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Episodio 2: Pactos Celestiales

  POV de Matías Castleboard

  ?Qué sentido tuvo mi muerte?

  Ahora que lo pienso... no soy nadie.

  El dolor ya no era mío, ya no lo sentía. Pero tampoco había paz. Solo pensamientos… pensamientos aferrados a mis fracasos.

  No veo nada. ?Dónde estoy? Ah, cierto. Yo morí.

  Algunos dicen que al morir uno ve una luz.

  Yo no veo nada.

  Es como si mi conciencia flotará sola en un abismo sin fin, sin cuerpo, sin forma. Si es que a esto se le puede llamar conciencia…

  Lo único que podía hacer era pensar, y eso era justamente lo que hacía: pensar en cómo todo terminó así.

  Primero, el aviso de las Naciones Pilares sobre una inminente guerra mundial. Luego, mi decisión de unirme al ejército para ganar reconocimiento y obtener un estatus que protegiera a mi familia.

  A partir de ahí todo se fue por la borda… Porque los humanos somos así: tan inteligentes, pero al mismo tiempo tan ingenuos.

  El Profeta… ese bastardo. No tenía un transmisor que lo hiciera inmortal ni uno capaz de alterar la realidad. En realidad, no tenía transmisor alguno. Lo único que hizo fue manipularnos a todos.

  Manipular.

  Esa palabra pesa. Porque yo… yo no soy mejor que él. Hice lo mismo. Lo hice por mi propio beneficio… por proteger a los míos, como le prometí a mi padre.

  ?Cuántas vidas tuve que arrebatar para darme cuenta del da?o que estaba causando?

  ?Por qué… ?Por qué los humanos solo aprendemos a través del dolor?

  Aún recuerdo aquella familia. Me rogaron piedad.

  Los ojos de sus hijos brillaban con lágrimas, la madre me miraba con resignación... y aún así me perdonó.

  Yo... solo seguía órdenes.

  Mierda.

  No sé en qué momento ocurrió, estaba tan hundido en mis pensamientos que no me di cuenta de que había empezado a llorar.

  Fue entonces cuando vi mis propias lágrimas... y por primera vez, vi también mi cuerpo.

  Un destello tenue, suave, casi etéreo, comenzó a formarse a mi alrededor.

  Vaya... al final sí que hay luz al final del túnel.

  Mis manos fueron lo primero en aparecer. Ya no estaban manchadas de sangre, sino limpias, como si el peso de todas las almas que cargué hubiese desaparecido.

  Después mis piernas, firmes, fuertes, listas para seguir caminando.

  Y entonces, lo supe. Estaba volviendo. No a la vida... pero a algo.

  Cuando tomé conciencia del lugar, mi cabeza explotó en preguntas.

  Todo era blanco.

  Había mariposas danzando en el aire, un sol brillante que no quemaba, y una tranquilidad que me envolvía como una manta tibia.

  No había ruido. No había guerra. Solo... silencio.

  ?Es este el cielo?

  ?O el limbo?

  ?Dónde estoy?

  —Este no es el cielo, Matías. Tampoco el limbo. Y sinceramente… dudo que te lo merezcas.

  La voz surgió a mis espaldas, imponente, profunda, con un poder que me hizo girar de inmediato y ponerme en guardia, aunque ni siquiera sabía por qué.

  Al mirar, me encontré con una figura humanoide. Iba vestido como un guerrero antiguo, pero lo más desconcertante era que su cuerpo, su ropa, incluso su aura… todo en él era blanco. No blanco como la luz, sino blanco como el vacío, como el silencio.

  Y sin embargo, no sentí miedo.

  Al contrario.

  Sentí paz.

  Una sensación de familiaridad tan intensa que mis brazos bajaron por sí solos, como si mi cuerpo supiera que estaba frente a alguien… que siempre estuvo ahí.

  Mi alma estaba rota, mi voz apenas un susurro:

  —?Quién eres?

  La figura me observó por unos segundos, con una mirada tan profunda que parecía ver mi vida entera. Luego habló, con una voz serena pero cargada de autoridad.

  —Mi nombre es Kraidir. Bienvenido al Vacío: el principio y el fin de toda la creación.

  El Vacío.

  Mi mente se retorció tratando de entender.

  Esto no tenía sentido. ?Dónde estaba? ?Qué era este lugar realmente?

  Si mi deducción era correcta, estaba frente a algo… más allá de lo humano.

  ?Una deidad?

  Y si lo era… ?qué quería de mí?

  Me aclaré la garganta y hablé con cautela, eligiendo cada palabra como si pudiera costarme la eternidad:

  —Por tu apariencia… y tus palabras —dije despacio— deduzco que no eres humano. Y si nuestras viejas creencias tienen algo de cierto… me atrevería a decir que eres una deidad.

  él sonrió.

  Pero no fue una sonrisa divina, inalcanzable…

  Fue humana.

  Cálida. Casi paternal.

  —En parte, tienes razón —respondió con calma—. Soy lo que los mortales llaman una deidad. Y sé que tienes muchas preguntas… sobre dónde estás, por qué estás aquí, y qué es lo que viene después.

  —Como te dije antes… estás en el Vacío —dijo mientras se acercaba lentamente.

  —Tómalo como una transición hacia algo más grande.

  No entendía por qué, pero empecé a temblar. No era miedo. No era frío.

  Era… algo más profundo.

  Una reacción visceral que ni yo podía explicar.

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  Intenté hablar, decir algo… cualquier cosa.

  Pero las palabras se ahogaron en mi garganta.

  Cuando estuvo justo frente a mí, su expresión cambió.

  Ya no era la de un dios impasible.

  Era una mirada… compasiva.

  Como si entendiera todo el dolor que llevaba dentro.

  —Matías… estoy aquí por una sola razón. Y esa razón… eres tú.

  Todos estos a?os de sufrimiento, todos tus gritos internos pidiendo que se detuviera…

  Han llegado a su fin.

  Dextrina.

  Ese nombre.

  Un relámpago de rabia cruzó mi cuerpo.

  Mi único ojo se tensó con furia, y sin darme cuenta, mi mano fue directa a su cuello.

  —??Conoces a Dextrina?! ?Respóndeme!

  él no se resistió. Solo suspiró.

  Luego, con un simple movimiento, apartó mi brazo como si fuera aire.

  —Sí. La conozco —respondió con calma, mientras ponía una mano sobre mi hombro.

  —Ella fue quien me envió aquí. Y con eso, se responde por qué tú estás en este lugar.

  Chasqueó los dedos.

  Una silla apareció de la nada, tallada en un estilo antiguo, elegante.

  Me hizo una se?a para que me sentara.

  Estaba claro que lo que venía… era una historia larga.

  Dextrina.

  La diosa que me otorgó el transmisor.

  La diosa del tiempo y la historia.

  La que me prometió que con ese poder podría proteger a todos.

  Pero al final…

  Solo traje más dolor.

  Respiré hondo.

  Quería escuchar. Quería entender.

  Así que me dejé caer en la silla, cansado.

  —Habla. No te interrumpiré —dije, apoyando los codos en las rodillas y la cabeza en mis manos.

  Kraidir asintió con seriedad.

  —Como te dije… Dextrina me envió, Matías.

  Tu futuro es incierto. Ni siquiera los dioses comprenden completamente lo que eres.

  Levanté la vista, frunciendo el ce?o.

  —?Cómo que no saben lo que soy?

  Kraidir me miró directo a los ojos.

  —Porque hiciste algo que nadie debía hacer.

  Alteraste el destino de tu mundo.

  Lograste la paz… cuando no estaba escrita.

  —Lo que estás tratando de decir es que… de algún modo, mis acciones hicieron algo que a los dioses no les pareció correcto, ?o simplemente no les pareció entretenido? —apreté los pu?os, temblando de rabia.

  Yo sabía cómo eran los dioses.

  Falsos dioses.

  Kraidir asintió, mirándome como si esperara que estallara.

  —Si quieres tomarlo así… estás en lo cierto.

  Y sí. Lo hice.

  Me reí.

  Pero no fue una risa normal.

  Fue una carcajada vacía, rota, como un eco de todo lo que había perdido.

  Me reí como un loco… como un hombre que ya no tenía nada que perder.

  Entonces pateé la silla con violencia.

  —?Así que los dioses creen que la humanidad es un juego, ?no?!

  —Maldita sea… ?Ahora verán lo que es jugar de verdad!

  Sin pensarlo, mi ojo sangró, y el Calur —mi transmisor— se activó por puro instinto.

  Kraidir no se movió. Ni un solo músculo.

  —Será mejor que desactives tu reliquia, Matías.

  Eso no sirve aquí.

  Y menos… contra mí.

  En este lugar, no tienes poder.

  Apreté los dientes. La rabia me carcomía por dentro, pero sabía que no podía hacer nada.

  Nada más que hablar. Gritar. Maldecir.

  —?Y qué van a hacer los dioses? ?Volverme a matar?

  ?Como si eso me importara ya!

  Si conoces a Dextrina… entonces debes saberlo:

  ?No me queda nada!

  Lo se?alé con el dedo, como si él fuera el culpable de todo.

  Pero en el fondo, sabía que no lo era.

  Ya ni lágrimas me quedaban.

  Ni fuerza.

  Solo vacío.

  Kraidir me miró con una tristeza que no era de lástima.

  Era como si pudiera ver… toda mi historia, toda mi vida, todo mi dolor… solo con mirarme.

  Mis piernas no aguantaron más.

  Caí al suelo.

  Boca arriba, perdido en un lugar que no era lugar.

  Sin nadie. Sin sue?os. Sin rumbo.

  —Los dioses… decidieron algo sobre ti —dijo con voz suave.

  Quise ignorarlo.

  Quise comportarme como un ni?o haciendo un berrinche.

  Pero… algo me decía que lo que iba a decir era importante.

  —?Y qué… qué decidieron? —pregunté, sin ganas.

  Kraidir se arrodilló a mi lado.

  Extendió una mano hacia mí.

  —Vas a renacer, Matías.

  Tendrás una segunda oportunidad.

  Abrí los ojos, incrédulo.

  —?Espera… qué acabas de decir?

  ?Segunda oportunidad?

  él asintió.

  Pero esta vez… no pude leer su rostro.

  Ya no parecía el mismo.

  Era como si una máscara hubiese cubierto su expresión.

  Todo lo que hice en mi vida anterior fue luchar…

  Proteger a los míos.

  Buscar esa libertad que todo ser humano anhela…

  Y ahora, el destino me ponía esto enfrente:

  Una nueva oportunidad.

  Alcé la mirada para buscar a Kraidir.

  Pero ya no estaba.

  Desapareció… como si nunca hubiera estado allí.

  Otra vez… estaba solo.

  Y sin darme cuenta, el cansancio me invadió.

  Un agotamiento profundo, que venía de lo más hondo del alma.

  Mis ojos se cerraron lentamente.

  Pero esta vez…

  No pensando en el final.

  Sino en un comienzo.

  Era extra?o, pero después de tanto tiempo, sentí algo que creía perdido:

  Esperanza.

  Todo volvió a oscurecerse.

  Y mi conciencia colapsó.

  Caí dormido, flotando en un espacio más allá de la existencia misma…

  Como si nunca hubiera existido.

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