Una noche antes de la gala, todos dormíamos tranquilamente. Ese día se les había dado libre a todos los trabajadores para que descansaran, pero para mí eso no cambiaba mucho. Yo ni siquiera trabajaba. Mi hermano, en cambio, sí lo hacía. El próximo a?o yo cumpliría la mayoría de edad. El tiempo había pasado tan rápido... Aún así, pronto tendría que actuar como una adulta.
Hasta ahora, no había hecho más que holgazanear, a pesar de mi edad. Actuaba como una ni?a, tanto que me resultaba fácil congeniar con ni?os mucho más peque?os que yo, como Aiko y Nanao. Pero esa facilidad para conectar con los demás no hacía desaparecer la culpa que arrastraba. Todos los días pensaba en lo inútil que era para los demás, en cómo simplemente me quedaba ahí, viviendo gratis, sin aportar nada. Mi hermano era quien cargaba con todo: pagaba por mí, trabajaba por mí, y hacía de todo para que no me faltara nada. Ojalá pudiera devolverle todo algún día, como es debido.
Esa noche, un ruido me despertó de mi sue?o. Abrí los ojos lentamente. Todo estaba oscuro; debía ser de madrugada. Me froté los ojos mientras intentaba aclarar mis pensamientos. “?Qué pudo haber sido ese ruido?”, me pregunté, con un leve nudo en el estómago.
Tras respirar hondo, reuní el valor suficiente para levantarme y bajar las escaleras. A medida que descendía, el crujir de los escalones me hacía dudar de si era buena idea seguir. “Tal vez fue un animal”, pensé, aunque sabía que eso no tenía sentido. Aquí, en la ciudad, no debería haber ningún animal suelto.
Cuando me asomé desde lo alto de las escaleras, vi una luz encendida en la planta baja. Pensé que tal vez era Alexander y, aliviada, bajé con pasos más seguros.
—Alexander, ?qué haces despierto tan temp...?
La frase quedó atrapada en mi garganta. Mis pies se detuvieron en seco al ver quién estaba ahí. No era Alexander. Era Judas.
—Oh, Lyra, ?te desperté? Perdóname —dijo con una sonrisa que me hizo sentir un escalofrío.
Parpadeé, confundida, y mis ojos se enfocaron en lo que él tenía delante. Había un equipo médico desplegado sobre la mesa: agujas, frascos, tubos. Eran cosas que había visto en los hospitales, pero nunca en casa.
—?Qué estás haciendo aquí? —pregunté, notando que mi voz temblaba un poco.
—Ya sabes, recogía unas cosas que olvidé ayer —respondió con tono casual, demasiado casual.
“?Ayer?” Mi mente se paralizó. Nadie había trabajado ayer. Nadie. Todo mi cuerpo se tensó. Algo estaba mal, y lo podía sentir en cada fibra de mi ser.
Judas me observó detenidamente, como si intentara leerme los pensamientos. Su sonrisa no se desvaneció, pero algo en sus ojos me hacía querer salir corriendo.
—Vamos, siéntate. ?Quieres uno de mis tés? —dijo, se?alando una silla frente a él.
No sabía qué responder. Mis pies parecían pegados al suelo, pero mi mente gritaba que debía huir. Aún así, algo en su mirada me hizo asentir, aunque con movimientos torpes.
—C... claro —murmuré.
Mientras me sentaba, podía sentir el peso de su mirada en mí, como si cada gesto mío estuviera siendo calculado. ?Qué está haciendo aquí? ?Qué planea?
La tensión en el aire era tan espesa que apenas podía respirar.
Me senté en la mesa, justo al lado del extra?o equipo médico que había traído Judas. Algo en su presencia me incomodaba, pero intenté mantener la calma. No sabía si debía despertar a Zein o lidiar con esto sola.
"No. No puedes depender siempre de Zein. Tienes que enfrentar esto por ti misma."
Me repetí esas palabras como un mantra mientras aceptaba la taza que me ofrecía.
—Aquí tienes —dijo, colocando la taza frente a mí.
El té parecía inofensivo, su aroma familiar y cálido.
—Gracias —respondí, intentando no mostrar desconfianza.
—Dime, ?te desperté? —preguntó, como si realmente le importara.
—Sí.
—Perdóname, usualmente trato de no molestar a nadie.
"?Usualmente?" Esa palabra resonó en mi mente. Había algo muy extra?o en su tono, en su forma de actuar. Manteniendo la calma, bebí peque?os sorbos del té, observándolo con disimulo.
El silencio entre nosotros se alargó, tenso, como si ambos estuviéramos esperando que el otro hablara primero. Afuera, el sonido ocasional de los autos se mezclaba con un ruido sutil proveniente de algún rincón de la casa, un ruido que no podía identificar pero que me hacía sentir intranquila.
A pesar del silencio, Judas parecía cómodo. No había un rastro de nerviosismo en su rostro. Confiado. Demasiado confiado.
—Judas, dime... —intenté suavizar mi tono, buscando respuestas sin levantar sospechas—, ?por qué tus padres decidieron llamarte así?
él sonrió, pero no fue una sonrisa amable.
—La verdad... —dijo con calma—, desde peque?o mis padres me consideraron un error. Siempre me decían que les había arruinado la vida, que los había traicionado al simplemente nacer.
Me quedé en silencio, sorprendida por su respuesta.
—Vaya... lo siento mucho.
—No te disculpes —respondió con una tranquilidad inquietante—. A veces, hablarlo ayuda.
La tensión pareció disiparse ligeramente. Incluso el té me supo un poco mejor al dejar de preocuparme tanto. Sin embargo, algo en su mirada seguía perturbándome.
—?Y entonces? —insistí, midiendo cada palabra—. ?Qué haces aquí tan tarde?
Fue entonces cuando sentí que todo giraba a mi alrededor. La taza cayó de mis manos, estrellándose contra el suelo y esparciendo los restos del té. Mi visión se nubló mientras mi cuerpo se tambaleaba, incapaz de mantenerse firme.
—Uy, cuidado —dijo Judas, su tono cambiando por completo. Ahora sonaba frío, casi burlón—. No puedo creer que te bebieras toda la taza sin dudar ni un momento.
Intenté hablar, pero mi lengua se sentía pesada.
—?Qué... qué me hiciste?
La sonrisa en su rostro se ensanchó mientras se inclinaba hacia mí, sus ojos brillando con una intensidad que me heló la sangre.
—Solo lo necesario, Lyra. Solo lo necesario. Pero no te preocupes, solo es algo temporal. Ma?ana no recordarás nada de lo que pasó hoy. Al fin y al cabo, ma?ana es el gran día, ?no? —dijo Judas con una tranquilidad escalofriante.
Mis manos temblorosas intentaban aferrarse al suelo mientras trataba desesperadamente de alcanzar las escaleras. Cada movimiento era un desafío monumental. Mi cuerpo sudaba, sentía un calor insoportable, y mi visión comenzaba a oscurecerse.
—Es inútil —escuché su voz, calmada, mientras recogía sus herramientas—. Usualmente hago esto sin contratiempos, pero no siempre iba a ser así, ?verdad?
—?Qué vas a hacerme? —jadeé, apenas logrando formar las palabras.
—Por ahora, nada —respondió con una sonrisa casi divertida—. Ma?ana estarás como nueva, sin haber recordado nada de nuestra conversación. Ma?ana será un día importante, un día inolvidable.
Mis fuerzas flaqueaban, pero la ira y el miedo me mantenían en movimiento.
—No permitiré que hagas nada —logré decir, aunque mi voz apenas era un susurro entre jadeos.
—?En serio? —Judas soltó una carcajada sarcástica—. Y dime, ?qué vas a hacer? No puedes ni mantenerte en pie. Dependes demasiado de tu hermano.
Mis manos lograron tocar el primer escalón. Subirlas parecía imposible, pero no podía rendirme. No ahora.
—Déjame decirte algo —sentí un tirón brutal en mi cabello, obligándome a mirarlo directamente. Sus ojos estaban llenos de una oscura satisfacción mientras me mantenía a su altura—. Tú y tu hermano son errores. Completos errores que no deberían estar aquí. Y por eso mismo estoy aquí, para estudiarlos. Para entender cómo demonios sobrevivieron.
—?Y cuál es tu hipótesis? —pregunté, obligándome a mantenerme consciente a pesar del mareo.
—Perdóname, peque?a, pero no puedo decírtelo. Aunque... estás bastante implicada en ello.
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Antes de que pudiera procesar sus palabras, comenzó a subir las escaleras, llevándome consigo. Sus brazos me sostenían con una facilidad desconcertante, como si mi resistencia no significara nada para él.
—Si grito ahora, estás completamente jodido —amenacé con las pocas fuerzas que me quedaban.
—?De verdad crees que puedes gritar? —se burló, su tono frío y despectivo—. Estás al borde del colapso. No puedes ni respirar correctamente.
Tenía razón. Mi cuerpo ya no respondía. Estaba al límite. Mis párpados pesaban tanto que mantenerlos abiertos era un suplicio.
—Bien, antes de dejarte e irme, déjame decirte una cosa más —me acercó su rostro al mío, tan cerca que podía sentir su aliento mientras hablaba con una calma aterradora—. Disfruta el día de ma?ana... será el último que podrás disfrutar en tu vida.
Antes de que pudiera reaccionar, sentí el pinchazo frío de una aguja perforando mi piel. Un dolor agudo recorrió mi brazo.
—Espera… —mi voz era un hilo casi inaudible, y mis párpados caían pesados como plomo.
—Te diría que nos vemos después de la gala en el café, pero... te estaría mintiendo por completo —dijo Judas, su voz cargada de un cinismo gélido.
Intenté moverme una última vez, pero mi cuerpo no me respondía. La oscuridad me envolvió por completo, y lo último que escuché fue una risa suave que se apagó en el eco de mi mente.
Me desperté al amanecer con un dolor de cabeza punzante, como si hubiera pasado la noche entera en una pesadilla. Miré alrededor; estaba en mi cama, pero todo parecía extra?o. "?Qué demonios pasó anoche?", pensé, tratando de recordar, pero mi mente era un revoltijo de imágenes borrosas.
A pesar de todo, el día transcurrió con normalidad. Hoy era un día especial: asistiríamos a la gala en honor a los eventos de hace un a?o. Nunca había ido a un evento elegante, así que estaba emocionada.
Zein había tenido el día libre, y aprovechamos para pasar el tiempo juntos. En algún momento, terminamos descansando bajo el árbol en el patio, el lugar más cálido y acogedor de la casa. La luz del sol se filtraba a través de las hojas, pero nosotros nos acomodamos bajo la sombra fresca.
Zein estaba sentado, y yo me recostaba con la cabeza sobre su pierna. La brisa era suave, y todo se sentía… tranquilo.
—Zein… —dije de repente.
—?Qué pasa? —preguntó, bajando la mirada hacia mí.
—?Tienes algún sue?o?
—?A qué te refieres?
—Ya sabes, un sue?o que quieras cumplir ahora que no tienes que pelear más. Ahora podemos vivir una vida tranquila y en paz.
Zein se quedó pensativo, mirando al cielo como si buscara respuestas entre las nubes. Después de un momento, suspiró.
—No lo sé, la verdad. ?Y tú?
—?Yo? Yo tengo un gran sue?o.
—?Y cuál es ese?
Me incorporé un poco, sonriendo mientras hablaba.
—Quiero vivir en una caba?a, en medio de una pradera. Una caba?a linda y hermosa, alejada de la ciudad. No es que no me guste la ciudad, pero prefiero un lugar tranquilo y apartado. Quiero vivir allí con todos ustedes, en paz, sin preocupaciones.
Zein sonrió levemente, aunque su mirada tenía un matiz melancólico.
—Qué lindo deseo —comentó Zein, mientras me miraba con una calidez que me reconfortaba. Luego, acarició mi cabeza suavemente, como hacía cuando éramos ni?os—. Mi sue?o es hacer feliz a todos mis seres queridos.
—Pero el sue?o debe ser tuyo, algo solo para ti —le dije, sentándome frente a él y cruzando los brazos.
—Pues, si ese es el caso… no se me ocurre nada.
—Hermanito… —suspiré, sacudiendo la cabeza con una sonrisa de resignación.
—?Oigan! —La voz de Kiomi interrumpió nuestra charla, cortante pero no sin un toque de dramatismo.
Giramos para verla acercarse apresurada, con una expresión de aparente enojo.
—?Se supone que deberían cambiarse para la gala! —dijo con las manos en las caderas, lanzándonos una mirada que parecía un rega?o maternal. Antes de que pudiéramos reaccionar, nos tomó a ambos de las manos como si fuéramos ni?os peque?os—. ?Ya va a ser hora de irnos y todavía no están listos!
Me di cuenta de lo mucho que habíamos perdido la noción del tiempo. El cielo ya se te?ía de tonos anaranjados y rosados.
Kiomi me llevó a mi habitación y me ayudó a cambiarme. Me puso un vestido largo y elegante que, aunque hermoso, era un poco incómodo. A pesar de eso, traté de aguantarme; al fin y al cabo, no todos los días se va a una gala.
Cuando Zein salió de cambiarse, se detuvo en seco al ver a Kiomi. Ella también lo miró, y ambos se quedaron paralizados por un instante que se sintió eterno. Sus rostros se iluminaron con un sonrojo que intentaron disimular torpemente.
—?Qué miras? —preguntó Kiomi, cruzándose de brazos y evitando su mirada, aunque no pudo ocultar del todo su sonrisa nerviosa.
—Nada... solo que… te ves muy bien —respondió Zein, rascándose la nuca con incomodidad, pero sin apartar la vista de ella.
No soy tonta. Había algo en esa interacción que no podía pasar desapercibido. Era obvio que había sentimientos ahí, aunque ninguno de los dos quisiera admitirlo. Sólo esperaba que algún día tuvieran el valor de hablarlo.
Naoko apareció poco después, corriendo con algo de prisa. Cuando entró, todos giramos a verla, y mi sorpresa fue inmediata. No llevaba un vestido como el de Kiomi o el mío. En lugar de eso, vestía un elegante esmoquin negro, parecido al de Zein.
—?Qué? —dijo ella al notar nuestras miradas—. Los vestidos no son lo mío.
—Te queda genial —respondí, sonriendo.
Esperamos afuera unos minutos a que Miguel llegara a recogernos. Cuando finalmente apareció, mis ojos se abrieron de par en par. Frente a nosotros había una limusina impresionante, más larga de lo que jamás había visto.
—?Increíble! —exclamé, con emoción infantil.
—?Qué les parece? —dijo Miguel, sonriendo con orgullo—. Ahora son personas importantes, así que esto no debería parecerles raro.
Antes de subirnos, Alexander salió para despedirnos.
—Diviértanse esta noche, pero recuerden comportarse. Me quedaré aquí, alguien tiene que cuidar a Aiko y a Nanao, además de mantener a Sora lejos de problemas —dijo, dedicándonos una mirada de advertencia que rápidamente se suavizó con una sonrisa.
—?Cuídense! —dijo Alexander, alzando una mano en se?al de despedida.
—?Lo haremos! —le respondí con una sonrisa mientras agitaba mi brazo rápidamente para despedirme.
Al subirnos, el interior de la limusina me dejó impresionada. Era refinado, con asientos de cuero y un dise?o moderno que me hacía sentir como en un sue?o. El viaje no fue largo, y la emoción de lo que nos esperaba me mantuvo entretenida.
Cuando llegamos, el lugar era imponente. La entrada estaba llena de periodistas y cámaras que parecían multiplicarse con cada parpadeo. No sabía que esta gala iba a reunir a las personas más importantes del mundo: empresarios, políticos, celebridades… y nosotros.
Frente a la entrada había una alfombra roja, algo que solo había visto en televisión. Me quedé inmóvil por un momento, asimilando todo, hasta que Kiomi me dio un suave empujón.
—Vamos, Lyra, sonríe y saluda. Hazlo como una profesional.
—Claro… —respondí, todavía algo abrumada.
Cuando bajé, las luces de las cámaras me cegaron momentáneamente, pero traté de mantener la compostura, saludando con una sonrisa y haciendo que Zein también lo hiciera.
—No soy bueno en esto —susurró Zein, inclinándose ligeramente hacia mí.
—Solo sonríe y sigue caminando —le respondí entre dientes, intentando que no se notara que hablábamos.
El lugar estaba repleto. Era enorme, con techos altos decorados con candelabros que parecían de cristal, mesas elegantes y meseros que se movían con bandejas llenas de copas relucientes. La gente hablaba en peque?os grupos, todos luciendo ropa que parecía sacada de revistas de lujo.
No pasó mucho tiempo antes de que varias personas se acercaran a hablar con Zein. Uno de ellos era un hombre mayor con bata de laboratorio; su apariencia gritaba "científico".
—Es un honor conocerlo, se?or Ravenscroft —le dijo, estrechándole la mano con entusiasmo—. Hemos trabajado en un proyecto que creemos podría serle útil: una armadura avanzada dise?ada específicamente para sus misiones.
Zein escuchó con atención y, tras agradecerle, respondió con una amabilidad que me sorprendió.
—Aprecio mucho el esfuerzo, pero espero no tener que usarla. Aunque quién sabe, tal vez algún día.
Kiomi, que había estado a mi lado todo el tiempo, observaba la interacción con una leve sonrisa. Sus ojos seguían a Zein, y yo no pude evitar notar cómo se iluminaban cada vez que él hablaba.
—Se ve bien, ?verdad? —le dije en voz baja, con un tono juguetón.
Kiomi se giró hacia mí, visiblemente sonrojada.
—?De qué hablas? —preguntó, cruzándose de brazos, aunque su nerviosismo la traicionaba.
—Nada… nada.
Nuestro grupo rápidamente se convirtió en el centro de atención. Era nuestra primera aparición pública, y todos parecían ansiosos por acercarse, incluso a mí, aunque estaba claro que solo lo hacían para llegar a Zein.
La gala comenzó con un discurso en memoria de las personas que habían fallecido un a?o atrás. Luego se presentaron planes para mejorar la seguridad del planeta, incluyendo la modernización del armamento y tecnología aeroespacial.
En algún momento, Zein fue llamado al escenario para dar unas palabras. Al principio se notaba nervioso, sus pasos eran algo torpes, pero cuando comenzó a hablar, su voz se volvió firme y segura.
—Gracias a todos por estar aquí —comenzó, mirando al público con serenidad—. Hoy recordamos a quienes sacrificaron todo por nuestro futuro, y también miramos hacia adelante, buscando construir un mundo mejor. Mi único deseo es que nunca más tengamos que vivir lo que enfrentamos hace un a?o.
Mientras hablaba, sentí una oleada de orgullo. Zein no era perfecto, pero en ese momento, parecía alguien digno de ser admirado.
Cuando volvió a bajar del escenario, Kiomi fue la primera en acercarse.
—Lo hiciste increíble —le dijo, con una sonrisa cálida que no intentó disimular.
—?Tú crees? —preguntó él, rascándose la nuca, aunque no pudo evitar devolverle la sonrisa.
—Definitivamente. —Por un segundo, sus miradas se cruzaron y parecía que el tiempo se detenía.
No pude evitar sonreír al verlos.
Mientras más avanzaba la gala, más aburrida se volvía. Peor aún, tenía que fingir amabilidad con personas importantes que no conocía, que solo se me acercaban para intentar entablar una conversación con Zein.
Los meseros, en cambio, eran los más agradables del lugar. Aunque sabía que su amabilidad formaba parte de su trabajo, al menos parecían menos hipócritas que las figuras importantes que nos rodeaban.
En cierto punto de la noche, la atención se dispersó. Zein, Kiomi y Naoko estaban ocupados atendiendo a quienes se les acercaban. Por primera vez en toda la velada, sentí un peque?o respiro al ser ignorada.
—Ah —murmuré, notando que la bebida que me trajeron no era la que había pedido. Tenía un sabor más fuerte, algo que definitivamente le hubiera gustado más a Zein. Busqué al mesero, pero no logré encontrarlo.
Resignada y aburrida, decidí tomármela de todos modos. El tiempo parecía avanzar a paso de tortuga, y el cansancio empezaba a pesarme.
De repente, mi cuerpo comenzó a sentirse extra?o. Pesado. Una sensación familiar, pero indeseada, me recorrió de golpe. Mi cabeza empezó a doler intensamente, como si algo la estuviera oprimiendo.
Entonces, los gritos rompieron el ambiente opulento de la gala. Provenían del otro lado del edificio. Poco después, comenzaron a escucharse en otros lugares. Giré la cabeza, intentando enfocar mi vista, y pude ver que varias personas se desplomaban en el suelo, funcionarios del gobierno entre ellos.
El caos se extendía rápidamente, y un recuerdo atravesó mi mente como un rayo: la noche anterior. Una advertencia que me había parecido inofensiva, pero ahora resonaba como una sentencia. Tenía que llegar a Zein, pero mi cuerpo no respondía.
En medio del tumulto, mi vista captó algo que hizo que el miedo me recorriera hasta la médula. Entre los meseros y el alboroto, allí estaba él. Judas. Parado, mirándome fijamente con una expresión de disgusto que pronto se transformó en una sonrisa macabra. Una sonrisa que parecía congelar todo a mi alrededor. Antes de que pudiera siquiera reaccionar, desapareció, deslizándose entre las sombras como si nunca hubiera estado allí.
Mis piernas temblaban; apenas podía sostenerme en pie. Cada vez me resultaba más difícil respirar, y mi visión comenzaba a oscurecerse.
Debo llegar a Zein. Mi mente se aferraba a ese pensamiento, pero mi cuerpo ya no respondía.
Finalmente, mis fuerzas me abandonaron, y caí al suelo. A través de la neblina que cubría mi vista, logré distinguir a Zein corriendo hacia mí, su expresión llena de preocupación y terror.
Y fue entonces, en ese instante, cuando las palabras de Judas resonaron con una claridad aterradora en mi mente:
“No volveremos a vernos después de la gala.”
Con esas palabras dando vueltas en mi cabeza, mi consciencia se desvaneció.