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Capítulo 29 - Amelia Tennath

  Para mi sorpresa, narrar la historia de nuestra familia me resultó la parte más fácil de la velada. Al fin y al cabo, solo tenía que volver a ponerme en la piel de la Amelia de diez a?os y de cómo descubrió, a las malas y sin previo aviso, la guerra que estaba destruyendo todo lo que se le cruzaba en nuestro cuadrante del universo. La pugna por el control territorial entre las dos grandes potencias de las galaxias que nos rodeaban: la Federación Aruna y el Imperio Mak-rol. Cómo, incluso lejos del frente de batalla en el cinturón de Ahmira todos los peque?os planetas independientes sufrían las consecuencias de la contienda interestelar y cómo una ni?a vio, de un día para otro, su planeta natal consumido por la codicia de los se?ores de la guerra.

  Seldoria no tenía nada de especial. Si mirábamos una carta estelar, veríamos que estaba en el lado de los Aruna una vez dividíamos el mapa a través de la línea del frente de batalla, pero bien podría haberlo estado en el contrario y la historia, probablemente, sería la misma. Se trataba del único planeta sólido que orbitaba la estrella Harid y su carrera espacial no había llegado mucho más allá de algunas precarias colonias establecidas en sus satélites. Por tanto, su clasificación dentro de las Ordenanzas Estelares lo establecía como uno de Clase 3: suficientemente civilizado, con un nivel tecnológico respetable, pero desconocedor de la realidad del cosmos que lo rodeaba. A ojos de los mandamases de la Federación, se trataba de un mero pedrusco sin valor estratégico ni bélico. Por tanto, el modus operandi de los invasores al acercarse a él era sencillo: raptar las mentes más brillantes para llevarlas a sus satélites de investigación, expoliar cualquier recurso natural que pudiera ser mínimamente aprovechable y deshacerse del resto para evitar posibles sublevaciones.

  Y después, incendiar la atmósfera, por si acaso. Si el planeta sobrevivía a eso, probablemente lo terraformaran más adelante, pero eso probablemente no ocurriría hasta el final de la guerra. Con un poco de (mala) suerte, aprovechasen su superficie calcinada para construir fábricas o macrocentrales de energía con las que nutrir a su flota. Independientemente del resultado, algo estaba claro: el planeta nunca recuperaría su viveza de anta?o.

  Por fortuna para nuestra familia, el arunita que tenía que decidir qué mentes podían ser de provecho dictaminó que las de Katherine y Gregory Tennath eran sujetos prometedores y podrían formar parte del cuerpo científico de la Federación. Al menos, mostraron algo de humanidad al permitir que su peque?a hija pudiera instalarse con ellos (si bien el motivo que los empujaba era que albergaban la esperanza de que heredara sus capacidades intelectuales y no una bondad altruista). Nuestra vida había cambiado. Para mal, pero seguíamos luchando.

  Si bien la memoria de un planeta reduciéndose a cenizas perduraría en mis recuerdos, los siguientes a?os fueron algo borrosos. Al fin y al cabo, mi mente se esforzaba en encontrar mecanismos para enfrentarse al trauma. Sí que tenía recuerdos de mi familia allí arriba. No tenían mucho tiempo para mí, pero lo aprovechaban al máximo. Padre me ense?aba todo lo que sabía de programación e ingeniería. Madre, biología y química. No con la esperanza de que algún día les sucediera, sino con verdadera pasión por sus áreas de estudio, como motivo por el que sonreír haciendo lo que siempre habían amado. Si forzaba la memoria a aquel entonces, también encontraría caras poco definidas de otros adolescentes en mi situación (con los que me costaba congeniar) y de guardas arunitas que se aseguraban de que nadie se saliese del molde, pero hasta ahí llegaba mi memoria visual de esa época.

  Sí que podía evocar el grueso de la experiencia: si producíamos resultados, nuestras vidas eran cómodas y ascendíamos poco a poco por el escalafón, pero todos nuestros esfuerzos se enfocaban, en última instancia, en que la Federación se impusiera bélicamente a su rival. En destruir al bando contrario sin importar qué se sacrificara por el camino. En mantener una carrera armamentística que no iba a ninguna parte y que probablemente se mantuviera siglos después de que dejáramos este mundo.

  Aun así, mis padres nunca cejaron en su diligencia. Si bien renegaban de política interestelar y se odiaban por los sangrientos resultados de sus investigaciones, seguían trabajando y encontrando su consuelo en que, en algún momento, su ciencia fuera provechosa para lograr un mundo mejor. Evidentemente, una adolescente idealista como yo no podía estar a bordo con una mentalidad tan derrotista, así que empecé a aprovechar mis nuevos conocimientos para analizar el sistema y (por decirlo de una forma delicada) poner sus vulnerabilidades a mi favor.

  Cuanto más se codeaban los Tennath con los altos cargos, más fácil era para su hija vulnerar sus protocolos de seguridad. Cuantas más cenas de lujo premiaban los hitos científicos de la pareja, más sencillo era robar información clasificada. Cada celebración de una victoria en combate me acercaba más a las herramientas que iba a necesitar para adelantarme a los siguientes movimientos del Regis de la colonia espacial. Cada día que pasaba, se volvía más evidente que podía encontrar una forma de evadir este conflicto. Quizá pasando nuestros días como ciudadanos sin rostro de uno de los planetas internos. Puede que encontrando un agujero de gusano que nos enviase a un lugar recóndito donde agotar nuestros días en un paraíso desconocido. Cualquier cosa lejos de las garras de la guerra que había arruinado nuestras vidas.

  Poco después de mi decimoctavo cumplea?os, una canal cifrado al que no debería tener acceso me hizo conocedora de una noticia inusual: habían localizado un planeta de Clase Alfa. Uno fuera de la escala numérica. Los mandamases lo habían declarado como un asunto de máxima importancia, algo tan capaz de darles la victoria en la guerra como de destruirles en un descuido. ?El motivo? Un elemento que nadie, amigo o enemigo había registrado antes.

  El éter.

  ―Suelen decir que cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia ―me interrumpió mi madre, permitiéndome un más que necesario descanso para terminarme el pedazo de tarta que descansaba sobre mi plato―. Y no les faltaba razón; cuando descubrimos las propiedades de ese misterioso éter, ni los químicos más versados de la colonia fuimos capaces de llegar siquiera a una teoría que lo justificara mínimamente. Así que el primer plan de acción de la Federación fue dejar el planeta en cuarentena hasta que la investigación sobre sus únicos recursos arrojase algún resultado. Fijaron una estación espacial en su órbita para vigilar a los nativos del planeta, pero tras meses y meses de investigación, nadie logró nada en claro.

  ―Y ese fue mi momento de gloria. ―Me llevé la mano al pecho, orgullosa―. Hackeé los registros de la colonia, borré las huellas de nuestra presencia y robé una de las naves del hangar.

  ―?Hackequé? ―Rory frunció el ce?o―. Perdonad, aún no controlo la jerga.

  ―Esa palabra me suena de algo... ―Mirei se acarició el mentón―. La he leído en alguna parte. U oído.

  ―?Ya sabes! ―Runi se adelantó a mi explicación―. ?Un ataque digital! Meterse en sus datos a la fuerza, pero sin que se den cuenta. Quizá solo quieras robarles información... o puede que prefieras da?ar sus sistemas. ?Posibilidades infinitas!

  ―Al principio, la idea de Amelia me pareció una locura. ―Gregory se recolocó el monóculo, nostálgico―. Sin embargo, cuanto más pensaba en ella, más atractiva me parecía. ?Un planeta en cuarentena con una lenta investigación que se alargaría de forma indefinida? Era, irónicamente, el mejor lugar para esconderse de nuestros captores. Con un poco de suerte, los que nos recordaban nos darían por muertos. Y para cuando se percataran de nuestra argucia... Habríamos descubierto lo suficiente en nuestra peque?a expedición de campo como para plantarles cara.

  ―Así que... ―fue Rory quien respondió con palabras afiladas―. Nos habéis traído una guerra que no nos correspondía. Solo por escapar. Por lo que decís, estábamos protegidos por una cuarentena, ?no? Podíamos haber vivido así, ignorantes.

  ―No exactamente ―dijo mi madre―. La investigación tomaría su tiempo, pero sabíamos que contaban un plan de acción y... Debíamos a este planeta retrasarlo lo máximo posible mientras dábamos con una solución.

  ―Los Envíos ―aclaré―. Si no podían averiguar cosas sobre el éter desde sus estaciones, harían que los moradores de este planeta lo hicieran por ellos. Proveyendo al populacho de tecnología y observando su reacción a diversos niveles de avance, lograrían avanzar a saltos vuestro nivel y dotaros de la curiosidad necesaria como para ver qué pasaría al unirlo a vuestro conocimiento.

  Mi madre continuó por mí.

  ―Así que cuando nos logramos instalar en Coaltean, nuestra misión fue doble: por un lado, hacernos con toda la tecnología posible para eliminar sus mecanismos de rastreo...

  ―Y evitar a toda costa que cayerais en su plan haciendo vuestras vidas cada vez más cómodas sin necesidad de integrar ambas tecnologías. ―Después de que le lanzara una mirada afilada, Padre tomó el relevo―. Aunque siempre hemos tenido nuestros rifirrafes sobre si eso es o no una buena idea.

  ―Frenar artificialmente el desarrollo de una ciencia nunca es buena idea ―le reprendí―. Fuiste tú quien me ense?ó eso. Desde ni?a. Y esta vez sí que puede ayudar a las buenas gentes de este mundo. ?Mira lo que han logrado los Rapsen sin siquiera saber a qué se estaban enfrentando! ?Mira!

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  ―?Lo que hemos logrado? Hacer exactamente lo que esperaban. Caer en su trampa. Crear la tecnología que buscaban y darles exactamente los resultados que querían. ―Por fin, la extra?amente callada Mirei participó en la conversación y su tono no era agradable―. Sin embargo... Coincido con Amelia: es la idea correcta. Por mucho tiempo que ganarais, el reloj seguía corriendo. Los ataques a las tribus son se?al suficiente de que se acercaban a sus objetivos experimento a experimento.

  ―Correcto ―apreció Dan en un tono tan enérgico que se sintió fuera de lugar―. Si mis apreciaciones han sido con tino, los recientes experimentos de los Aruna están relacionados con el control ilícito de cuerpos. En primer lugar, de monstruos de menor significancia, como el varnu que enfrentamos en nuestro primer encuentro. No tardaron en cambiar sus miras a las tribus en un desesperado intento de controlar lo que ellos conocen como ?magia cristal?. Cientos de soldados armados con gemas de éter capaces de desatar la furia de los elementos sobre los Mak-Rol... Con una tecnología que ni sus mejores escudos podrían contener de forma efectiva. Una propuesta lo suficientemente atractiva como para ignorar los riesgos.

  ―Un solo Diluvio pudo hacerse con el control de gran parte de la población de Kadrous ―nos recordó la maquinista―. Y de distraerlos lo suficiente como para drenar desde la sombras a uno de los Dragones. No quiero ni imaginar cuál sería su objetivo con eso. Está claro que, con semejantes resultados, están más que preparados para lanzar una ofensiva contra nosotros.

  ―Ese calamar pirado dijo algo de una Cosecha ―subrayó Lilina. A pesar de su lenguaje dicharachero, parecía inmersa en sus pensamientos―. Y de que llegaría pronto gracias a su intervención.

  ―Las cosas de palacio van despacio ―replicó mi padre con sosiego―. Una Cosecha no se prepara de un día para otro, y menos aún para un planeta de Clase Alfa. Por mucho que estén atajando el calendario, me aventuraría a afirmar que tenemos tiempo para nuestro plan B.

  ―Para el B y el C. O quizá, ambos a la vez. ―Me llevé el índice a los labios y esbocé una sonrisa pícara―. ?Qué tal tu experimento, Rory? ?Has alcanzado a generar algún campo sólido etérico?

  El aludido soltó un suspiro jocoso.

  ―?Te prometo que no tendrá ninguna aplicación bélica? ―me citó con un tono claramente sardónico―. Muy lista, Amelia. Muy lista.

  ―No es una aplicación bélica cuando se usa para proteger. ―Dibujé un círculo con mis manos―. ?No crees? Nosotros nos quedaremos dentro y ellos fuera. Congelados en nuestra peque?a burbuja de cosmos con el único escudo que ninguno de los dos bandos puede atravesar.

  ―Suena bien sobre el papel ―el alquimista parecía especialmente interesado en mi teoría―, pero... No hay fuente de éter protector lo suficientemente grande para lo que pides.

  ―En realidad, sí que la hay. ―Alcé el dedo índice en el aire, satisfecha por poder aleccionarle sobre su especialidad―. Tú mismo lo dijiste la primera vez que hablamos. El éter protector no es sino...

  ―Una aplicación teórica del alcaesto ―soltó una carcajada ligeramente nerviosa―. Te las sabes todas, ?eh? Sí, efectivamente. Al fin y al cabo, se trata del más maleable de los elementos... y de una leyenda que cuentan a los ni?os que estudian alquimia. Ni un solo Sabio de la historia ha logrado sintetizarlo con éxito. Así que temo darte la noticia: no hay humano, ni alienígena, supongo, que pueda lograr lo que buscas.

  ―?Es una suerte que no sea ninguna de las dos cosas! ―la voz mecánica de Runi llenó la estancia―. Puedo reorganizar el agua, el fuego y la roca. Puedo combinarlos, deshacerlos y destilarlos... Teóricamente, podría derivar otros elementos de él, por legendario que los consideren vuestras mentes limitadas por esos axiomas anticuados. Pero necesito algo más para entender la esencia de este mundo. Necesito algo para llegar al estado fundamental de sus elementos.

  ―Al Dragón del Rayo ―Lilina fue la primera en unir las flechas.

  ―Eso es, hacernos con el poder de los cuatro Dragones era mi plan B. ―Puse los brazos en jarras y saqué pecho, orgullosa―. Y ya llevamos tres... ?y buenos visos en la parte técnica! Buena sinergia entre áreas de investigación, ?eh?

  ―Así que para eso querías que desarrollara el... ?Serás pícara! ―Mi padre me miró con aprobación―. Tengo que admitir que te he infravalorado.

  ―Y por eso tenías tanta curiosidad en las equivalencias de la química conocida con la alquimia... ―Mi madre se llevó la mano a la boca para ocultar una sonrisa cómplice―. Definitivamente, eres hija nuestra.

  ―Vale... Admito que la historia que me estáis contando es bastante más alocada de lo que podía haber imaginado incluso después de saber de dónde venís. ―Mirei estiró los brazos hacia el techo y, tras hacer crujir sus articulaciones, se quedó pensativa por unos instantes―. No obstante, mi instinto me dice bien clarito que ya es tarde para echarse atrás. Así que... ?otro de los planes de Meli? Adelante, no voy a perdérmelo.

  Aunque su aprobación fuera explícita, estaba adornada con una expresión de confusión. Sabía que aún le debía muchas explicaciones y un buen pu?ado de motivos para confiar en mí. Pero en ese momento, me limité a agradecer su aprecio con una de mis chanzas.

  ―Tampoco es que tuviera planes de permitírtelo. ―Me burlé sacándole la lengua―. Al fin y al cabo eres la reina del tablero.

  ―Entonces, no se diga más. ?En pos de una nueva aventura! ―el grito de Dan hizo retumbar las ventanas.

  ***

  El resto de la charla fue bastante ameno. Una vez que se habían destapado los secretos y había anunciado mi nuevo plan, me sentía cómoda en ese entorno en el que dos extra?as familias se unían. Disfruté de los dulces de Rory, de las anécdotas de toda una vida e incluso de alguno de esos momentos incómodos en los que tus padres se inmiscuían de forma incómoda en tu vida amorosa... Contuve las lágrimas que la emoción estaba condensando en mis ojos ante esa estampa anhelada a la que creía que había renunciado para siempre.

  Las cosas empezaban a remontar, pero sabía que tenía una última explicación pendiente. Una que tenía que dar para quedarme en paz conmigo misma y con toda la situación que había terminado forzando a mi alrededor. Una que me encendió un poco las orejas incluso antes de verbalizarla en voz alta.

  ―Mirei, ?podrías acompa?arme un momento?

  Me aferré con fuerza a su mano y la arrastré por media mansión hasta llegar a mi habitación. Me dio igual que viera el peque?o desastre que había montado en ella. No me importó que viera los dibujos mal hechos de UniLaRo que tenía colgados en el panel de corcho que ocupaba media pared. Tampoco me importó lo potencialmente brusco que podía resultar que la obligase a sentarse en mi cama sin mediar palabra. Tenía una última historia que contar y necesitaba que ese fuese el lugar para hacerlo.

  ―Admito que esto de que me arrastres a tu cama en completo silencio me pone un poquito. ―Me dedicó una sonrisa de las que desarman―. Aunque, por tu cara de circunstancia, creo que es más lógico asumir que estoy malinterpretando mucho la situación.

  ―?Recuerdas el día de nuestra cita? ―Reuní el coraje para hablar―. Empecé a contarte una historia sobre Dan y me preguntaste qué nos impedía instalarnos en la ciudad antes de... Ya sabes.

  Asintió con la cabeza. Por su expresión, estaba claro que no sabía qué pretendía decirle, así que me esforcé en poner en orden mis pensamientos.

  ―También te dije que, a pesar de lo mucho que desconfiaba de otras personas, nos cogió cari?o pronto. ―Remoloneé, jugueteando con mi pelo. Ella agarró mi mano para que me relajara un poco, pero eso solo aceleró mi ritmo cardíaco―. Lo cierto es que... Nosotros le necesitábamos a él tanto como él a nosotros. Eh... Esto... No sé si me estás entendiendo.

  ―He tenido una tarde llena de historias espaciales, de guerras interestelares y alquimia avanzada... Y alguna que otra pregunta incómoda de parte de tus padres. ―Dejó escapar uno de sus dulces suspiros y posó su cabeza en mi hombro―. Dale un respiro a mi cerebro, cari?o. Por favor, únicamente información directa.

  ―Vale... ―inspiré con fuerza―. Será mejor que te lo ense?e ya. Te prometo que es el último de mis secretos.

  Toqué el peque?o botón del pendiente que llevaba en la parte superior de mi oreja izquierda y esperé impaciente. Los secuenciadores de ADN no eran rápidos, y en esta ocasión el proceso de reversión estaba siendo agónico. No porque causara dolor (nunca era más que un leve cosquilleo), sino porque vería cómo la maquinista juzgaba cada peque?o cambio que se producía en mi cuerpo.

  Primero, mi piel empezó a perder su blanco pálido para volverse gris. Poco a poco, ese gris empezó a ganar un ligero tinte azulado. Cuando había retornado al color con el que nací, sentí cómo los patrones en espiral seldoritas empezaban a dibujarse en mis brazos, recorriendo el espacio que separaba mis mu?ecas de mis hombros. En ese momento, aproveché para desabotonarme la camisa.

  Quería que me viera tal y como era. No quería ocultar ningún detalle. Y, además, sería más cómodo no llevar ropa humana encima cuando empezasen a aparecer las duras escamas negras que protegerían mis clavículas o las peque?as alas de plumas oscuras que abrazaban mi cuello y caían como una peque?a capa sobre mis hombros. No es que las hubiera echado de menos durante todo ese tiempo, pero las sentía... familiares. Una parte de mí que había dejado atrás y estaba mostrando, por primera vez, en la más cálida de las intimidades.

  Por último, sentí la necesidad de parpadear. No podía verlo, ni notarlo. Sin embargo, sabía que eso quería decir que mis escleras se estaban volviendo negras y mis pupilas se afilaban. Lo hice varias veces, una por cada peque?o cambio que tenía en ellos... Y una más, lentamente, para presentarme de forma final a la persona que había visto toda esa transformación.

  ―Este es el aspecto que realmente tengo. ―Paré unos instantes para cuestionarme lo que había dicho en voz alta―. O el que tenía antes de todo esto, supongo. Supongo que alguno de los rasgos de mi yo original perduró después de la resecuenciación de ADN de las muestras de Dan, pero... En fin... Lo que quiero decir es que quizá compartamos más sangre de la que podrías haber pensado en un principio.

  No obtuve respuesta. ?Es que no me la merecía después de todo? No, era imposible que fuera eso. A esas alturas, habría al menos tenido en cuenta mis sentimientos a la hora de enfrentarse a esa visión. No. Mirei no me quitaba los ojos de encima, y estaba claro que su expresión no era una de repulsa.

  ―?Te... asusto? ―pregunté de nuevo.

  Negó con la cabeza, pero mi cuerpo se negaba a creer en sus palabras. Quería alcanzarla, envolverla en mis brazos y reconfortarme en su con su calor. Pero mis músculos se habían helado con la indecisión y mis labios solo se atrevían a hacer más y más preguntas.

  ―?En serio? ―dejé caer en un débil suspiro―. Estás... temblando. Estás temblando, Mirei. ?Por... Por qué?

  Se acercó un poco a mí, y, entre unos susurros que casi nos hacían compartir el aliento, finalmente respondió con las tres palabras que me harían rendirme para siempre ante ella:

  ―Porque eres tú.

  No me había percatado de que, con todo el espectáculo de la transformación, tenía el torso completamente al descubierto. Ella sí. Me gustaría decir que lo noté en sus pupilas, en su respiración, en su sonrisa cómplice, en sus caricias sobre mi piel, en su calor... Pero faltaría a la verdad: no estuve segura del todo hasta darme cuenta de que no tuvo reparos en empujarme contra el colchón y recorrer mis curvas como si no hubiera un ma?ana, me considerara una bestia alienígena o no.

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