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Capítulo 25 - Rory Rapsen

  Serví una segunda taza de té (aún humeante gracias al invento de Mirei) en la taza de Jenna. Se suponía que debía estar vigilando el cielo, pero me resultaba imposible quitarle el ojo con las miradas que me echaba una y otra vez.

  ―Así que es el momento de hablar de todas esas cosas, ?eh? ―Me recosté ligeramente contra ella―. Del futuro que nos espera... Y del pasado que no quiero dejar atrás. Se suponía que lo que tenía que tener en mente no era otra cosa que el presente, pero es curioso cómo no dejo de pensar en esas dos cosas últimamente.

  ―Mira a qué me has invitado. ―El tono sonó ligeramente burlesco, pero no desprovisto de ternura―. ?Cómo no vamos a recordar? ?Cómo no vamos a pensar en si habrá oportunidad de repetirlo?

  Tenía razón. No podía negar que, por mucho que tuviéramos cada vez más a nuestro alcance la respuesta que buscábamos, nuestras mentes serían incapaces de encontrarla hasta que hubiéramos resuelto nuestras propias dudas primero.

  ―La habrá ―dije con determinación―. Es por eso por lo que te he invitado a este momento clave en el tiempo, para encontrar las respuestas que nos guíen a ese ma?ana en el que las piezas encajen por sí mismas.

  ―Qué poético te ha quedado, ?no?

  Enrojecí ligeramente. Giré la cabeza en dirección contraria para evitar esos enormes ojos que no dejaban de fijarse sobre mí y seguí exponiendo mis ideas al aire.

  ―Quiero decir... No sé cómo será. ―Eché la vista al cielo. Por fortuna, todos los astros permanecían estáticos, como esperando que nuestra conversación acabara―. Hace unos a?os solo pensaba en suceder a Barkee. Cuando se retiró, yo aún no estaba preparado para el puesto. Al principio, pensé que nunca lo estaría, pero según avanzaban los días, las estaciones y los a?os, también empecé a considerar que este mundo estaba evolucionando más allá de la necesidad de sus Sabios.

  ―Y, aun así, fíjate. ―Dejó su cabeza en mi hombro y se unió a mi vigilancia nocturna―. Te has convertido en todo lo que se supone que implica ser un Sabio, seas capaz de admitirlo o no. Eres altruista hasta decir basta. Nunca rechazas un misterio si su recompensa es mejorar la vida de quienes te rodean y, aunque seas un poco gru?ón, siempre estás dispuesto a cuidar a quienes te importan.

  ―Quizá sea digno algún día de llevar ese título. ―Suspiré y puse mi mano encima del hombro de Jenna―. Si soy capaz de salvaguardar su valor. En estos últimos meses me he dado cuenta de que si quiero que la alquimia siga viva, somos sus practicantes los que debemos encontrar la forma de que evolucione.

  Me puse en pie para acercarme al borde del mirador y realicé un barrido con el brazo, recorriendo todas las vistas del mirador. Quizá un lugar perdido en medio de la nada no fuera el mejor lugar para ilustrar mi argumento, pero me costaba evitar mi vena más dramática.

  ―Ya sabes de qué hablo. Nuevas invenciones. Máquinas voladoras. Brazaletes parlantes. Artefactos capaces de hacer miles de cálculos en una fracción de segundo... ―Agaché la cabeza un instante, buscando las palabras adecuadas para proseguir―. Me cuesta admitirlo, pero ha llegado el momento en el que la sabiduría tradicional ha dejado de ser suficiente. El mundo está cambiando, y yo no puedo quedarme atrás. La alquimia no puede quedarse atrás. Y lucharemos incansablemente para que así sea.

  ―Te conozco lo suficiente como para saber que existe un ?pero?, ?verdad?

  Me puse en pie y eché un vistazo desde el mirador, buscando una respuesta en silencio. Si bien el suelo desértico era tan aburrido como el de la monta?a, algunas extra?as formaciones de piedra y unas siempre móviles dunas le conferían algo de identidad propia. En cuanto te despistabas, era fácil perderse en el paisaje para poner la mente en orden.

  ―Tengo... miedo ―admití a todo el desierto―. Sé cuál es la idea que subyace detrás de todo esto, pero no cuál es el objetivo final. Corro como un clackus sin cabeza en busca de ideas, de respuestas, de formas de alcanzar la meta. Pero todo cambia mucho más rápido de lo que puedo asimilar y me da miedo que, si corro más de la cuenta, dé un paso en falso que destroce todo. Me aterra perder... de vista quién soy.

  Sentí un cálido abrazo por la espalda. Un suave tacto reconfortante. El aroma de ese perfume que creía enterrado en el olvido. Un susurro dulce, lleno de realidad.

  ―Sigues siendo tú. ―Dejó caer su cabeza en mi hombro―. Y lo seguirás siendo, te acerques a ese sue?o desde la dirección que lo hagas. Sí, las circunstancias han cambiado. El mundo cambia, esta estrella sigue girando y nunca vamos a poder pararlo. Pero es nuestra responsabilidad surcar las olas que esto deja... Y, aunque pongas demasiado peso en tu mochila, literal y figuradamente, sigues siendo el Rory del que me enamoré hace ya media vida. El que me niego a olvidar. Métete esa idea en la cabeza, anda. Uno o dos cielos en llamas no lo va a cambiar.

  ―Jenna... ―suspiré con el corazón encogido. No lo admitiría nunca, pero tenía los ojos empa?ados por el discurso―. ?Cómo te las apa?as? Siempre has sido mi remanso de paz en este mundo loco. Esa constante que no supe apreciar hasta que fue demasiado tarde. Y ahora me siento perdido en medio de una búsqueda y soy incapaz de...

  ―Entonces, déjame ser tu ancla al navegar ese futuro incierto. ―Me dio un peque?o beso en el pelo, aún sin conectar las miradas.

  ―?Quién es la poetisa ahora? ―Intenté mantenerme serio, pero dejé escapar un poco de aire risue?o entre los dientes―. Eres de lo que no hay, Jenna.

  ―Es lo menos que puedo hacer por ti ahora mismo ―soltó un suspiro juguetón―. Ya sabes, por los viejos tiempos.

  ―No quiero que sea la nostalgia quien decida por nosotros. ―Me aferré con fuerza a los brazos que me rodeaban―. No quiero darte pena. No quiero que me quieras como a un cachorrito perdido. No quiero que sea así.

  ―?Qué tonterías estás diciendo? ―Dejó su barbilla en mi cabeza. Sentí cómo todo su cuerpo me protegía―. ?No te has dado cuenta de que cuento las horas para verte cada vez que sé que vas a venir al orfanato con medicina o comida? ?De que me comen los demonios cuando veo que es Lilina quien ha ?hecho el favor? de traernos el paquete porque ?estás demasiado liado?? ?De que constantemente invento excusas para pedirte un té y asegurarme de que todo va bien? Para tener una mente tan brillante, eres un poquito denso.

  ―?Después de todo este tiempo? ―Me zafé ligeramente con intención de girarme, pero no fue fácil―. Sabes que los dos hemos hecho muchas cosas mal desde...

  ―Ya tenemos una edad como para seguir culpándonos por los errores que cometimos de jovenzuelos ―me recriminó con tono altivo―. No estoy dispuesta a dejar pasar esta nueva oportunidad. ?Y tú?

  Dejé escapar todo el aire de mis pulmones en un infinito suspiro. Sabía que el ambiente me iba a poner tierno. Sabía que era el momento perfecto para poner nuestros sentimientos en orden. Tenía la esperanza de que esta fuera la noche en la que, de alguna forma, volviéramos a conectar como anta?o. Lo que no esperaba era darme cuenta de que eso era justo lo que necesitaba para poder seguir adelante.

  Un astro cruzó el firmamento de repente, casi como si hubiera estado esperando que esa conversación llegase a buen puerto antes de hacer acto de presencia.

  ―?Rápido! ?Una estrella! ―exclamó, antes de que pudiera dar una respuesta―. ?Ya sabes lo que hacer!

  ―Ahora mismo, no necesito pedir deseo alguno ―repliqué con una sonrisa bobalicona.

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  ―?No hablo de eso! ―Se?aló el arco que estaba trazando en el cielo. Por su trayectoria, parecía estar peligrosamente cerca del desierto que vigilábamos―. ?Está empezando!

  Y tras unos instantes, recordé el propósito original de la expedición

  ―?Hostias, sí, la investigación!

  Eché a correr hacia el visor celeste. Por fortuna, la estrella era grande y fácil de localizar en la oscuridad del cielo. Al observarla con las lentes de aumento, sentí cómo esas teorías que mantenía en mi cabeza empezaban a verse confirmadas poco a poco. Ya había podido realizar alguna observación así con alguna desde Coaltean, pero la distancia con el meteoro y las condiciones atmosféricas de aquel desierto eran perfectas para ver que se componían de un núcleo del negro más oscuro que pudiera imaginar al que rodeaban unas llamas casi doradas.

  Intenté adivinar dónde impactaría. Sin la ayuda de Runi los cálculos tendrían que ser manuales, pero al oír el estruendo que un astro tan masivo haría al colisionar contra la superficie, por muy llena de tierra que estuviese, la cuidadora del orfanato tuvo una idea.

  ―Lo estamos viendo al revés. ―Extendió los brazos hacia los lados para disfrutar de la brisa―. ?Por qué queremos ver de dónde vienen y en qué dirección caen cuando podemos ver... dónde han caído con anterioridad?

  Se?aló a un punto en particular del desierto. En él, se había quedado una marca cristalina inusual, en forma de cráter.

  ―La arena, al calentarse tanto... ?Se convierte en cristal! ―exclamé, alzándome de un salto―. ?Eres un genio, Jenna! Ahora que sabemos de qué están compuestos y de qué forma caen... ?Solo hay que buscar los cráteres de cristal ocultos entre la arena!

  En ese momento, eché en falta el abanico de Lilina para disipar las dunas que debían ocultarlos. Aunque, para ser justos una tormenta de arena no hubiera sido la mejor forma de localizar nuestro destino.

  La respuesta vino de repente a mi mente. Claro que el desierto era el mejor lugar para que esas extra?as cápsulas enormes cayeran. Su único rastro quedaría oculto por la arena a la primera brisa... O por un monstruo capaz de destrozar o alimentarse de los restos cristalinos. Cualquier otro objetivo de gran envergadura en tierra firme causaría un cráter... y se perdería si cayera en el agua. Si había alguien apuntando manualmente, todos los astros lo suficientemente grandes como para suponer un problema debían concentrarse ahí.

  Pensé en qué pista podía haber dejado la naturaleza bajo ese supuesto. Qué impacto habría tenido en el desierto la estrella más grande que se hubiera registrado en el continente.

  ―El cristal de Sylvalia ―concluí―. Pensábamos que era poco más que un pico de cristal. Una construcción natural sin afinidad etérica alguna. No se descubrió hasta hace unos a?os, cuando la gran duna se vio desplazada por una tormenta de arena que las leyendas atribuían a los Dragones.

  ―Hace... Unos diez a?os ―apreció, con una sonrisa―. Rory, ?tenemos nuestra respuesta en las manos!

  ―?Te hace una aventura? ―empecé a preparar las cosas para descender la ladera como lo hubiera hecho Mirei.

  ―Es de mala educación hacer una proposición así antes de responder a la de una se?orita ―me aleccionó con el dedo tal y como hacía a los ni?os del orfanato―. Así que responde, jovencito.

  ―?Es que necesitabas una respuesta concisa después de todo lo que me has dicho? Contigo, me hacen todas las aventuras. ―Me acerqué a dar un beso a la frente de la muchacha, aunque eso me obligara a ponerme vergonzosamente de puntillas―. Pasadas, presentes, y futuras.

  ***

  El cristal de Sylvalia medía decenas de metros de alto y se inclinaba levemente vigilando la parte sur del desierto. Generalmente no era buena idea quedarse cerca de día, pues era capaz de concentrar los rayos de sol y calcinar a cualquier curioso como si fuera una hormiga bajo la lupa de un ni?o travieso, pero la noche era lo suficientemente fresca como para poder ponerse a su vera sin que el calor que la oquedad acumulaba fuera tan acuciante.

  ―Si nuestra teoría es correcta, el impacto habrá creado una especie de cráter. ―Toqué la superficie del mineral y, efectivamente, fui incapaz de sentir éter en su interior―. Puede que se haya fragmentado porque la distribución de calor fuese irregular, que la caída fuera en un ángulo distinto al esperado o, simplemente, que el tiempo lo haya destruido de forma irregular antes de solidificarse como el accidente geográfico que es ahora.

  ―?Y qué buscamos, exactamente?

  ―Una especie de caja negra. ―Alcé el índice en el aire―. Los Artefactos que encuentra Mirei a veces vienen envueltos en ella. Otras veces llegan encapsulados en un extra?o cristal que se deshace con el tiempo, probablemente por un fenómeno similar al que ocurre aquí. De todos modos seguro de que una tan grande como para causar esto debería tener una de las estructuras más resistentes... no nos será difícil dar con ella ahora que sabemos que no puede andar demasiado lejos.

  La muchacha sacó una herramienta de su bolso. Una pieza de metal, con dos cuernos equidistantes. Me costó reconocerla, pero era bastante similar a lo que los músicos usaban para generar un tono claro. Pero, por algún motivo, parecía bastante más intimidante en ella que en las manos de un bardo.

  ―Yo también tengo mis trucos. ―Hizo aparecer un mohín orgulloso en su cara―. En realidad, lo construyó Mirei, ?pero la idea fue mía!

  Golpeó la parte visible del cristal con el extra?o aparato. De repente, un potente sonido llenó el aire. Era tan abrumador que la respuesta de mi cuerpo fue hacerme tapar mis oídos instintivamente, pero Jenna, acostumbrada al jaleo que pueden montar un montón de ni?os berreando, no dio un solo paso atrás y repitió la jugada unos metros a la derecha blandiendo el extra?o diapasón como si de un arma se tratara.

  No tenía muy claro qué estaba haciendo, pero el claro mineral empezó a vibrar con fuerza, sacudiendo sus impurezas y extendiendo, poco a poco, el eco de ese infernal sonido bajo la tierra. Claro, dulce y armonioso. Cuando te acostumbrabas a la explosión inicial de volumen, resultaba incluso placentero al oído.

  El sonido se extendía con gusto, aparentemente sin más límite que el de la atenuación. El cráter debía ser mucho más profundo de lo que había estimado inicialmente. No fue hasta el quinto golpe que la claridad del tono se enfrentó con un ?clonc? metálico. Uno que se unió a un temblor. Uno que rasgó en una onda perfecta la zona que estaba por encima de la cápsula.

  Por desgracia, también fue uno que atrajo la atención de los monstruos. No fueron muchos, pero sí dos que nos supondrían una amenaza a dos personas que no estaban demasiado acostumbradas a enzarzarse en combate: una macrogelatina de las arenas y uno de esos gusanos que tanta grima daban. Al menos, tuvimos la suerte de que estuvieran tan confundidos como nosotros, lo que nos permitió parapetarnos detrás del cristal e instarlos a que combatieran entre ellos con la ayuda de unas bengalas alquímicas. Era un disparo arriesgado y ninguno de los dos éramos conocidos por nuestro talento como tiradores, pero tras errar un par de veces, fue Jenna quien consiguió que el proyectil explotara dentro de la gelatina.

  Como no era un ser muy inteligente, asumió que el ataque venía de la única criatura que tenía a la vista, sobre la que se abalanzó sin miramientos. En cosa de unos minutos, estaba digiriendo los restos de su enemigo (mas no sin haber sufrido bastantes da?os por el camino) y seguía buscando más criaturas con las que saciar su ira.

  Iba a tener que rematarla si quería poder investigar en paz.

  Abrí el bolsillo del chaleco y elegí la que consideré la mejor opción: una bomba etérica de fuego. De la misma forma que una descarga de éter eléctrico era capaz de desestabilizar el agua y el hídrico podía romper los enlaces del fuego, sabía que el ígneo podría hacer lo mismo con la tierra en suficiente cantidad

  ―?Tierra quemada! ―En parte por atraer la atención de la bestia, en parte porque siempre había querido hacer algo así después de ver a Mirei y Lilina divertirse, grité con fuerza―. ?Llamas del infinito!

  En caso de que hubiera algún tipo de duda... sí, el nombre del explosivo lo eligió Lilina. Quizá no debí dejarle nombrar una de mis bombas más fuertes, pero la pobre era tan peque?a y parecía tan ilusionada por mis experimentos que me fue imposible negarme... Y el nombre perduró en el tiempo para mi vergüenza.

  No obstante, la bomba hizo honor a su título, cumpliendo con la amenaza que prometía. En cuestión de segundos, el explosivo etérico invocó un ciclón de fuego que rodeó al monstruo y lo cercó con sus coloridas llamas. Poco a poco se podía ver cómo su gelatinosa piel de arena se tornaba cristalina por causa del calor, pero la criatura no sucumbió hasta la deflagración final, que cortó hasta el último enlace térreo de su viscosa estructura.

  Eso también se llevó por delante toda la arena que había absorbido al intentar recuperar su forma a la desesperada, lo que mató dos pájaros de un tiro: vencimos a los monstruos y nos ahorramos la necesidad de excavar para encontrar la extra?a estructura de metal, pues estaba ahí, unida a una capa de cristal que podría haber o no sido fruto de nuestra llamarada. Tuvimos que esperar a que las temperaturas volvieran a descender a unos niveles aceptables para la supervivencia humana tras el calor pero, por fin, encontramos la pista que estábamos buscando.

  La cápsula parecía distinta a todas las que había visto antes de manos de Mirei. En lugar de tratarse de un perfecto prisma de color negro con una única tapa, el corazón de la estrella original se aproximaba más a una enorme esfera de un plateado muy pálido. Sus paredes, a excepción de unas inscripciones que se habían deteriorado ya fuera por el calor o el tiempo que había pasado enterrada, eran de un perfecto blanco liso que solo se veía lindado por las juntas de lo que asumí debería haber sido en otro momento su cierre, pero no era capaz de ver un solo mecanismo de apertura.

  ―A ver cuál es ese origen de las estrellas del que tanto hablabas, Amelia ―musité, introduciendo en el surco una palanca con la que me planteaba forzar mi camino a la respuesta de aquel interrogante.

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