos, un simple giro del cuerpo, una inclinación sutil. Marcus lo presionaba, pero nunca lograba alcanzarlo.
—Impresionante —dijo con una sonrisa, evadiendo otra estocada con un simple paso atrás—. Sigues en pie, incluso después de ver lo que le hice a tus aliados –
Marcus no dijo nada. Solo atacó con más intensidad. El enemigo sonrió, disfrutando del combate. Pero entonces, cambió su enfoque.
En un abrir y cerrar de ojos, desapareció.
Marcus sintió un escalofrío en la nuca. Giró justo a tiempo para verlo moviéndose… hacia los soldados.
—?NO!—
El hombre levantó una mano y el hielo emergió del suelo en forma de estacas letales.
Marcus se interpuso.
?CLANG! ?CLANG!
Desvió los proyectiles con sus espadas, su fuego derritiéndolos antes de que alcanzaran a los soldados.
Pero el enemigo no se detuvo.
Desde distintos ángulos, más estacas surgieron. Marcus giró, bloqueó, esquivó, protegiendo a los suyos con cada movimiento.
Su respiración se agitaba. Cada segundo que pasaba, el enemigo lo empujaba más y más al límite.
El hombre observó con diversión, inclinando la cabeza.
—Eres persistente… eso es admirable –
Marcus no respondió. No tenía tiempo. Estaba demasiado ocupado manteniéndolos con vida.
Pero entonces, una ráfaga de calor explotó en el aire. El enemigo se detuvo.
Marcus sintió un cambio brutal en el ambiente.
Una presión asfixiante… una presencia desbordante de ira.
El sonido de pasos ardientes rompió el silencio.
— QUITATE DEL CAMINO —
La voz de Joás era diferente.
Ya no era juguetona. Ya no tenía su tono despreocupado. Era puro veneno.
Los ojos de Joás brillaban con un fulgor anaranjado. Las llamas alrededor de su cuerpo eran más intensas, más caóticas.
Su expresión estaba deformada por la furia.
—Tú… —su mirada se clavó en el enemigo con un odio tangible —. Me tienes harto —
El hombre sonrió con emoción.
—Eso es… —
Joás desapareció.
Y en el siguiente instante, su pu?o ardiente impactó contra el rostro del hombre.
Por primera vez, no pudo esquivarlo.
?BOOM!
El cuerpo del enemigo salió disparado, estrellándose contra el hielo y deslizándose varios metros.
El impacto dejó el suelo quemado, las llamas de Joas no eran las mismas de antes.
El enemigo se levantó, frotándose la mandíbula… y rió.
—Así me gusta –
Joas no esperó.
Se lanzó al ataque de nuevo, su fuego rugiendo con cada golpe. Sus pu?os eran una tormenta de llamas, su velocidad mucho mayor que antes. El hombre esquivó los primeros ataques, pero esta vez…
Joas era más rápido.
Un pu?o encendido conectó con su abdomen. Luego otro en su rostro.
?BAM! ?BAM!
Joas lo estaba superando.
El enemigo se rió en medio del castigo.
—?Sí, sí, eso es! ?Eso es lo que quería ver! —
Marcus observó la escena, aún sin aliento. Luego, su mirada se endureció. No dejaría que Joás peleara solo.
Marcus se lanzó a la batalla, uniéndose al combate. Y por primera vez en la noche…
El enemigo dejó de sonreír. El hielo y el fuego chocaban en una tormenta de destrucción.
Joás avanzaba sin piedad, su cuerpo envuelto en llamas violentas que ondulaban como una tormenta infernal. Su furia lo consumía, su mirada ardía como brasas vivas.
Rugió, su pu?o incendiado girando en un torbellino de fuego, lanzando un aluvión de golpes que rasgaban el aire con explosiones ardientes.
El hombre misterioso sonrió.
Con una elegancia inhumana, esquivó cada golpe, cada llamarada, como si el tiempo mismo se ralentizara para él.
—Tienes potencial, mi se?or Prometeo… pero sigues siendo un ni?o jugando con fuego.
Su aliento helado se condensó en el aire. Con un chasquido de sus dedos, una explosión de escarcha estalló a su alrededor —
—"Epitafio de Hielo" –
En un instante, agujas de hielo brotaron en un radio de diez metros, afiladas como lanzas.
Joas apenas tuvo tiempo de reaccionar. Saltó, sus llamas envolviendo sus piernas.
—"Estrella Fugaz" –
Giró en el aire y descendió con un talón envuelto en fuego puro, que impactó contra el hielo y lo redujo a vapor en una explosión cegadora.
El hombre rió con diversión. No se movía, no esquivaba. Solo disfrutaba.
Pero entonces… Marcus apareció.
—No lo subestimes. —
Las espadas de Marcus rugieron con fuego vivo.
Se movió con precisión mortal, su estilo de combate era puro cálculo, una danza de cortes ardientes que envolvían a su enemigo en un infierno de acero.
Pero el hombre seguía sonriendo.
Con un movimiento fluido, extendió su mano y murmuró:— "Catedral de la Noche" —
El hielo bajo sus pies cobró vida.
Gigantescas columnas de escarcha oscura se alzaron, cercando a Marcus y a Joas en un laberinto de muerte.
—Vamos, impresiónenme.—-
Joas y Marcus se movieron a la vez.
Marcus destruyó las paredes heladas con cortes precisos, mientras que Joas, envuelto en un torbellino de fuego, arrasaba con las llamas de su ira.
El hombre se rió. Se deslizaba entre los ataques como un fantasma, apareciendo y desapareciendo con cada parpadeo.
De pronto, Joas sintió un escalofrío en la nuca.
El enemigo estaba justo detrás de él.
—"Silencio Invernal"—-
?CRACK!
Un pu?etazo helado se hundió en la espalda de Joas, enviándolo contra una de las columnas. Su cuerpo crujió por el impacto.
Marcus intentó intervenir, pero…
—"Dominio Cero Absoluto"—
El hombre golpeó el suelo con su palma. El aire se volvió denso, pesado…
Y en un abrir y cerrar de ojos, Marcus sintió su cuerpo congelarse.
Sus espadas quedaron atrapadas en una prisión de hielo. Sus pies no podían moverse.
El hombre se acercó, inclinando la cabeza con curiosidad.
—Sigues en pie. Increíble —
Marcus lo miró con furia. Pero no podía hacer nada.
El hombre sonrió… pero entonces, su expresión cambió.
Su cuerpo tembló.
Giró la cabeza, como si escuchara algo… algo que nadie más podía oír.
Su sonrisa se desvaneció por un instante.
—Oh… así que esa es tu voluntad… —
Los presentes lo vieron dar un paso atrás.
—Qué fastidio… justo cuando esto se ponía interesante.
Se alejó con calma, mirando al cielo nocturno. Su expresión era de resignación… pero también de diversión —
—?Por qué me ordenas que me vaya? —susurró—. Ohh, está bien, como ordenes.
Se giró hacia Joas, Marcus y los soldados. Una sonrisa macabra deformó su rostro.
—Volveremos a vernos, mi se?or Prometeo —
Joas lo miró con los dientes apretados, su fuego aún rugiendo en su piel.
—?Dime tu maldito nombre!
El hombre hizo una leve reverencia.
—Llámame… Auron —
Y con un chasquido de sus dedos, desapareció en una brisa helada.
Pero antes de irse, alzó su mano hacia el cielo. La temperatura descendió brutalmente.
Y entonces cayó..
Desde lo alto de las nubes, una gigantesca esfera de hielo descendía como un meteorito, cargada de energía helada que amenazaba con aniquilar todo a su paso.
Los soldados gritaron de terror.
Marcus se preparó para recibir el impacto… pero Joás lo detuvo.
—Déjamelo a mí —
Marcus vio la expresión de Joás. No era la de un bromista.
Era la de un guerrero.
Las llamas alrededor de Joás se intensificaron. Su cuerpo explotó en fuego.
Se lanzó como un cometa ardiente directo contra la esfera de hielo.
El choque fue apocalíptico.
El cielo se iluminó con una explosión de fuego y hielo. El impacto sacudió la tierra, las llamas devoraron el frío, el hielo intentó sofocar las llamas. Los soldados tuvieron que cubrirse los ojos.
Y entonces…
El hielo se quebró.
Joas atravesó la esfera con un rugido de pura determinación.
La bola de hielo estalló en miles de fragmentos, consumidos por las llamas de Joas antes de tocar el suelo.
El peligro había pasado.
Pero Joas aún ardía.
Cayó de pie, su cuerpo cubierto de heridas. Su respiración era pesada. Su mirada, afilada.
—Auron… —murmuró con furia—. La próxima vez, te haré pedazos.