Habían transcurrido seis meses desde nuestro viaje a Medliria y, contrario a lo que cabría esperar, se respiraba cierta paz entre los dos bandos. Eso sí, no se trataba de la concordia de una tregua, sino de ese angustioso momento en el que la lucha había quedado en tablas y ambas facciones se preparaban para un movimiento definitivo con el que arrasar el proverbial tablero. Una falsa tranquilidad manchada por el dolor de un sacrificio, por un duelo que aún se externalizaba de las formas más inesperadas.
La más afectada por la pérdida fue su hermana, que achacó la pérdida únicamente a sus errores de cálculo. No dejaba de repetir cuánto se había confiado y lo distintas que habrían sido las cosas de haberse anticipado a una posible emboscada. De hecho, los primeros días era imposible cruzar palabra alguna con ella. Ni siquiera Mirei era capaz de alcanzar más allá del muro que había erguido ante los demás. Daba una verdadera pena ver a la elegante noble de una guisa tan estropeada y teniendo que ser alimentada prácticamente a la fuerza, sin deseo alguno de aferrarse a la vida.
En pocas semanas, agotó todas sus lágrimas y solo le restó la voluntad de fustigarse por su ingenuidad y buscar una forma de enmendar su error. Al menos, era un avance que hubiera encontrado una motivación para seguir adelante, pero tan solo un par de meses más tarde se hizo evidente que había entrado de cabeza en una espiral autodestructiva en la que solo importaba encontrar pruebas que le permitieran seguir viviendo en su negación. De alguna forma, había convertido su sensación de culpa en una motivación para no dejar de trabajar en encontrar alguna pista del caballero.
Tuvieron que pasar varias lunas más hasta que Mirei y Runi lograran una traza de la posible supervivencia de Dan. Un diminuto atisbo de esperanza: una simple lectura de la firma etérica del caballero. Algo que bien podría ser una prueba de que seguía en este mundo o una simple huella de su espectro persistiendo en el tiempo. Pero, fuera como fuese, ese peque?o descubrimiento había validado una de las teorías en las que estaba trabajando con su compleja red de ordenadores. Era algo, un diminuto diferencial en la angustiante realidad que vivía.
Si bien nadie sabía con certeza si creer o no en la hipótesis de la noble, todos la celebramos como si fuese certera: el brillo había vuelto por fin a los ojos de Amelia. Y con él, su voluntad de volver a la lucha, saboteando los sistemas de los Aruna desde dentro... y dándole un razón para que su sacrificio, fuera fatal o no, no hubiera sido en vano.
Con una hacker (así es como se hacía llamar a quien libraba las guerras desde un ordenador, al parecer) volcando todos sus esfuerzos en ayudarnos y la inestimable red de contactos de Gregory Tennath, frustrar las peque?as escaramuzas del enemigo empezó a hacerse fácil. Ellos contaban con tecnología de allende las estrellas, pero nosotros teníamos en nuestras manos su debilidad y un montón de aliados que podían darle uso.
El hallazgo de la maquinista no fue más que una peque?a chispa, pero gracias a él volvíamos a tener la delantera en un conflicto que nos superaba. Con la ventaja estratégica, era fácil adelantarse incluso a las operaciones más sigilosas. Al menos, teníamos que evitar que afianzaran su control sobre nuestra estrella.
Incluso, en varias ocasiones logramos encerrar a algún que otro de los atacantes con la esperanza de interrogarlos. Algunos nos proporcionaban algo de información que aprovechar para seguir ahondando en sus sistemas. Otros solo valían lo poco que les podíamos desvalijar, ya que después de que pararan los Envíos, el saqueo era nuestra única fuente viable de recursos estelares. ?En el peor de los casos? Servirían como mu?ecos de práctica sobre los que una Lilina rota descargaba su furia.
No la envidiaba. La pérdida de su mentor había hecho mella en su personalidad y, aunque lo estaba llevando mejor que la alienígena e intentaba afrontar la vida con una sonrisa en la cara, había momentos en los que su alegría no era más que una sádica máscara que ocultaba unos sentimientos que ni ella misma era capaz de entender. Su proactividad, si cabía, había crecido a cotas inauditas. No dejaba de viajar de un lugar a otro, con nuestra bendición o sin ella. De investigar por su cuenta. De responder a cada una de las peticiones relacionadas con nuestros enemigos en esta guerra. De luchar mano a mano y pulir su técnica. Era su forma de buscar una respuesta. O, al menos, un cierre. Uno que nadie era capaz de proporcionar, por largas, profundas y llenas de lágrimas que fueran las conversaciones que tuviéramos con ella al respecto. Al final, como hermanos mayores, lo único que podíamos hacer era intentar protegerla de sus errores... y no siempre lo conseguíamos.
Por mi parte, yo también necesitaba mantener mi mente ocupada. Me gustaría decir que aprendí mi lección y me centré en el día a día. En seguir reconstruyendo mi relación con Jenna. En ayudarla a seguir cuidando de los que nos rodeaban y haciéndome un camino hacia mis propias metas. En hornear galletas para que, durante nuestras reuniones todos fueran felices, aunque solo fuera una peque?a fracción de tiempo. En sintetizar medicinas para que la gente de la ciudad no sufriera. Pero mentiría. A pesar de todo, me sentía incompleto. Sabía de buena tinta que mi presencia en las contiendas no sería más que un estorbo y, por mucho que mis convicciones pacifistas siguieran haciéndome cuestionar mis ideas, el peso de la culpa me lastraba. Así que hice lo que el corazón me dictó y, además de todo lo que se esperaba de mí, dediqué mis energías a sentirme digno del título de Sabio... o de lo que la situación me había llevado a pensar que ahora era eso.
Si bien no pude llegar a tiempo para tener una última charla con mi mentor (que, tras delegar su última idea en mis manos, había decidido volver al éter por voluntad propia), pensé que mi prueba de fuego sería perfeccionar su proyecto final. Acabar lo que él solo había so?ado. Una herramienta digna de un Sabio, una que me haría ser útil en todas las situaciones en las que el mundo en constante evolución había decidido dejarme atrás. Primero, ejecuté el dise?o que mi antiguo mentor me había sugerido. Según los planos, el dise?o consistía en cuatro hojas difusoras de éter que extendían las propiedades del núcleo a través de un haz láser. Cuando comprobé lo que podía hacer, decidí darle una vuelta de tuerca y, con ayuda de Mirei, lo mejoré con una idea de cosecha propia: gracias a mi afinación eléctrica y al mítico metal, podía hacer que volaran a mi antojo solo con pensar en ello.
El resultado final fue una herramienta única. Una creada expresamente para mí y para mi historia. Una que celebraría tanto mis mayores éxitos como mis peque?os defectos. Una que resumiría mi objetivo en la vida: poder salvar a los que me rodeaban y ayudar a los necesitados. En definitiva, una herramienta que me haría enorgullecerme de mi título de Sabio.
No fue el único proyecto en el que trabajé durante ese tiempo. No había olvidado que parte del plan original de Amelia dependía del éter protector. Y, sabiendo de los enemigos que íbamos a encontrarnos, defender nuestras vidas era imperioso. Sí, los escudos de energía que Katherine Tennath había dise?ado eran potentes, pero no infalibles contra las avanzadas armas de los Aruna. Solo tendríamos una peque?a oportunidad si no éramos capaces de mejorarlo con la idea que Amelia me había propuesto la primera vez que nos vimos: una barrera de puro éter protector. Un compuesto que incluso la vasta fortuna de los Tennath consideraba elusivo. Uno incapaz de mantenerse estable sin los cuidados adecuados. Pero pudimos hacernos con alguna que otra muestra. Y el prototipo estaba, por fin, listo... Aunque aún necesitáramos hacernos, desesperadamente, con una fuente de alcaesto capaz de generarlo a voluntad.
―De acuerdo, Jenna ―le indiqué con un gesto cari?oso―. ?Te importa coser este parche al uniforme? No tiene que ser muy firme, no es más que una prueba.
―?Estás sugiriendo que haga una chapuza? ―Ella sí que no había perdido las ganas de sonreír a pesar de todo―. Voy a tener que enfadarme contigo, Rory.
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Se tomó su tiempo para llevar a cabo el trabajo, pero no dejé de observar cada puntada. Había algo definitivamente hipnótico en cómo cosía. Cuando acabó, fijé de nuevo las correas que fijaban las mangas del uniforme y saqué los pu?os de ellas.
Sí, sabía que mi percha era demasiado peque?a para el uniforme de prueba. Probablemente, Lilina (que ya había ganado unos centímetros sobre mí tras su último estirón) o Mirei darían el mejor provecho posible de él, pero era un servidor el que tenía que llevar adelante las pruebas.
―De acuerdo. ―Me palpé el codo donde había instalado el núcleo―. ?Quién quiere probar a...?
Lilina dio un salto felino e intentó propinarme un fuerte pu?etazo tintado de color rojo. Vi cómo el artilugio reaccionaba tejiendo su red de hexágonos, pero las costuras de éter blanco que querían sostener el escudo frente a un empellón cargado de uno de los elementos empezaron a flaquear. La muchacha no tuvo más que repetir la jugada para que se rasgaran. Al menos, lo que yacía bajo la capa de éter resistía sin inmutarse, pero eso no impidió que el retroceso me lanzase contra la pared con fuerza.
―Gracias, hermanita ―respondí con un deje sarcástico, quitándome polvo de la bata que habíamos modificado―. Siempre dispuesta a la violencia, nunca cambies.
La muchacha se encogió de hombros y siguió leyendo uno de los hologramas de su unidad Alrune, despreocupada. Dibujó unos gestos en el aire y, de repente, se giró hacia nosotros.
―Parece que Mirei me necesita en Abakh ―aseguró tras unos instantes de silencio―. Unos cuantos teu’iran están haciendo de las suyas y... Bueno, la electricidad y el agua no se llevan demasiado bien. Según el bueno de Greg, los Aruna no están directamente involucrados, pero no acabo de fiarme. Será rápido, aunque supongo que aprovecharé para entrenar con Minarai, así que volveré para la cena.
―Espera, jovencita. ―Jenna la agarró por el hombro―. Ten cuidado, ?vale, hermanita?
―Se hará lo que se pueda. ―A pesar del pasotismo de sus palabras, hizo amplia su sonrisa―. ?Vale! ?Vale! ?No hace falta que aprietes! No faltaré, te lo prometo.
Volvió a levantarse de un salto, cogió un pu?ado de galletas de la mesa y salió corriendo con ellas por la puerta como una ni?a consciente de haber hecho una pueril trastada.
Por suerte, no había cambiado en eso.
―De acuerdo, Jenna. ―Ajusté las hebillas de mi bata y comprobé un par de hologramas que mi Alrune dibujaba en el aire―. Experimento número siete. Prueba número veintitrés.
***
A pesar de todo lo que había ocurrido a lo largo de los últimos meses, nos prometimos que los Rapsen y los Tennath compartiríamos, al menos, una cena a la semana. Por muy útiles que fueran los ordenadores de mu?eca para comunicarse a cualquier distancia, había algo mágico en ver la ilusión en los rostros de los demás al dar una buena nueva.
Algunas veces era un avance peque?o, de esos que solo tenían significado al acumularse con otros. Otras, no eran más que anécdotas simpáticas del día a día que buscaban dibujar una o dos sonrisas entre la familia. Algún relato de combate, algún accidente de laboratorio con divertidos resultados, alguna ocurrencia de los ni?os del orfanato, un improperio nuevo de algún teinekell que nos hubiéramos cruzado... O simplemente cualquier cosa capaz de matar el silencio en una mesa en la que todos echaban a alguien en falta.
Sin embargo, la conversación que dominó la sala ese día no fue de las intrascendentes.
―No sé cómo decir esto con palabras bonitas, pero... Es el momento de volver a Medliria. ―La voz de Amelia tembló un poco, si bien estaba llena de determinación―. El impasse de este asalto está a punto de acabar. Si queremos tener alguna oportunidad de salvar este peque?o planeta, hay que atacar ahora y obtener el Favor del Dragón. Aunque sea a la fuerza.
―?Qué te hace pensar eso? ―Intenté cuadrar mi tono para que no pensase que cuestionaba sus palabras.
―Los arunitas han confirmado una fecha para la Cosecha. Aunque parece que les ha gustado nuestra jerga y lo han acabado denominando internamente ?el Tercer Diluvio?. Y todos sabemos que será el último. ―Apretó el pu?o con furia―. Si mi información es correcta, en cuestión de semanas enviarán cientos de naves llenas de efectivos a la superficie.
A pesar de que era algo que todos esperábamos escuchar eventualmente, ver cómo la premisa del fin de la estrella a la que habíamos tomado tanto cari?o se formulaba en palabras agitó a los comensales. A mí, en particular, me hizo un nudo en el estómago que impidió que tragara el último bocado de la cena.
―Hablemos de logística, entonces ―fue Mirei quien se atrevió a romper el silencio―. Vale, vamos a asaltar una isla llena de pollos controlados por un jodido Dragón que nos quiere ver muertos y a saber cuántos operativos alienígenas. ?Cómo esperas que subamos por encima de las nubes? Te recuerdo que...
―El Puente. ―Gregory Tennath alzó su tenedor en un gesto exagerado―. Aunque esté bajo el control inmediato del Dragón, no deja de tratarse de algo tan simple como un ascensor electromagnético.
―Me sigue maravillando que seáis capaces de llamar ?simple? a algo como eso ―suspiré―. Sin embargo, el que hace levitar cuchillos que disparan rayos láser no es quién para hablar.
―?Es muy fácil! ―Runi se iluminó, dibujando hologramas explicativos―. ?La base del puente no es más que una roca de una aleación especial! No es tan conductiva como el metal eteroalquímico, pero si le proporcionas cierto tipo de energía... y con ?cierta? quiero decir ?electricidad en cantidades industriales?, sube. Y si dejas de hacerlo, baja. ?Incluso un ni?o podría entenderlo!
―La parte difícil es aislar la influencia externa ―aclaró Katherine Tennath, jugueteando con las figuras que Runi había dibujado en el aire―. Si nosotros podemos hacerla subir, nuestro enemigo podría interferir en el campo energético para invertir la polaridad y hacerla bajar de forma acelerada. O algo peor. No dejamos de enfrentarnos a una Federación que nos supera en tecnología y una raza de maestros del rayo.
―Un núcleo de rechazo eléctrico debería bastar para lo primero. ―Asentí con la cabeza―. Si lo disponemos en forma de esfera, la influencia del éter externo no nos afectará.
―?Cuánto te tomará prepararlo, Rory? ―quiso saber el patriarca de la familia―. Ya sabes que puedes disponer de los alquimistas al servicio de la familia si lo precisas.
Ironías de la vida. Un peque?o boticario de las afueras de la ciudad con alergia a la alta cuna como yo, al mando de todo un escuadrón de científicos contratados por la nobleza. El mundo se estaba volviendo loco.
―Necesito que Mirei y Runi calculen los números exactos. Y que Lilina y los demás chicos de Rapsen recolecten los materiales. ―Paré para hacer un par de cálculos en mi cabeza―. Siendo pesimistas, tres días. Es una pena que no haya podido terminar los prototipos protectores, pero...
―No infravalores lo que hemos conseguido sin ellos. ―Jenna flexionó el brazo, orgullosa de sí misma―. Nuestros dise?os les van a dejar boquiabiertos. Solo nos falta hacerlos realidad. Y de eso nos podemos encargar nosotras perfectamente. ?Verdad, Katherine?
―?En tres días? ―La aludida parecía motivada por el reto―. No precisamos más que de la mitad para proporcionaros las mejores armaduras que este planeta pueda ofrecer. Garantía de Tennath.
―Esta vez estaremos preparados ante cualquier eventualidad ―declaró Amelia―. Tendremos armas para enfrentarnos a nuestros rivales. Escudos para protegernos. Un plan de escape para cualquier eventualidad. Una misión que cumplir...
?Y alguien a quien salvar?, me pareció oír entre dientes. Tenía claro que Mirei también había entendido el mensaje que susurró al aire, pues respondió aferrándose a su mano con fuerza.
―No podemos fallar esta vez ―aseveró la maquinista―. Hay que echar toda la carne en el asador. Necesitamos tanta ayuda como podamos encontrar. Y no sé vosotros, pero yo tengo bastantes amigos deseosos de devolverme algún que otro favor. Será mejor que vaya haciendo una o dos llamadas.
Lilina tamborileó con los dedos sobre la mesa de una forma tan acusada que cortó la conversación e hizo que todas las miradas se clavaran en ella.
―?Y bien, Lili? ―A pesar de los vaivenes emocionales, Amelia no había abandonado el afectuoso mote―. Aunque lleves un buen rato callada, diría que tienes algo que decir. ?Me equivoco?
―Hay algo que me preocupa más que cómo llegar allí ―respondió la adolescente tras una breve espera―. Qué nos encontraremos allí. O, mejor dicho, a quién.
―Me he asegurado de investigarlo. ―Amelia alzó sus gafas ligeramente, lo justo para que su reflejo le confiriera unos aires interesantes―. Cinco efectivos de la Federación.
―Quiero saber si estará allí ―replicó con una voz llena de falso entusiasmo. Con un deje algo roto, con un regusto capaz de infundir tanto preocupación como terror―. El resto me da igual, pero...
―Siobhan O’Mara liderará la operación, sí.
La mera mención del nombre que se había convertido en el tabú de nuestras reuniones cortó el ambiente como una hoja afilada. Las miradas de los presentes eran una clara muestra de ello, pero la hacker no dudó un instante en pronunciar el nombre ni la aprendiza del caballero pareció inmutarse por la mención, pues se limitó a responder con presteza y determinación:
―?Fantástico! Voy a cargarme a esa zorra con mis propias manos.