Bajamos la escalinata en un silencio que solo se veía acompa?ado por el crepitar de los cristales de fuego que nos acompa?aban en nuestros pasos. Aun así, la quietud no era incómoda, sino una que solo se veía motivada por el cansancio del combate y de nuestros estómagos intentando hacer frente al (segundo) almuerzo.
La espiral giraba, giraba y giraba sin dar se?ales de acabarse, repitiendo siempre el mismo patrón. Cada doce escalones, un cristal. Cada sesenta, una estatua de un viejo teinekell que blandía un martillo muy similar al de la líder de la ciudad. Cada ciento cincuenta, un altar al dragón... una y otra vez. En serio, ?qué tenían las tribus con las escaleras de caracol para acceder a sus templos? Al menos la de Abakh te premiaba con unas buenas vistas y no era tan angosta, pero esta...
―?Argh! ―protestó Lilina―. ?Pero cuánto queda?
―Se dice que el fondo del caldero está en el mismo corazón de esta estrella. ―A pesar de que Dan cargaba una pesada armadura y se había llevado la peor parte del combate anterior, no parecía muy afectado por el descenso―. Claro está, no deja de ser un mito. En realidad, solo se halla a kilómetro y medio de profundidad.
―?Qué? ?Que tenemos que bajar un kilómetro y medio? ―Se cruzó de brazos, enfurru?ada―. ?A pie? Eso son como... ?cien estatuas del barbudo ese! ?Argh!
―?No te preocupes, canija! ―La Teinekell flexionó los músculos de la espalda y presumió de arma―. ?No vamos a bajar todo eso andando! ?Hay una parada que tenemos que hacer antes!
―La Bendición ―musité―. Rory me habló una vez de ella. A pesar de sus connotaciones religiosas para la tribu teinekell, en realidad se trata de un antiguo proceso alquímico capaz de dotar a alguien de resistencia a la convección volcánica. No llegué a entender con claridad los detalles, pero sigue el mismo principio que sus pócimas de rechazo elemental... solo que desde el exterior.
―Y lo mejor ―Amelia me agarró de los hombros y me agitó levemente― es que es la justificación perfecta para un episodio de ba?os termales. ?Como en el escenario adicional de UniLaRo 2!
―?Ba?os termales? ―Lilina volvió a energizarse al escuchar esas dos palabras y, con un vistazo de arriba abajo a Dan, a?adió―. ?Vale, ahora sí que me interesa! ?Vamos, vamos, vamos!
La adolescente empezó a bajar los escalones de cuatro en cuatro sin bajar el ritmo, por lo que acabó llegando en un santiamén al rellano que hacía de descanso de todo ese largo descenso. El noble, pensando que ya nadie le miraba, soltó un largo bufido y se llevó la mano a la cabeza.
La plaza con forma de anillo a la que habíamos llegado estaba simplemente cavada bajo la oscura roca volcánica, como si se tratara de una ampliación de las lindes del mismo recorrido de la espiral. A pesar de ello, varias placas de cristal ígneo pulido indicaban claramente las distintas salidas con unos grabados en el idioma original de los teinekell. Amelia intentaba leerlas carácter a carácter con una expresión adorable en su cara, pero a juzgar por las miradas que la apremiaban, yo parecía ser la única a la que se le estaba cayendo la baba en ese momento.
―Por aquí, mangurrianes. ―La líder nos indicó el camino hacia uno de los arcos. Hubiera sido fácil adivinarlo incluso sin su ayuda, pues emanaba un vapor con un regusto etérico―. Yo me quedaré vigilando. ?No olvidéis decir hola a nuestro invitado!
La mujer se puso en pie frente a la puerta y cruzó los brazos. Era fácil ver la fatiga en su rostro, así que le ofrecí uno de los tónicos de mi alforja y un par de las galletas de Rory en agradecimiento a sus esfuerzos.
―?Ah! ?Unos ba?os termales de verdad! ―Amelia daba saltos de emoción, aferrada a mi brazo―. ?Nunca pensé que iba a ver unos! ?Ah! ?La verdadera energía de la juventud! ?Por suerte, una viajera nunca se olvida de su toalla!
Creía que bromeaba, pero sacó una de color blanco, aspecto muy suave y el escudo de su familia bordado en él del interior de su mochila.
―Siento ser yo el heraldo de tan poco halagüe?as nuevas, mi se?ora ―el espadachín se había tensado bastante―, mas si el objeto de nuestra visita es evitar la convección producto de la lava, ?no sería más práctico someter también a nuestras prendas al proceso?
―?Adelántate! ?ásate como una sardina en lata! ―Le dio un codazo y esbozó una dentuda sonrisa de oreja a oreja―. Yo voy a ser más pragmática y limitarme a sumergir mis ropas y disfrutar del momento. ?Y tú deberías hacer lo mismo! ?Anda, ni?o, relájate un poquito!
―?Es una orden, mi se?ora?
―?Qué? ―Encogió la nariz. La pregunta no parecía haberle hecho ningún tipo de gracia―. Claro que no lo es. Haz lo que quieras, pero luego no vengas llorando. Porque lo vas a hacer.
―De acuerdo, mi se?ora ―Se llevó la mano al pecho y agachó la cabeza en se?al de reverencia―. Así lo haré.
***
Finalmente, las demás seguimos el consejo de Amelia y dejamos nuestros atuendos en una peque?a piscina natural que, según parecía, concentraría mejor el efecto de la protección etérica. Y, entonces reparé en las implicaciones que Dan había estado sugiriendo todo ese tiempo.
Estaba acostumbrada a compartir ba?os con mi hermana y algo me decía que el caballero no me miraría dos veces por poca ropa que llevara encima, pero... ?Estaba bien compartir ese momento con Amelia? ?Tan pronto? ?Por qué empezaba a ser consciente de mí misma en un momento así?
―Es parte de la misión ―me dije para mis adentros―. Es parte de la misión. Seguro que ella piensa lo mismo. Lo tiene que estar pensando. Pero... ay. Es ella.
Envolví mi torso en un largo pa?o y salí corriendo al agua con la esperanza de sumergirme antes de que Amelia me alcanzara. Caí con poca gracia a la enorme piscina de aguas etéricas, lancé un par de improperios al darme cuenta de que había calculado mal la temperatura que iba a tener...
Y, entonces, escuché una voz quizá demasiado familiar. Algo ajada y ronca, pero que aun así se proyectaba con fuerza.
―?Mirei? ―preguntó al cargado ambiente, sin una dirección en concreto―. ?Mirei... Rapsen?
Palmeé un poco el aire para hacer menos denso el vapor y reconocí inmediatamente a la figura que tenía frente a mí. Piel oscura, una cabellera que, a pesar de solo nacer en la coronilla caía lustrosa y llena de canas hasta más allá del nivel del agua. Una barba que, aunque había vivido mejores tiempos, aún se curvaba en forma de espiral bajo su mentón. Unos ojos carentes de cualquier brillo que no tenían muy claro dónde me encontraba... Y, por supuesto un cuerpo demasiado huesudo como para no saltar las alarmas de nadie al verlo en pa?os menores. Por suerte, y aunque no esperaba ningún invitado, tapaba sus partes pudendas con un taparrabos.
McGuerda nos había avisado de que quizá encontráramos a algún conocido en los ba?os, pero nunca hubiera imaginado que la caverna subterránea del Caldero fuera el lugar donde se escondía el sabio Barkee todo este tiempo.
―?Dichosos sean los ojos! ―suspiró el viejo alquimista―. O eso diría si los míos siguieran funcionando. Cosas de la edad, ya sabes. No te recomiendo hacerte viejo. ?Pero cuéntame! ?Cómo le va al bueno de Rory? A estas alturas, ya llevará el sobrenombre de Sabio con todo el orgullo que se merece.
―?Puedes preguntarle tú mismo! ―Seguía sin acostumbrarme a las injerencias inesperadas de Runi―. ?Espera, que lo llamo!
El anciano ni se inmutó ante el hecho de que mi mu?eca hubiera empezado a hablar y pretendiera ponerse en contacto con un lugar a kilómetros de distancia.
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―?Eh! ?Rory! ?Coge el teléfono! ―Un chirrido ensordecedor llenó la sala―. ?Venga! ?Sé que te está sonando! ?Qué? ?Que deje un mensaje? ?Menuda chatarra arcaica le habéis dado!
―Así que el mundo ahí fuera ahora es... así. ―Se acicaló la barba, pensativo―. Automatones con malas maneras, transmisiones de voz a larga distancia... ?Tanto tiempo ha pasado?
―Eh... Es largo de explicar ―fue lo único que pude responder―. Intentaremos contactar con él de nuevo más tarde. ?Seguro que se muere por saber de ti, viejo Bark!
El resto de los visitantes llegó en tropel. Las introducciones fueron rápidas, ya que el Sabio no necesitaba presentación alguna y, si había un motivo por el que Rory tenía un especial desdén por los nobles, el anciano estaba detrás de él. No tuvo más que escuchar el apellido Tennath para que su interés cayera en picado.
―Recuerdo a esta peque?a ―se dirigió a Lilina―. Una luchadora. Parece que fue ayer cuando la sostuve en brazos y traté la enfermedad que ya se había hecho con las vidas de sus padres. Si el éter que siento de ti es alguna indicación, has crecido sana y fuerte.
―?Y nunca pude agradecértelo! ―Inclinó su cabeza en se?al de respeto―. ?Qué haces aquí, viejo?
―Es un buen sitio para sentarse a pensar. Un buen lugar para terminar mis últimas aportaciones como Sabio ―explicó, hablando muy lento―. Y es por todos bien sabido que estas aguas hacen maravillas en unos huesos tan desgastados como los míos. No se me ocurre forma mejor para hacer tiempo hasta que me toque volver al éter.
Soltó una tos seca que con tanta fuerza que se tuvo que postrar sobre el agua. De haber visto su reflejo, no habría sido agradable.
―Que, por las pintas que gasto, ya veis que será más pronto que tarde. ―Las arrugas de su rostro se estiraron al extender su sonrisa―. ?Y qué os trae a vosotras aquí, con tales compa?ías tan... atípicas?
―Sèamas está enfermo y, ya que estábamos de paso... ―consideré ahorrarle los escabrosos detalles de la cruenta escaramuza de la ciudad―. Decidimos bajar a ver qué podía hacer nuestra alquimia. Pero, si ni siquiera un Sabio ha podido ayudar...
―Quizá necesite ojos más jóvenes. ―Se asió de mi hombro para volver a enderezarse―. O unos que funcionen, ya que estamos. Ya sabes... a veces son las generaciones nuevas, las más llenas de ingenuidad, las que pueden ver más allá de nuestros límites.
―Como se suele decir, ?solo los ojos más nuevos son capaces de arrojar luz sobre los enigmas más olvidados? ―apuntó Amelia―. Haremos lo que esté en nuestra mano, gran Sabio.
El resto de los presentes no respondimos más que con un respetuoso silencio.
―Eh, vocecilla. ―El tono del anciano sonó algo juguetón―. Dices que puedes enviar información a mi joven pupilo, ?verdad?
―Si me hace caso, eso es ―imitó un gru?ido con su voz mecánica―. ?Y si no, siempre puedo almacenarla y llevársela yo mismo! ?Dame lo mejor que tengas, viejales!
―Genial ―Se puso en pie y, con dificultades, salió de la ba?era―. Te voy a confiar mi canto de cisne. Por favor, autómata... asegúrate de que lo acabe por mí.
***
―Oh, ?ya estáis aquí? ―Una adormilada McGuerda pareció sorprendida por nuestra prontitud. En realidad, habíamos pasado horas entre el ba?o y las explicaciones del sabio―. Entonces, podemos bajar al Templo.
―?Más escaleras aburridas? ―protestó Lilina―. Espero que merezca la pena.
―?No exactamente! Por cierto, ?qué le pasa a este chaval? ―Chasqueó los dedos frente a su cara, y, ante la falta de respuesta, gritó―. ?Dan! ?Mastuerzo!
Su rostro estaba totalmente rojo y el primer análisis nos indicó que sus pupilas se habían dilatado tanto que era casi imposible reconocer el azul en sus iris. Además, su habitualmente puntiagudo pelo caía mustio en una mara?a amorfa de tonos blancos y negros.
Al menos, su barba seguía perfecta a pesar de todo. En serio, ?cómo se las apa?aba?
―Lo que yo decía. ―Amelia parecía especialmente divertida por la situación―. Ha acabado como una sardina en lata. No os preocupéis, ya le he dado algo para que se mejore, pero tardará un rato en hacer efecto.
La segunda parte del descenso fue bastante más ligera, especialmente porque en esta ocasión la bajada era a través de un tubo que dejaba caer los excedentes de las termas a un humeante estanque en el que el Dragón solía relajarse. Dejarse caer a través de sus curvas era divertido, especialmente con un caballero fuera de sus sentidos dándose cabezazos contra los muros, una adolescente agitándolo para intentar evitarlo y una Amelia que... fingía estar mucho más asustada de lo que sería humanamente posible para aferrarse a mí.
Y se hizo la luz con un fogonazo cegador, justo instantes antes de caer de bruces al lago subterráneo.
―Ha estado bien. ―La noble se recolocó las gafas, que habían quedado flotando en la superficie del agua tras el impacto―. ?Podemos repetir? ?Porfa?
―?Joder con la ni?a! ―Nuestra guía soltó una risotada con tanta fuerza que perdió la cadencia a la hora de nadar y comenzó a hundirse por unos instantes―. Pero... ?Sí! Si estás dispuesta a subir todas las escaleras, claro está.
―Preferiría no hacerlo ―apuró Lilina, que no tardó en borrar su pueril sonrisa de la cara―. No más escaleras.
―Pues, salvo que el mismo Sèamas nos lleve a su lomo, mucho me temo que es la única forma de salir de aquí ―soltó una carcajada y dio un golpe a la muchacha.
―Jo.
―Y hablando de la deidad en persona... ―Incliné la cabeza para dejar salir algo de agua de mis oídos―. ?Dónde está?
―?Dónde pollicas va a estar, lavín? ―Se llevó el dedo a la sien―. Así de débil, en su altar.
El Dragón de Fuego, al contrario de su homólogo de Abakh, sí que recordaba a la imagen que cualquier persona tenía en la cabeza al oír esa palabra. Similar a los guivernos de los montes de Anchstad, los que originaron el término de ?dragón?, Sèamas recordaba a un lagarto escupefuego alado. Sin embargo, y a diferencia de estos, su carne no parecía orgánica, sino un cúmulo de lava casi solidificada que dibujaba sus escamas con el mismo tipo de éter que los teinekell imitaban sus barbas. También salía energía del final de su cola y del lugar donde sus alas deberían tener las membranas, pero su emisión parecía débil incluso sin conocer el punto de referencia.
―Amo Sèamas. ―La teinekell se arrodilló y el resto de presentes la imitamos―. Traigo a estos alquimistas de la superficie para prestarle ayuda.
―Gracias, hija mía ―replicó el dragón con una voz vetusta, aunque aterciopelada. Sus palabras rebotaron con fuerza en las cascadas de lava de las paredes―. Mas no hay mezcla humana que haga que mis niveles de energía retornen al equilibrio.
―Conocí un caso similar con la Dragona del Agua. ―Me puse en pie y extendí mi mano hacia delante―. Si me permite...
―Lo hago ―respondió, dejando caer sus pesados párpados sobre los orbes de obsidiana que tenía por ojos―. Si sois de la confianza de mi hija pródiga, sois de confianza para mí.
―Runi, haz lo tuyo ―murmuré―. Si es algo similar a lo que ocurrió con Sayu, necesitaremos administrarle algunas pócimas para revertir la corrupción. Amelia, ?tienes algunas cápsulas de las de antes? Ya sabes, de las de gas de conductividad etérica. Pueden hacernos el avío.
―?Sí! ―Sacó varias de su bata con una parsimonia claramente reflexiva―. Y creo que sé perfectamente lo que intentas hacer.
―Gracias, Meli.
―Así que sí: ahora os llamáis la una a la otra con diminutivos ―se burló Lilina―. ?Dejad de ser tan monas y decidme en qué puedo ayudar!
―?No hay artefactos extra?os sobre el cuerpo del Dragón! ―clamó Runi, de repente―. Aun así, sus métricas de éter están por debajo de los niveles saludables para una criatura como él. ?Tampoco parece contar con organismos extra?os en su cuerpo! Validando base de datos...
La aprendiza se acercó al dragón y le miró a los ojos, esperando encontrar alguna respuesta. Por su cara, no parecía estar funcionando. Estaba claro que la paciencia no era uno de sus puntos fuertes, pero no podía culparla. Dio vueltas en torno a él mientras Amelia y yo preparábamos el tratamiento alquímico y Dan... luchaba por mantenerse en pie.
―Vale, lanza las cápsulas a sus pies y yo le haré beber el tónico. ―Hinché el pecho y empecé a dar órdenes. Sin embargo, al sentirme fuera de mi elemento, no tardé en desinflarme―. Por cierto... ?Los Dragones pueden digerir gemas? Lo haría mucho más rápido.
―No estoy segura, pero podríamos usarla como núcleo para uno de vuestros difusores... Ya sabes, como un parche para la piel de esos que tanto se llevan ahora.
―?Y un chorrito de la pócima nutritiva del invernadero de Rory! ―Lilina salió de entre las sombras―. Así no perderá nutrientes... o lo que sea que mantiene sano a un Dragón.
―No es la forma canónica de mezclarlos ―pensó Amelia―. Pero, en un brete... ?Vale! ?Buena idea, Lili! ―Le revolvió el pelo―. Para que veas. ?Te has ganado tu diminutivo también, hermanita!
Empezamos el tratamiento con presteza (con alguna que otra risa al ver a Dan teniendo que usar su espada como bastón al recuperar parte de su motricidad) y, en cuestión de minutos, las llamas del dragón empezaron a recuperar su majestuosa forma.
―El efecto es más expedito que el de los tónicos del anciano que venía a visitarme. ―Desplegó las alas, aún con torpeza―. Pero... no parece suficiente. Ni creo que dure.
―Adresta, asísteme. ―Dan alzó su espada al aire, que empezó a concentrar todo el éter que desprendían los cristales derretidos en la lava para trasladarlos al Dragón―. Y... recordadme que valore más positivamente vuestras sugerencias, mi se?ora.
―?Eso es! ―exclamó Runi―. ?Control del éter! ?El cabezahueca ese me ha dado una buena idea! ?Amelia! ?Estás pensando en lo mismo que yo?
―Yo te hice pensar en lo mismo que yo ―replicó, orgullosa.
―Touché.
―at_92(), en este caso. ―Amelia se alzó las gafas con el dedo me?ique―. Creo que está lo suficientemente estable como para extraer la codificación de... Bueno, ?qué hago explicándote esto?
―?Puedo fiarme de que esta vez hayas hecho bien el código?
Como Runi no tenía unos ojos proyectados en el aire a los que dirigirse, la mirada amenazadora de la científica fue a parar a mí.
―Inteligencias artificiales ―suspiró―. Prográmalas y te sacarán los ojos. En serio, irá bien, irá bien... Además, si algo se torciera, seguro que Adresta puede controlar el excedente de energía.
―Así que cuentas con que algo pueda salir mal. ―La mu?equera hizo aparecer un sarcástico dibujo en el aire.
―Ya está bien de cháchara. Soy yo la que se está poniendo en riesgo, ?no? ―gru?í, dándole un manotazo a la pulsera en la que estaba transformado ahora mismo―. Confío en Amelia. Y tú deberías hacer lo mismo.
―?Que conste que esta vez avisé! ―farfulló la voz mecánica―. ?at_92()! ?Sèamas, déjate llevar!