El reino de los monstruos había cambiado mucho en los últimos catorce a?os. O, quizá, era más acertado decir que había cambiado la percepción que sus habitantes tenían de una cierta humana.
Cuando la reina Melty tomó la decisión de criar a Rishia dentro del palacio, el anuncio fue recibido con desconcierto. No con odio, pero sí con una desconfianza latente. Durante generaciones, humanos y monstruos habían vivido separados, cada uno en su propio mundo, con el miedo y los viejos rencores como barreras inquebrantables entre ellos. Y, sin embargo, allí estaba ella: una ni?a humana en el corazón del reino, creciendo entre criaturas que, según las historias, debían ser sus enemigos.
Al principio, las miradas la seguían con cautela. Susurraban sobre ella en los pasillos, medían cada uno de sus movimientos. Pero el tiempo, ese juez silencioso e implacable, hizo su trabajo. Rishia, con su espíritu inquebrantable y su naturaleza efervescente, se ganó su lugar en el reino. Se volvió un torbellino de energía que corría entre los mercados, que entrenaba con los soldados, que se esforzaba por demostrar que, pese a su origen, pertenecía allí.
Se convirtió en alguien imposible de ignorar.
Ahora, con catorce a?os, era una joven llena de vitalidad y entusiasmo. Su personalidad extrovertida la hacía brillar entre la corte, aunque su tendencia a meterse en problemas—o distraerse con facilidad—era una fuente constante de dolores de cabeza para la reina Melty.
Esa tarde, Melty se encontraba en su despacho, revisando informes de las fronteras. Todo parecía estar en calma. No había se?ales de conflicto, aunque algunos grupos de exploradores humanos habían sido vistos en los límites del territorio. Nada alarmante, pero nunca estaba de más mantenerse atenta.
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El silencio del despacho se vio abruptamente interrumpido cuando la puerta se abrió de golpe.
—?Melty!
La voz, cargada de entusiasmo, le resultó tan familiar como el latido de su propio corazón.
Alzando la mirada, la reina observó cómo Rishia entraba con su energía habitual. Su cabello oscuro con mechones rebeldes que escapaban a los lados de su rostro. Vestía ropa de entrenamiento, y en sus brazos se veían vendajes frescos, seguramente cubriendo cortes o moretones adquiridos durante la práctica.
Melty sonrió con ternura.
—Hola, Rishia.
La joven se acercó de inmediato al escritorio y apoyó ambas manos sobre la madera con entusiasmo.
—?El entrenamiento estuvo increíble! Gara me ense?ó unos movimientos nuevos y esta vez me salieron bien. ?Estoy segura de que aprobaré el examen!
Melty dejó escapar un suspiro, aunque no pudo ocultar el orgullo en su mirada.
—Gara me dijo lo mismo —comentó—. Dice que aprendes muy rápido.
—?Obvio! —Rishia infló el pecho con orgullo desmedido—. Pronto seré comandante.
Melty alzó una ceja, divertida.
—Ese orgullo seguro te lo inculcó Gara.
Rishia sonrió con picardía.
—Tal vez un poco…
La reina dejó los informes a un lado y se levantó de su silla. Caminó hacia su hija adoptiva con una expresión serena, pero en cuanto estuvo lo suficientemente cerca, la envolvió en un abrazo y, sin previo aviso, la levantó del suelo con facilidad.
—?Oye, Melty! —protestó Rishia, pataleando en el aire—. ?Bájame!
—Sigues siendo tan tierna como siempre —respondió la reina con una sonrisa divertida.
—?No soy tierna! ?Soy intimidante!
—Por supuesto que sí, mi peque?a guerrera intimidante.
La risa de Melty llenó la estancia con calidez.
Rishia hizo un último intento por zafarse, pero al final simplemente suspiró y se rindió. Cruzó los brazos con fingida molestia y frunció el ce?o, aunque sus mejillas estaban ligeramente sonrojadas.
Para el resto del mundo, Rishia podía ser muchas cosas: una futura soldado, una humana en un reino de monstruos, una joven llena de energía y determinación.
Pero para Melty, siempre sería la bebé que sostuvo aquella noche.
La que lloraba porque no quería estar sola.
Y nunca más lo estaría.