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Capítulo 24 - Rory Rapsen

  Dejé caer una gota de mi sangre en el vial y me llevé el dedo que me había pinchado a la boca instintivamente. Sí, tenía que admitir que escocía un poco, pero Mirei siempre era una exagerada con ello. Permití que el reactivo reposara durante unos minutos y examiné el compuesto con las lentes de aumento que había encargado a mi compa?era.

  ―?Ajá!

  Mi suposición parecía ser cierta. Aunque eran invisibles al ojo desnudo, unas ligeras virutas moradas danzaban por la superficie del líquido. De algún modo, mi sangre seguía cargada de éter eléctrico, si bien era de forma sutil. Al pensar en ello, sentí un chispazo en el interior de mis ojos. Un peque?o cosquilleo que destensó mi cara.

  Eso me ayudó a visualizarlo. Pensé en el zumbido de la electricidad. En el clamor del trueno. En la luz del rayo. En el tono morado de su éter. Las chispas que recorrían el líquido reaccionaron intensificando su brillo. No sabía si tenía sentido alguno el ejercicio mental, pero tenía una corazonada.

  A?adí una nueva lente al juego y comencé a ver el rastro de éter con claridad, tanto en la muestra de sangre como en mi cabeza. Definitivamente, existía una conexión...

  Al final, ese cacharro de hojalata iba a tener algo de razón y sus descripciones sobre las peque?as corrientes eléctricas que recorrían el cerebro para trasladar sus se?ales. Tomé notas en el cuaderno y, algo cansado por el esfuerzo que habían hecho mis ojos al intentar afianzarme a la ridícula cantidad de éter aspectado que tenía en mi interior, pasé al siguiente experimento de la tarde. ?Cuál era el orden? Ya había hecho los ajustes en las placas de difusión en los que había pensado después de ver el extra?o vehículo de los Tennath, había repuesto los tónicos medicinales del orfanato y... ?Oh! ?Claro!

  Sonreí, pues había podido sacar un rato en mi apretada agenda para seguir jugueteando con el siempre interesante metal eteroalquímico. Mis primeras indagaciones habían sido bastante productivas. La conductividad absoluta del éter permitía concentrar energía cual gema pulida, su sensibilidad hacía que fuese fácil imbuirlo de cualquier tipo de efecto. Estaba convencido de que Mirei también encontraría interesantes sus propiedades en la forja: el mineral era ligero, resistente, fácil de pulir y moldear y no parecía tener reacciones de oxidación evidentes.

  Abrí la tapa de la caja donde las guardaba, deseoso de seguir con mi investigación. De repente, las peque?as bolas metálicas empezaron a ascender con calma en el aire, recubiertas de un leve halo púrpura. Al tocar una de ellas, sentí un peque?o choque, algo similar a un calambrazo... Pero sin todos los efectos desagradables de uno. La leve corriente de energía me recorrió como si fuera mía.

  Dejé caer mis párpados y volví a visualizar el elemento en mi cabeza. Al alzarlos de nuevo, una de las pepitas había salido volando hacia la pared, donde dejó marcado un peque?o cráter. Así que la sensibilidad del metal era tan delicada que una afinidad etérica tan nimia como la de mis ojos podría controlarlo si se lo proponían.

  Intenté experimentar con ellos una y otra vez. Sin embargo, a cada intento que llevaba a cabo, mi cuerpo se acercaba al límite de sus posibilidades un poco más. Intuía a qué era lo que reaccionaba el metal, pero no sabía exactamente cuál era la clave. Un par de pócimas basadas en el elemento ayudaron a que me recompusiera un poco, pero también hicieron el control que tenía sobre mi experimento más inestable, haciendo que las peque?as bolas de metal se descontrolasen una y otra vez, de un lado a otro.

  Y, entonces, el estruendo de la campana de la entrada desestabilizó mi mente y mi misma conexión con el éter desapareció de golpe y porrazo. Las rocas cayeron por su propio peso y rodaron como canicas. No tardé en desplomarme yo también, exhausto por haber llevado hasta el límite mis recién descubiertas habilidades.

  ―??Rory!? ―Me pareció escuchar un grito justo antes de golpear mi cabeza contra el suelo―. ??Rory!?

  ***

  Cuando recuperé la consciencia, lo primero que noté fue un aroma familiar. Uno de los primeros perfumes que sinteticé al aprender del Sabio Barkee. Azalea, una pizca de éter hídrico para darle frescura, raíz de mandrágora chillona, y un toque (originalmente accidental, una hermana bromista decidió darle el cambiazo a las etiquetas de los botes) de canela.

  ―?Aún guardabas un...?

  Jenna siseó y me recorrió el pelo con las manos a conciencia. Por su forma de palpar mi cabeza, parecía que me estuviera buscando un chichón. Entreabrí ligeramente los ojos para ver una de esas sonrisas cálidas capaces de arreglar los días más horribles y, aún insatisfecho por el cari?o que tanto extra?aba, volví a dejar la cabeza en su regazo, suave y cálido.

  Era una forma más agradable de sobrellevar un accidente que una bronca a gritos por parte de Mirei, por descontado.

  ―Debo estar hecho unos zorros ―protesté―. Me suda hasta el pelo.Te voy a arruinar la ropa.

  ―No me importa ―canturreó―. Estoy... cómoda. De verdad.

  ―Yo también. ―Agarré la punta de uno de sus mechones y lo estiré ligeramente para que rebotase con la fuerza del rizo hacia arriba―. Supongo que te debo una explicación, eso sí.

  ―Si te conozco lo suficientemente bien... Has probado una pócima que ha salido desastrosamente mal. ―Me iluminó con su sonrisa―. Y has acabado echándote la siesta en el suelo.

  Negué con la cabeza.

  ―?Explosión de paralizador?

  ―?Crees que soy un novato? ―Aunque me costó, arrugué la nariz―. Has herido mi orgullo, pero te doy un último intento para adivinarlo.

  ―Por la forma de roncar que tenías, lo más probable es que hayas caído de cansancio... pero no hace mucho. ―Se mordió el labio inferior―. Puede que te haya roto la concentración al llamar y hayas caído en redondo.

  ―?Bingo!

  Me puse en pie y me sacudí la camisa, preguntándome dónde habría acabado mi bata en el rato que había pasado roque. Entonces, aproveché para echar un vistazo a Jenna: no necesité más de un instante para intuir que iba a por todas. No se había tomado las chanzas de Mirei y Lilina sobre que la verdadera naturaleza de esta velada iba a ser una cita a la ligera, no. En realidad, no necesitaba más que un liviano (si bien ornamentado, siempre le habían gustado las filigranas) vestido veraniego que dejaba respirar a su cuerpo, unos leotardos para amparar sus piernas del frío y una peque?a chaqueta sobre sus anchos hombros. Por lo que pude ver por el rabillo del ojo, también traía un enorme sombrero que había dejado en la entrada.

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  Simple, sí, pero capaz de hacer que me fijara un poco más de la cuenta en sus anchas curvas. Era difícil negar que, aunque ya hubieran pasado a?os desde nuestro momento y otras personas por nuestras vidas, pensar en su tacto cálido y suave siempre había logrado sacar lo mejor de mí.

  Y esa noche era una de las que me encontraba especialmente nostálgico. Con un mundo tan rápidamente cambiante, un cielo que se enrojecía para lanzar cientos de estrellas fugaces y tantas alteraciones en mi día a día, era normal que echara de menos tiempos más fáciles, ?verdad?

  ―?Debería darme una ducha! ―exclamé al darme cuenta de que mi mente volvía a marcharse al pasado―. ?Sí, ahora vengo! ?Te explicaré mis teorías por el camino!

  Cumplí con mi promesa y no tardé. Al echar un vistazo al armario, mi subconsciente decidió que yo también debería estar a la altura de los momentos pretéritos, así que elegí el mejor traje que me permitiera dar una vuelta por el campo y, si terciara, no estropearse demasiado si tuviera que tirar una o dos bombas alquímicas a un monstruo que decidiera ponerse agresivo: unos pantalones y una bonita camisa de tela eterófuga. Y por encima, un chaleco fortificado con una cubierta alquímica que además contaba con diversos bolsillos capaces de almacenar distintas cargas alquímicas.

  De alguna forma, el conjunto daba el pego.

  Aproveché también para hacer algo con mi pelo. Incluso intenté enmascarar mis notables ojeras de investigador nocturno con algo de maquillaje. Y ya que estaba, uno o dos trazos en buen lugar para destacar mis ojos. Era la ocasión de usar todos mis trucos para epatar.

  ***

  ―?Y dónde me vas a llevar esta vez? ―Pesta?eó varias veces antes de engancharse a mi brazo con fuerza―. Veo muchos transportes por aquí, pero no pareces decidirte por uno.

  ―Al monte Oblídeo, en el desierto de Lépix. ―Me encogí de hombros. Al menos, lo que me permitió su férreo agarre―. Ya sé que no es el sitio más bonito de este continente, pero... Ya sabes. Es desde donde mejor se ven las estrellas que busco.

  ―Algo apa?aremos. ―Se apretó contra mí. No me apetecía protestar.

  Subimos directamente a la planta superior del ómnibus. Como solo teníamos media hora de viaje por delante y aún no había empezado a refrescar, decidí que pasar el trayecto sentados bajo el cielo en un reconfortante silencio cómplice era la mejor idea. Además, la cúpula celeste dispararía mi imaginación sobre los relatos de las estrellas que los Tennath pretenderían ocultar y acabarían motivándome para esa noche.

  Cuando nos habíamos adentrado lo suficiente en el desierto como para que toda la vegetación se viera reducida a algún que otro cactus solitario, cayó la primera estrella fugaz de la noche.

  Fuera cual fuese su naturaleza, decidí guardarme el deseo para mí mismo.

  ―El ómnibus nos dejará en la falda del monte. ―Se?alé en la dirección del apeadero―. Desde ahí, tendremos que subir a pie unos quince minutos hasta el Mirador de Ibra, donde montaremos el campamento. Si mis cálculos son correctos, es el mejor sitio para observar cómo caerán las estrellas esta noche.

  ―?Por qué este sitio? ―quiso saber―. Hay miradores más cercanos a casa. Y otros más altos. Y otros más...

  ―Mirei me hizo pensar en algo cuando hablamos del tema. ―Me llevé la mano a la barbilla―. Dijo que la primera estrella que cayó en estas tierras era más grande de lo normal.

  Asintió con la cabeza sin abandonar su cautivadora sonrisa.

  ―Así que empecé a analizar el techo celeste, cómo y cuándo descendían. ―Recorrí las constelaciones desde la distancia con mi dedo índice―. Fue idea suya que el ?origen? de las estrellas se refiriese al tiempo... O sea, a la estrella original. Ese enorme meteoro que dio el pistoletazo de salida a la carrera de los astros.

  ―Curioso. ―Se enredó uno de sus rizos en un dedo, pensativa―. No quieres responder sobre el lugar de origen de todas esas estrellas... Sino del germen del fenómeno. Una forma retorcida de analizar el rompecabezas, cuanto menos.

  ―Eso es. Un día, mientras estaba incluyendo uno de mis núcleos en uno de sus acumuladores, me vino la inspiración. ―Extendí los brazos hacia arriba―. Podía trazar el modelo estadístico de vuelta. Ver una distribución de las estrellas más grandes recogidas con anterioridad... y las nuevas. Era imposible saber cómo estaba el cielo una noche concreta de hace diez a?os, pero podía triangular un lugar desde el que iniciar la investigación... Y todo apuntaba al desierto de Lépix.

  ―Así que por eso todas las noches había ni?os haciendo guardia ?por orden de Lilina? en el tejado. ―Jenna se cruzó de brazos, enfurru?ada―. ?Era culpa tuya todo este tiempo!

  ―Ya. ―Le saqué ligeramente la lengua y fijé mi mirada en sus rosadas mejillas, evadiendo solo por unos centímetros sus ojos acusadores―. Como si tú y yo no hubiéramos pasado noches enteras ahí con su edad. ?Déjales vivir un poco!

  La muchacha no supo qué responder. Por suerte, el conductor anunció la parada y no tuvo la necesidad de hacerlo. En su lugar, fingió (de una forma dolorosamente obvia, todo sea dicho) torpeza para bajar del vehículo y que le tendiera la mano para ello. Después, se negó a soltarla. No necesitaba una excusa para que camináramos de la mano, pero aun así parecía determinada a proporcionármela. Solo por si acaso. Solo por si era yo quien tenía que encontrar motivos para justificarse.

  Y eso me derritió el corazón un poquito.

  El sendero que ascendía la monta?a era plano y directo. También era visualmente aburrido: solo un pu?ado de cactus y hierbajos decoraban los laterales y el éter térreo tenía un color tan pálido que hacía que los cristales que iluminaban se camuflaran con las rocas para contribuir a la estampa deprimente. Por suerte, desde la última vez que visité el lugar, habían instalado unas cuantas farolas de gas con unas llamas algo más coloridas que hacían el paisaje algo más interesante.

  ―En fin, hemos llegado. ―Intenté recuperar el aire exasperadamente―. Definitivamente, estoy desentrenado. Que solo he cargado con una mochila un rato cuesta arriba. ?Cuándo fue la última vez que hice algo de ejercicio?

  ―Déjame pensar... ―Soltó una risilla cantarina―. ?Ah, claro! Me quiere sonar que hace unos meses accediste a jugar a la pelota con los peques. Aunque recuerdo que acabaste bastante cabreado y prometiste que nunca más lo volverías a hacer.

  ―?Normal! ―Aún sentía cómo se me iba a escapar el corazón por la boca, pero tenía que mantenerme en ese extra?o equilibrio si no quería caerme de bruces por el peso que cargaba―. Cuando un pu?ado de prepúberes te deja en ridículo y no puedes pasar diez minutos corriendo sin ahogarte, te replanteas la vida.

  Una vez me sentí con fuerzas para ello, solté la enorme mochila en el suelo y busqué un mantel en ella. Lo coloqué sobre el suelo, busqué cuatro piedras lo suficientemente pesadas como para que no se volara con la corriente e invité a la muchacha a sentarse. Hecho eso, busqué asiento y me bebí a morro uno de los tónicos reconstituyentes que llevaba encima.

  ―Hace una noche ideal ―dijo ella, tomando asiento cerca de mí―. Aunque empieza la época de frío, la temperatura hoy es perfecta.

  ―En fin, creo que tenemos un rato para tomarnos un té y recuperar fuerzas. ―Saqué una peque?a cápsula de metal de la mochila―. Parece que este invento de Mirei es capaz de hervir el agua del depósito con solo un peque?o núcleo ígneo albergado en su base para darnos un té recién hecho en cuestión de minutos. Y he llenado el filtro de mi mejor mezcla.

  ―Mira, ese sí que es uno de los experimentos de Mirei que estoy dispuesta a probar. Si no termina explotando, igual os sacáis una buena pasta con él. ―Jugueteó con el cilindro, buscando un mecanismo de activación que no parecía ser evidente―.Y nunca digo que no a un buen té. O a un buen estallido. ?Adelante!

  Serví la bebida y preparé el visor celeste, un tubo de lentes de aumento colocado sobre una garra que se fijaba al suelo con una especie de garra. Ahora solo faltaba esperar para ver si podíamos ver una de esas grandes estrellas.

  ―?Por los viejos tiempos y por los que vienen! ―Jenna alzó su taza en el aire―. ?Venga, Rory, no seas soso! ?Brinda conmigo!

  ―?No se supone que da mala suerte hacerlo con té? ―pregunté―. Ya me he perdido con esas supersticiones.

  ―Tienes a la jefa delante... ?y te da permiso!

  Obedecí ante la mirada acusatoria.

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