Pasó una semana desde aquel incidente. La población presionaba con furia al gobierno, exigiendo represalias contra la EDI. Sin embargo, la gente seguía alabando al nuevo héroe. "La Parca", lo llamaban, o "El Justiciero", aunque el primer nombre resonaba con más fuerza.
Yo me refugié en la cafetería después de haber cumplido mi venganza. A veces entrenaba, pero la mayor parte del tiempo la pasaba en el hospital, visitando a Lyra.
No sé si ella despertará.
Es mi culpa.
Es un pensamiento que no me deja en paz, que se clava en mi cabeza como un pu?al oxidado. Esto… se siente casi como si hubiera muerto. Pero no quiero pensar en eso. Sé que hay una forma de verla abrir los ojos otra vez… pero no sé si…
Una tarde, mientras estaba en la cafetería, el televisor captó mi atención con una noticia que me heló la sangre.
"El día de hoy, el exembajador de la EDI ha sido trasladado a su celda tras haber sobrevivido, de manera milagrosa, al incidente ocurrido el pasado..."
La pantalla se apagó de golpe.
Me quedé inmóvil.
?Qué…?
Ni Kiomi, ni Naoko, ni Alexander me habían dicho nada. Lo supieron y me lo ocultaron. Me mintieron.
La traición me golpeó como un pu?etazo en el estómago.
Me levanté sin decir palabra. Mi mente solo tenía un objetivo. Verlo.
Sora aún se quedaba en la prisión, aunque podía salir de vez en cuando. Nadie se preocuparía si iba solo. Pero ellos sí se preocuparon.
—?A dónde vas? —preguntó Kiomi, sujetándome del brazo antes de que pudiera salir del local. Su mirada era una mezcla de preocupación y determinación.
—A ningún lado.
—No me mientas.
Su agarre se aflojó, pero en lugar de soltarme, se acercó más.
—No vayas, por favor —su voz sonó casi suplicante.
—Solo voy a hablar con él.
—No mientas… por favor.
Su expresión me hizo dudar… por un instante. Pero mi decisión ya estaba tomada.
Ignoré su advertencia y seguí caminando.
Ella me siguió. Naoko también.
El complejo estaba situado a una hora a pie desde la cafetería, pero eso no me importaba.
No había hecho apariciones públicas desde el atentado, así que la gente se detenía al verme pasar por las calles. Sus miradas estaban cargadas de sorpresa, de duda… de temor.
Esta vez no llevaba la armadura. Iba vestido de forma casual, sin nada que ocultara mi rostro. Si hacía algo, todos sabrían quién lo hizo.
Pero no me importaba.
Al llegar a la cárcel, dos guardias se interpusieron en mi camino, negándome la entrada.
—No tienes permitido el acceso.
—Déjenme pasar.
—No insistas.
No pensaba darme la vuelta. No ahora. Estuve a punto de pelearme con ellos cuando una voz interrumpió la tensión.
—?Con que solo vienes a hablar, eh?
Miguel.
Su sonrisa me hervía la sangre. Lo ignoré.
Seguí caminando sin prestarle atención, adentrándome más y más en la prisión, con Kiomi y Naoko siguiéndome de cerca. Con cada paso, más voces intentaban convencerme de dar la vuelta.
No iba a hacerlo.
Sabía a dónde debía ir.
Llegué hasta la zona donde estaba Sora, pero antes de entrar, varios guardias me bloquearon el paso.
Y entonces lo vi. A través del cristal, estaba ahí. Herido, maltrecho… pero vivo.
El solo hecho de verlo respirando hizo que la rabia me incendiara el pecho.
Sin pensarlo, empujé a los guardias con fuerza, apartándolos de mi camino. No me detendrían.
Naoko, Kiomi y Miguel se quedaron atrás, disculpándose con los guardias mientras yo seguía avanzando con pasos cada vez más rápidos. Cada vez más pesados.
El embajador me vio. Y en cuanto reconoció mi rostro, retrocedió instintivamente hasta pegarse contra la pared más alejada de su celda.
Las celdas de máxima seguridad no tenían cuatro paredes de concreto. Solo tres. La cuarta era un vidrio especial, resistente… casi impenetrable. O eso decían.
Me acerqué hasta quedar justo frente a ese cristal.
—?Me recuerdas? —mi voz fue fría, afilada.
él tragó saliva.
—?Q-qué… qué quieres?
—Nada.
—?Y-ya te di toda la información que querías! ?Qué más quieres de mí?
Lo miré fijamente.
—Venganza.
—?Eh?
—?Sabes? Durante la invasión, hubo soldados con armas bastante… peculiares. Pistolas increíblemente poderosas, como si fueran escopetas compactas.
El embajador se puso rígido. Sabía exactamente de qué estaba hablando.
—Y justo yo… —hice una pausa, dejando que el miedo se asentara en su rostro— me quedé con una. Descubrí que pueden potenciarse con un poco de maná. Hacerlas más letales.
El tiempo se distorsionó.
Todo pasó en un instante. Y, al mismo tiempo, todo fue increíblemente lento.
Levanté la mano. Apunté.
A lo lejos, escuché los pasos apresurados de Naoko. Corría hacia mí. Sabía lo que iba a hacer. Aún así o me importó.
El arma se materializó en mi palma. No por arte de magia. Por pura técnica.
Había aprendido a usar el maná de una manera más eficiente. Invocar cualquier objeto que hubiera registrado, marcado con mi esencia, transportarlo instantáneamente hasta donde lo necesitara. Mis espadas, mis armaduras… cualquier cosa.
Esta vez, era el arma.
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Para los demás, todo ocurrió en un solo parpadeo. Para mí, fue una eternidad.
Dos guardias cercanos reaccionaron al instante y corrieron hacia mí con todas sus fuerzas. Pero era inútil. No importaba quién me alcanzara primero. Si Naoko o los guardias. Lo que iba a pasar, iba a pasar.
El peso de la pistola se asentó en mi mano. Miré al embajador. Su rostro estaba descompuesto. Sus ojos, desorbitados. Cada fibra de su cuerpo gritaba terror absoluto.
Una sensación de éxtasis recorrió mi piel. Una peque?a sonrisa se escapó de mis labios.
Y entonces…
Disparé.
El estampido retumbó en la celda. El vidrio, supuestamente "indestructible", no fue rival para la potencia del arma. Se resquebrajó.
Se rompió.
Y la bala atravesó todo el grosor de aquel cristal.
Impactó.
El embajador se desplomó. El disparo lo destrozó. Todo su torso desapareció.
La bala lo desintegró en un instante, y no solo a él. La pared de concreto grueso detrás fue perforada como si fuera papel, dejando un enorme agujero que se extendía hasta la otra celda.
Del otro lado, un reo gritó de dolor. También había sido alcanzado.
El caos estalló. En cuanto el eco del disparo se disipó, los guardias me alcanzaron.
El primero se lanzó contra mí, pero ni siquiera me moví. El segundo me embistió con más fuerza. Caí al suelo y me arrebataron el arma. Me esposaron, pero ya no importaba.
Desde el suelo, observé los rostros a mi alrededor.
Naoko me miraba con tristeza y miedo en los ojos.
Miguel… parecía arrepentido.
Kiomi estaba pálida, inmóvil, como si no pudiera procesar lo que acababa de ver.
Los reos en las celdas rugían.
—?Ahora eres como nosotros! —se burlaban.
Otros reían como maníacos.
El eco de sus voces rebotaba en las paredes.
Los guardias me arrastraron fuera. Pero yo…
No estaba arrepentido.
Al menos, no en ese momento.
…
Pasó un rato. Me quedé mirando el enorme agujero en la pared, la sangre cubriéndolo todo. La habitación parecía una pintura abstracta… una grotesca y deformada obra de arte creada por la furia de Zein.
él no habló después de eso. Lo retuvieron durante horas, tratando de sacarle algo, pero no dijo una sola palabra. Miguel y Naoko se quedaron con él. Gracias a Miguel y sus conexiones, lograron encubrirlo. El incidente jamás saldría a la luz. Para el mundo, todo se reportaría como un "suicidio" del exembajador.
Pero la verdad era evidente. Zein no era el mismo.
Desde aquel día, su mirada cambió.
Se veía más deteriorado, más apagado, como si algo dentro de él se hubiera roto irreparablemente. Durante los siguientes días, se encerró en su habitación, la misma que compartía con Lyra. No salía. No hablaba.
Me dolía verlo así, y podía adivinar que a los demás también. Sin embargo, la vida en el local seguía su curso, con su bullicio habitual. La gente reía, charlaba, vivía… pero Zein no. él solo existía.
Y eso no me gustaba.
Queríamos animarlo. Intentamos acercarnos. Pero no dejaba que nadie lo viera.
Cada vez que lo miraba, lo sentía más lejano, más frío. Como si estuviera desapareciendo poco a poco. Ya no parecía él, ya no era esa persona tan especial…
Pensé en muchas formas de ayudarlo. Pero ninguna me parecía suficiente.
Miguel lo intentó primero. Quiso sacarlo de ese estado, hablar con él, pero solo recibió rechazo.
Y entonces lo supe.
Si Miguel y Zein estaban rompiéndose, si su relación estaba desmoronándose, entonces la nuestra también podría hacerlo.
Ese pensamiento me heló la sangre.
No podía permitirlo.
No podía perderlo.
No a él.
Lo de Lyra fue un gran problema. Un golpe devastador para todos. Pero él…
él no era el mismo desde ese día.
Me había contado sobre su vínculo con Lyra. Desde que eran ni?os, él siempre la protegió. Desde que mi madre, Meliora, los acogió en su hogar, han sido inseparables. Zein, el hermano mayor. Lyra, su sombra. Juntos, enfrentaron dificultades que hubieran aplastado a cualquiera.
Perdieron su hogar una vez en aquella aldea.
Lo perdieron por segunda vez en Ilmenor.
Pero aún así, seguían aquí. Juntos. Sonriendo.
Lyra era su pilar. La base que lo mantenía firme cuando todo se derrumbaba a su alrededor. Pero ahora… ahora ese pilar se estaba cayendo. Y con él, Zein.
Era difícil verlo así. No comía, casi no dormía, y si lo hacía, parecían ser pesadillas interminables. Se encerraba en su habitación, ahogándose en su propio silencio.
Nadie se atrevía a acercarse a él.
No sé si era por miedo… o porque simplemente no sabíamos qué hacer.
Decidí hacerle algo especial para que comiera. Algo que le recordara que aún estaba aquí. Que no estaba solo.
Cuando tomé la bandeja y me dirigí a su cuarto, el ambiente cambió por completo.
El pasillo hacia su habitación parecía más largo, más frío. La luz tenue de las lámparas proyectaba sombras alargadas en las paredes. Se sentía vacío.
Mientras más me acercaba, más pesado se volvía el aire.
Era como si la tristeza se filtrara por debajo de la puerta. Cuando estuve frente a ella, sentí un escalofrío recorrerme la espalda. Respiré hondo y golpeé suavemente la madera.
Silencio.
Toqué de nuevo, un poco más fuerte.
Nada.
—Zein, soy yo. Kiomi.
Esperé. Solo el sonido bajo de la televisión respondía.
Apreté los labios. ?Me estaba ignorando?
Aún podía escuchar el murmullo constante de la pantalla, como si estuviera atrapado en un estado de trance.
Dudé.
Pero entonces, apreté los pu?os y, con cuidado, abrí la puerta.
El cuarto estaba sumido en la penumbra.
Un olor a encierro me golpeó de inmediato. Había basura desperdigada en el suelo, la cama sin hacer, y entre todo ese caos… las cosas de Lyra estaban regadas por todas partes.
Ropa doblada cuidadosamente sobre la mesa. Su peque?o libro de dibujos abierto. Un mechón de su cabello atado con un listón.
Era como si hubiera querido rodearse de ella. Como si no pudiera soltarla.
Y ahí estaba él.
Sentado al borde de la cama, encorvado, con la cabeza baja y las manos presionando su cabello como si tratara de sostenerse a sí mismo.
Parecía estar murmurando algo.
No podía escuchar bien. Pero su pierna se movía sin parar en un tic nervioso, temblando, inquieta.
Mi pecho se apretó.
El Zein que conocía nunca se quebraba. Siempre seguía adelante.
Sin importar cuánto dolor cargara.
Sin importar cuántas personas hubiera perdido.
él nunca se detenía.
Pero ahora… se veía roto.
El único resplandor en la habitación provenía de la puerta entreabierta y de la pantalla parpadeante de la televisión. La luz azulada ba?aba su rostro pálido, hundiendo sus ojos en sombras.
No podía quedarme ahí, simplemente mirándolo.
No esta vez.
Di un paso adelante.
—Zein…
Cerré la puerta con cuidado, dejando que la habitación se sumiera en un silencio denso, solo interrumpido por la respiración irregular de Zein. Caminé despacio hasta la televisión y la apagué. La imagen parpadeó unos segundos antes de desaparecer en la oscuridad, dejando tras de sí una sensación de vacío aún mayor.
El murmullo de Zein continuaba. Ahora que la habitación estaba en completo silencio, sus palabras me golpearon con más fuerza.
"Perdón."
"No debí hacerlo."
"Todo es mi culpa."
"Debería morir mejor."
Cada palabra estaba cargada de desesperación, de un peso que parecía imposible de soportar. Mi pecho se oprimió al escucharlo. Nunca lo había visto así… no Zein. No él.
Me acerqué lentamente a las ventanas y corrí las cortinas. La luz de la tarde se filtró en la habitación, pero en lugar de iluminar, solo hizo que el desastre a su alrededor se hiciera más evidente. Libros y papeles desordenados, ropa tirada en el suelo, platos con comida apenas tocada… y lo peor de todo: las cosas de Lyra desperdigadas por todas partes, como si hubiera intentado aferrarse a cada peque?o recuerdo de ella.
Zein se encogió apenas la luz tocó su piel, girándose para evitarla como si le quemara. Su reacción me hizo estremecer.
Me arrodillé frente a él con cautela y tomé sus manos entre las mías. Estaban heladas, temblorosas… frágiles. Su piel, normalmente cálida y firme, se sentía casi inerte.
—Zein… —susurré, esperando alguna respuesta.
él no levantó la cabeza. Seguía murmurando, perdido en su propia culpa. Sus ojeras eran profundas, su piel pálida y sus labios resecos. Su cuerpo entero parecía al borde del colapso.
Quería correr, salir de ahí. La tristeza que llenaba la habitación era sofocante, como si todo el dolor del mundo se hubiera concentrado en ese peque?o espacio. Pero irme no arreglaría nada.
Lentamente, levanté su rostro con suavidad, obligándolo a mirarme. Sus ojos, enrojecidos y vidriosos, reflejaban un dolor que no podía poner en palabras. Cuando nuestras miradas se encontraron, su voz se quebró en un susurro.
—Fue mi culpa…
Negué de inmediato, con más firmeza de la que sentía en realidad.
—Claro que no, no fue tu culpa.
Pero mis palabras no parecían llegar a él. Su mirada se perdió otra vez, y su cuerpo comenzó a inclinarse hacia adelante, como si todo el peso de su sufrimiento lo estuviera derrumbando.
No lo pensé.
Me levanté de golpe, aún sosteniendo sus manos, y lo abracé con fuerza.
Su cabeza cayó contra mi pecho, su respiración agitada chocando contra mi piel. Sentí cómo su cuerpo temblaba contra el mío, cómo sus dedos se aferraban a mi ropa con una desesperación silenciosa.
No tenía las palabras correctas, no sabía cómo aliviar su dolor. Pero al menos podía estar ahí.
—Kiomi… yo… —Su voz era apenas un susurro quebrado.
Entonces se rompió.
Las lágrimas que había estado conteniendo estallaron en un llanto desgarrador. Un llanto que llevaba demasiado tiempo guardado, un llanto que había contenido hasta que su cuerpo ya no pudo soportarlo más.
—Perdónenme… perdónenme por todo…
No respondí. No había nada que pudiera decir que aliviara su culpa, su dolor. Solo podía sostenerlo, permitirle desahogar todo lo que había estado cargando solo.
Poco a poco, sus brazos se envolvieron alrededor de mí. Pero el abrazo que me devolvió no era el de siempre. No era el de aquel Zein fuerte que protegía a todos sin dudar.
Este abrazo se sentía débil.
Tan débil, como si estuviera al borde de desaparecer.
Sus brazos temblaban mientras me abrazaba, su respiración entrecortada chocando contra mi piel. Seguía pidiendo perdón, una y otra vez, su voz quebrada perdiéndose entre sollozos ahogados.
No dije nada. Solo me quedé ahí, sosteniéndolo, dejando que su dolor se desbordara sin restricciones. Mis dedos se deslizaron con suavidad por su cabello, en un gesto instintivo de consuelo, pero en mi mente una duda persistente no dejaba de atormentarme.
?Era esto lo correcto?
?Realmente estaba ayudándolo o solo prolongaba su sufrimiento?
Fue entonces cuando lo sentí.
Algo cálido.
Un sentimiento tan puro, tan intenso, que por un instante olvidé todo lo demás.
Mi pecho se llenó de una calidez inesperada, una sensación que me envolvió por completo. Me sentí… feliz.
Pero esa felicidad me hirió como una daga.
?Cómo podía sentirme así en este momento? ?Cómo podía encontrar consuelo en su abrazo cuando él estaba quebrándose ante mí?
El peso de esa contradicción me aplastó.
Quería estar con él, quería sostenerlo, pero al mismo tiempo, esa felicidad me hacía sentir culpable. Como si estuviera traicionando su dolor, como si mi propia existencia estuviera fuera de lugar en medio de su tormento.
Muchas dudas, demasiados sentimientos encontrados, quedaron atrapados en ese cuarto esa misma tarde.